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-¿Por qué crees que Angelita fue a verte?

-Buscaba rollo para sacar tajada. Era su especialidad. Lo hizo con el viejo y quiso repetir conmigo.

-¿No había otras intenciones?

-Hacía preguntas y miraba mucho la casa. Pensé que trabajaba para ustedes. Se llevó el reloj y las joyas.

-¿Cómo conseguiste esos objetos?

-Se los quité a Jorge.

-¿Por qué?

-Quería tenerlos. Eran importantes para mí.

-¿Sabías que representaban una prueba de cargo?

-Claro.

-¿Los querías ocultar para evitarle problemas a Dieter?

-¡No!

-Te hubiese gustado cometer el parricidio, pero no lo vas a reconocer, ¿verdad? ¿Cómo eran tus encuentros con Angelita?

-Me acosté con ella.

-¿Por qué, si sospechabas que se proponía perjudicarte?

-Me sentía bien con ella.

 

***

 

-Interesante panorama. Nos encontrábamos ante un extraño reparto de crímenes. Aunque ello sea contrario a las estadísticas que no se cansa de mencionar Álex. ¿Habría un tercer asesino? Moncada sondeó visualmente nuestra opinión. Beatriz titubeó. Yo le hice una señal de asentimiento, aprobando la manera en que llevaba el interrogatorio. ¿Qué otra cosa se podía hacer? Moncada se frotó las cejas, inquieto, antes de proseguir. ¿Cómo demonios ocurrió?, preguntó. Fue como en un sueño, apenas lo recuerdo, contestó Jonathan. Había adoptado una expresión bobalicona. Al comprobar que Moncada a duras penas controlaba su impaciencia, Bea le hizo un guiño, dándole a entender que ella tomaba las riendas. ¿Puede ser más conciso?, disparó. A Jonathan el cambio de tercio pareció relajarle.

 

***

 

-Estábamos follando y cuando empecé a correrme se cortó todo. Como si hubiera un vacío, ¿me entiende? Debí de quedarme dormido. Cuando me desperté, vi que la había matado. Estaba encima de mí y yo seguía con la polla dentro de ella. Angelita tenía la cabeza abierta. Los dos estábamos empapados de sangre. Entonces vi el busto junto a mi mano.

-A ver si lo entiendo. ¿No recuerdas haberla matado? ¿Lo hiciste en un rapto de enajenación?

-Supongo.

-¿Querías matarla?

-Imagino que sí.

-¿Qué sucedió luego?

-Me aceleré. Había matado, era una cosa importante. Esa mujer un momento antes estaba viva, follando conmigo, y ahora había muerto. Me impresionó despertarme con la polla dentro de un cadáver. Me entró el pánico. Pensé que aparecerían ustedes para apuntarme con sus pistolas y llevarme a la cárcel, así que arrastré el cadáver hasta el sótano y lo metí en el búnker.

-¿Hay un búnker en tu casa?

-Lo mandó construir mi viejo. Es imposible de localizar. Se accede por una trampilla que está en el suelo, oculta bajo los rodapiés. Limpié la sangre. Al rato llamaron a la puerta. Vienen a por ti, será mejor que te calmes un poco y te hagas el estúpido, me dije. Cuando encontré a ese tipo, me quedé de piedra.

-¿A quién te refieres?

-Frank Sullivan.

-¿Le reconociste?

-Claro. Comió en casa un par de veces cuando trataba al viejo. Me caía como un tiro. Sullivan entró, hecho una furia, y lo puso todo patas arriba. Estaba convencido de que había matado a su novia. Me pegó.

 

***

 

