15
-Mi siguiente parada fue Angelita Cantueso. Esa vampiresa de saldo prometía emociones fuertes. Durante el trayecto hasta su casa me acompañó una coreografía de estimulantes imágenes de la ex diputada en paños menores.
-Y dale.
-Aparqué sin dificultades. El poder está conmigo, me dije, y miré el asiento de copiloto, donde estaban los dos testamentos de mi Biblia particular. El juego del ángel y La catedral del mar.
-¿Son tu Biblia?
-Sí, La Biblia de los malditos, se puede decir.
-¿Por?
-Eso ya no lo tengo muy claro.
-¿Te llevaste los libros para ver a Angelita?
-No, cargar con los dos testamentos, el Antiguo, de Zafón, y el Nuevo, de Falcones, se me antojaba excesivo. La ex diputada podía confundirme con un vendedor de Biblias.
-Eso ha estado bien. A veces eres muy gracioso, Fredy.
-Gracias, Bea, y tú que lo disfrutes. Quizá a la vuelta, si estaba con ánimos, leía tres páginas de cada uno, para intercalar sus respectivas sabidurías, me dije. ¡No hay tiempo que perder! Cada vez estoy más persuadido de que la única salvación razonable para mi triste y anodina existencia pasa por convertirme en autor de bestsellers.
-Alucinante.
-Me apeé del Ford, que había tenido que dejar atravesado, cuando en Princesa todo hijo de vecino aparca en línea. El poder no había dado para más. Por suerte los líctores agentes de la hora no daban señales de vida. De todas formas puse mi correspondiente óbolo, que me daba derecho a una hora de estacionamiento. Por el camino pensé en Barroso y en Moncada. No se me ocurren cosas mejores cuando estoy en un atolladero mental.
-Según un proverbio chino la incertidumbre se combate abandonando las líneas de pensamiento sin salida.
-Pues ahora mi tierra firme era Angelita Cantueso. La camaradería de Moncada y la compenetración con Barroso me habían disuadido de despellejar vivo a Castro por el tema de la delatora pulga telefónica. Ya llegará el momento. La ex diputada me recibió como a un amigo, con café y pastas. Se la veía francamente apetecible. Se había arreglado. ¿Se disponía a salir o acababa de llegar? Bajo su fachada latía una ansiedad de mujer perdida.
-Bueno, la mayoría de las mujeres estamos bastante perdidas.
-Voy y le disparo: ¿Le dice algo el nombre Frank Sullivan? Angelita se levantó del sillón, nerviosa. La mención del norteamericano le había alterado. Se sirvió una copa en el mueble-bar y sorbió la mitad del contenido. Luego formó dos rayas de cocaína sobre el cristal de la mesa con una tarjeta Box Gold y las esnifó con pericia y rapidez, sin solución de continuidad.
-Nunca entenderé cómo consigues despertar tanta confianza en la gente. ¡Si apenas la conoces! ¿Cómo puede meterse rayas de coca delante de ti?
-Ya ves. Eso es porque tengo cara de buen chico.
-No te vayas a pensar que..., me dice, de pronto ebria, hundiéndose en el sillón, y dobló las piernas y se las abrazó. Yo esta allí de más. Pero el prurito profesional me conminaba a interrogarla. Angelita silabeó el nombre del norteamericano con voz pastosa y se zambulló en sus pensamientos. Al cabo, súbitamente despejada, dijo… Aguarda un momento, que me acaba de mandar un mensaje Gabi.
***
-Le había visto varias veces. Sabía que yo le gustaba, pero él no era mi tipo. Un psicópata renacuajo, qué horror. Me abordó en un pub. Me había metido más coca que nunca. Estaba destrozada. Mariano acababa de mandarme a paseo. Era un momento crítico, ¿entiendes? Frank se coló por la puerta de atrás, como quien dice. Me supo escuchar para que me desahogase.
-¿Le hablaste de Bonnín?
-Se lo conté todo. Esa misma noche nos fuimos a la cama. No sé cómo pude hacerlo. Me dejé llevar. Fue para consolarme, ¿sabes? ¿Cómo se puede estar con una persona a la que detestas?
-¿Seguís juntos? ¿Cómo se toma él la relación?
-He tratado de hacerle ver que no puede esperar nada de mí.
-¿Te da dinero?
-Esa pregunta es indiscreta y de muy mal gusto, ¿no crees?
-Lo reconozco. Entenderé que no la quieras contestar.
-Sí, señor detective, me da dinero y no me avergüenzo de ello. Ese yanqui enano y perturbado es mi fuente de recursos ahora mismo. Él costea la coca y todos mis caprichos, que no son pocos. ¿Contento?
-¿Mató al matrimonio?
-¿Frank? ¡Ni de coña! Alguna vez bromeó con ello. Odiaba a Mariano, casi tanto como yo. Pero sigue pensando como un policía.
***
-¿Te has dado cuenta de que estamos investigando a una panda de tarados?
-Cómo está el patio, madre mía.
-Me encanta, Gabi. Ya hablas como una castiza de Chamberí.
-Se me pegan las expresiones de las mujeres que van al gimnasio.
-Las amas de casa son las portadoras de la sabiduría popular.
-¿Por qué has vuelto a llegar tarde?
-Saqué el Ford de su heterodoxo aparcamiento y luego lo puse a la sombra de un frondoso eucalipto en la calle Arturo Soria.
-¿Para qué fuiste allí?
-Para leer, cariño. Tomé los dos testamentos de mi Biblia particular, la de San Zafón y San Falcones, por turnos, primero el Antiguo y luego el Nuevo, y leí treinta páginas por barba, aspirando de vez en cuando su olor neutro.
-Eso empieza a parecer una obsesión. Una enfermedad.
-La literatura es la obsesión más enfermiza que existe.
-Pues tienes que ir al médico. A un psiquiatra…
-No, ya tengo mi medicina. Algunas religiones de nuevo cuño se desviven por captar prosélitos. En cambio Zafón y Falcones, los gurús de mi credo, tienen suficiente con escupirme a la cara sus cifras de ventas. ¡Así funciona el mundo! ¡Bienhallado sea el legado docente de su irrebatible triunfo! A partir de hoy esos dos tomos van a transformarse en el cuerpo de doctrina que dará aliento a mi fe. Parecen novelas, pero el apostolado que entrañan trasciende la mera ficción literaria. ¡Son La Biblia de los malditos!
***
-Nunca pensé hablar contigo así, con tanta confianza. Te veía sólo como policía.
-Y yo a ti como la hija de las víctimas. La vida da muchas vueltas. La culpa es de Fredy. Tiene una extraña habilidad para acercar posturas y que las personas intimen.
-Está claro. Te hace sentir en confianza.
-Te gusta, ¿verdad? Te has sonrojado. Perdona, Valeria, no debí decir eso.
-Da igual. Me gusta que seas directa.
-Fredy me lo ha pegado.
-Te he llamado porque… Necesitaba hablar contigo. Tú conoces toda la historia y eres mujer. Con mis amigas no puedo tratar estos temas. Nada que tenga relación con la muerte de mis padres…
-Entiendo. ¿Quieres hablar de Fredy?
-De él, de todo. Me siento… sola, ¿sabes? La conversación que Fredy y yo tuvimos en la terraza de Bailén, frente a la iglesia de San Francisco, me hizo sentirme guay. Me confié a él. Las cosas que le conté eran una carga para mí y en parte me liberé de esa carga.
-Me extraña que hayas pensado en llamarme para decirme eso…
-Sí, perdona. Hay otra cosa… Verás, yo estaba en la bañera. Me encanta. Puedo pasarme horas así. Me merecía un descanso, ¿sabes? He sacado adelante los últimos exámenes de la Universidad con nota.
-Supongo que no habrá sido fácil para ti superar la muerte de tus padres.
-Desde el verano venía pensando en irme de vacaciones.
-¿A dónde?
-A Venecia o Praga.
-Yo me pirro por ir a Praga.
-Al final la rutina me deja siempre atascada en Madrid. Tal vez ahora me vaya a algún sitio. Según marche la investigación.
-¿Confías en Fredy?
-Sí, me da buena espina. Creo que es un buen tipo.