-Moncada no paraba de consultar la hora. Estaba muy inquieto. Como si pensase que perdíamos el tiempo. Entonces Nerón, que estaba tumbado a mis pies, se quedó frito. Gabriela tenía lágrimas en las mejillas cuando entró en la buhardilla. En el portal había vuelto a encontrarse al hijo del portero, ese muchacho cuyas miradas le hacen derretirse por dentro. Ni siquiera tuvo valor para responder a su saludo. ¿Qué me pasa?, se preguntó, sintiéndose descompuesta. Lleva varios días desorientada. Desde que ha tomado la decisión de marcharse a Mallorca para aceptar la seguridad y el bienestar que le ofrece Josep, su mente se ha ido enrareciendo progresivamente. Una y otra vez se repite el mismo carrusel frenético, que da vueltas obsesivamente en torno a las mismas ideas: regreso a Albania, me voy a Mallorca, vuelvo con Fredy. ¿Qué puede hacer? Ninguna de las tres posibilidades le satisface. Claro que también le queda la opción de enterrarlo todo en un agujero y darse una oportunidad para aprender a vivir por sí misma. No es una solución descabellada. Ha ahorrado lo suficiente para alquilar un apartamento y hacer unos cursos de informática que le permitan buscar un trabajo digno. Le embargó una sensación extraña al recorrer la buhardilla. En parte ama ese cubículo enfermizo. Sería injusto negar lo que ha significado para ella. Antes de llegar allí era una vulgar chica de la calle. Ahora ese pasado desalentador se ha esfumado. No se considera en absoluto una prostituta. Fredy ha aplastado todo eso, como una apisonadora, pensó. Aunque no puede estarme eternamente agradecida. Seguir a mi lado por una deuda de gratitud es un error, lo sabe. Ese camino nos haría desgraciados a ambos. Pero hay algo más que simple gratitud. Creo que le quiero, a pesar de sus defectos, se dijo, al reparar, sorprendida, en las alcachofas esparcidas por la encimera. ¿En qué rayos andará ahora metido ese loco detective? Nunca imaginé que se le ocurriera hacer la dieta de la alcachofa. ¡Con lo que le gusta comer!, bromeó para sí. ¿Lo hará para purificarse? ¿De qué tiene que purificarse? ¿Quizá de mí? Se enjugó las lágrimas y fue al despacho. Acarició la carcasa de la hispano-olivetti y recorrió con la mirada los diferentes objetos de los que me he rodeado. Al no encontrar ningún escrito en la mesa, se preguntó si he renunciado a mi famoso pelotazo. Junto a los libros que constituyen los dos testamentos de mi Biblia particular estaba la Guía secreta de Baleares, con la sublime chica de la portada. La examinó, sintiendo una punzada de envidia por su insultante juventud, su belleza principesca y la perfección de su cuerpo. Emana dulzura y armonía bajo esa cascada de cabello dorado y la túnica celeste que apenas le cubre el arranque de las caderas. Olió las páginas, como los avaros con los fajos de billetes, y le sorprendió su olor neutro, que no le decía nada. Yo sí estuve allí, en Mallorca, querido, y no paseaba de la mano de un fantasma, sino cogida del brazo de un hombre de carne y hueso que me mostró los senderos de la felicidad, concluyó. ¿Te das cuenta de que si renuncio a él estoy tirando por la borda la realidad, a cambio de una ilusión cargada de sufrimiento? Pero tú te irías sin dudar ni un instante detrás de la primera muchacha parecida a ésta que se cruzase en tu camino. ¡Me cambiarías sin dudar ni un instante por la chica de la portada, aunque ella sea una mentira que sólo puede precipitarte al abismo! Entonces Gabriela fijó la atención en la espalda del libro. Allí estaba el postizo siurell, la figura del payés, con sus puntitos de colores y su cara de pasmarote, superpuesto a un bosque onírico y tenebroso. ¡Tú eres igual de estúpido y descerebrado! En medio de tus fantasías idílicas, ocupando el envés de la moneda, el retorcido y melancólico, que te deja a expensas de lo que ella disponga, la sirena de los bosques, el ideal encantado que destruye cualquier asomo de realidad. ¿Por qué? ¿Por qué me siento incapaz de escapar de ti? ¿No es acaso mi impotencia tan enfermiza y lamentable como tu empeño en vivir encaramado en tus nubes de libros? Luego Gabriela suspiró, derrotada, poniendo de nuevo la Guía secreta de Baleares sobre la mesa, a la diestra de la máquina de escribir. Entonces reparó en algo que no había visto antes. Una vieja carpeta de cartón, en cuya portada ponía: “El testamento, François Villon”. Pasó las gomas por los bordes para abrirla. En su interior había una pila de hojas manuscritas con una caligrafía pequeña y redondeada. Versos, se dijo, leyendo algunos sueltos, cuyo significado no alcanzaba a comprender. ¿Había decidido Fredy escribir poesía con seudónimo y además cambiar su letra, como un acto de purificación grafológica que acompañaba a la dieta de las alcachofas? ¡Oh, nada de eso! Al reparar en las faltas de ortografía, se sintió aún más confundida. ¿Qué perverso encargo le había hecho Fredy a su diletante mollera? Pobre, tiene vocación de salvador de prostitutas, se dijo, apesadumbrada, sintiendo vergüenza de que también ella lo hubiese sido durante un tiempo. Tú has sido puta, cariño, se recordó. Te acostaste con doscientos hombres a cambio de dinero, aunque ahora tengas la impresión de que eso nunca haya ocurrido. ¡Era terrible tomar conciencia de nuevo de aquel hecho! Devolvió la carpeta a su lugar. Una desagradable opresión le ascendía desde el vientre. Hoy no voy al hotel, pensó. Se quedaría para recibir a Fredy. Necesito verle. En verdad nunca lo había deseado tanto. Le prepararé algo de comer. No creo que se alimente sólo de alcachofas, añadió para sus adentros, apagando la luz del despacho. Se detuvo en el salón. El sofá le atraía con su magnetismo mágico. ¿Cuántas veces habían hecho el amor allí? Ese loco sexo, precedido de carcajadas, retozando como animales. Nunca, nadie, conseguiría extraer de ella esa savia de placer que explotaba en su interior como una traca de fuegos artificiales. Suspiró, acariciándose levemente los pechos, y pasó de largo. En la cocina se colocó el mandil, encendió el horno, puso un cuenco sobre la encimera, apartando el rimero de alcachofas desparramadas como un grotesco ejército, volcó en su interior azúcar y mantequilla y comenzó a batir la mezcla para preparar un bizcocho.

-Oye, Fredy, espero que hayas acertado en esa reconstrucción literaria.

-Y yo más, hombrecillo. Lo deseo con todo mi corazón.

-A veces las ensoñaciones literarias son clarividentes y anticipan la realidad. Quizá ahora mismo Gabi está en vuestro nido de amor preparando un bizcocho. Por cierto, ¿qué es eso de El testamento de François Villon?

-El otro día entré en un Crisol y se me ocurrió comprar ese libro en versión original, en su lengua nativa, vernácula, en franchute, y luego pensé que podía estar bien intentar traducirlo al español. Se trata de una inversión psicológica de la personalidad. Por eso al hacer la traducción he cambiado mi caligrafía. Me estoy reinventando a mí mismo. ¡Incluso cometo adrede faltas de ortografía!

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