-Es un perdedor simpático. Aunque, sí, podría ocurrir, a lo mejor nos enmienda la plana y nos deja como a inoperantes policías de homicidios.
-Por eso le contraté. Tú y ese inspector me parecéis buenos policías, pero pensé que no perdía nada contratando a un detective.
-Has hecho bien, desde luego. Desde que Fredy metió las narices se ha removido todo un poco. Sus métodos anárquicos a veces dan resultado. Yo en tu lugar habría hecho lo mismo. Me pregunto qué cosa has preferido contarme a mí en lugar de a Fredy.
-Pues que Nerón entró en el cuarto de baño, arrastrándose, y me llevé un susto de muerte. Le había enseñado a abrir y cerrar la puerta con el hocico, porque es muy inquieto y necesita corretear por la plaza y a veces yo no puedo acompañarle. Así no depende de mí, ¿entiendes? Esa tarde me sentía cansada para sacarle a pasear y estaba desesperada por tomarme un baño, así que Nerón había aprovechado su recién estrenada independencia. Pero sólo habían pasado unos veinte minutos, cuando sus garbeos duran por lo menos dos horas.
-¿Le pasó algo?
-Tenía los ojos en blanco y echaba espuma por la boca.
-¿Le envenenaron?
-Yo diría que sí.
-¿Quién pudo hacerlo?
-No lo sé. Por eso te he llamado.
-En lugar de llamar a Fredy…
-Bueno, vosotros no habéis cerrado el caso.
-Desde luego que no. ¿Quieres que le diga yo a Fredy lo del perro o se lo dices tú?
***
-¡Cualquiera diría que eres comisario de policía! ¿Cómo quieres que reaccione si entro en tu casa y te encuentro tumbado en el suelo, desnudo, junto a una botella de aguardiente de hierbas y un libro de Edgar Allan Poe?
-Que te zurzan.
-Anda, toma un poco de café, lo acabo de preparar.
-Estoy bien, José Luis, no insistas.
-Me has dado un susto de muerte.
-No es para tanto.
-Cuando llegué casi no tenías pulso. ¡Si esto no es un coma etílico que venga Cristo y lo vea!
-Tú siempre tan melodramático.
-¿Qué habría pasado si yo no tuviese una copia de la llave? ¿Te parece normal no dar señales de vida? ¿Ya ni siquiera contestas las llamadas? ¡Y mira tu casa, esto es una leonera! Si no se me hubiese ocurrido presentarme aquí la habrías palmado. ¿Qué te hizo perder los papeles?
-La maldita poesía del loco Poe.
-¿El cuervo?
-Es decir, yo mismo.
-¿Tú, el cuervo de Poe? ¡Venga, no digas sandeces! Lo que ocurre es que estás cansado. Deberías tomarte unas vacaciones.
-¿Por qué te sientes culpable?
-Porque soy tu amigo. Y te debo una… ¿Lo has olvidado? Te agradezco que intercedieses por mí en el asunto del adolescente.
-Le metieron pájaros en la cabeza. Presentó cargos por sus padres. La peña hace dinero con lo primero que se le pone a tiro.
-¡Puta demanda por acoso sexual!
-No había caso. No había pruebas.
-La verdad es que me acosté con él y lo sabes. ¿Por qué me ayudaste? Eres un tío legal.
-Cuando los padres vieron la tajada que podían sacar los cargos subieron a la categoría de violación. Se pasaron tres pueblos. La avaricia rompe el saco.
-Yo me lo pasé en grande con el chaval, pero todo fue consentido desde el primer momento. Por fortuna tu mediación salvó los trastos.
-Mi mediación, no. Una suma considerable...
-Bueno, en esos casos hay que aflojar la mosca, no queda otra.
-Pásame la pipa, anda. Encima de la mesa está el paquete de tabaco.
-¿Sigues fumando Apolo? Es demasiado seco para mi gusto.
-¿Qué sabes de Emma?
-Poca cosa.
-¿El nazi ha ido a verla?
-Eso tengo entendido. Anda, arréglate un poco. Pareces cualquier cosa menos un comisario de policía.
-Tengo que llamarla.
-¿Se puede saber qué os ha dado con esa mujer?