NUEVAMENTE ESTABAN SOBRE LA PISTA
Él creía que su participación había sido secreta y parecía imposible que nadie pudiese siquiera sospecharla. Por qué ahora andaban por ahí, preguntando? Qué significaba esa conversación en voz baja en aquel rincón? Quiénes estaban murmurando y qué? Le pareció distinguir a Ricardo Martín que cuchicheaba con Chalo y Elsa, mientras de vez en cuando miraban furtivamente hacia donde él estaba. Pero había tan poca luz que era difícil asegurarlo. Entonces entró otra persona que habría jurado era Murchison de no haber sabido que estaba en la universidad de Vancouver. Se inclinó hacia Anzoátegui, le sugirió algo al oído, y resultaba evidente que todos estaban al tanto de algo muy grave que me concernía. Después fueron llegando otros: parecía un velorio, pero el velorio de un cadáver aún vivo y sospechoso. Entre los recién venidos le pareció distinguir a Cio con Alicia, Malou con Graciela Berethervide, Siria, Kika que venía con Renée. Se apretaban cada vez más, la atmósfera era cada vez más sofocante, el rumor crecía, no porque subieran la voz (era siempre un cuchicheo) sino porque se sumaban.
Después llegaron Iris Scaccheri, Orlando y Luis, Emile. Tita. Y solo en un rincón, como esperando un veredicto sobre el crimen. Se había corrido el dato, era claro.
Quién era esa que trataba de entrar pugnando? Matilde Kirilovsky, pero la de antes, la de la facultad, cuando era una chica. Se empujaban, forzados por los que seguían llegando y todo era francamente desagradable, particularmente, para él ni qué decirlo. Los Sonis, Ben Molar, el Dr. Savransky, Chiquita, los Molins, Lily con José y otros que a esa altura más eran presunciones suyas que imágenes nítidas.
Entonces perdió el conocimiento, hundiéndose en un pozo. Despertó gritando.
Largo tiempo tardó en desprenderse de los residuos de aquella pesadilla, se le fueron borrando poco a poco rostros, carcomidos por los poderes de la vigilia. Pero su angustia, en lugar de atenuarse pareció aumentar pues veía que el crimen se propagaba de día en día a través de su territorio nocturno, con policías e interrogatorios rada vez más apremiantes.
Se levantó con pesadez, se lavó la cabeza con agua fría y salió al jardín. Estaba amaneciendo. Los árboles, a diferencia de los hombres, recibían las primeras luces con su apacible nobleza, la de los seres que (suponía) no sufren esa aventura siniestra de todas las noches.
Permaneció largo tiempo sentado al borde de un cantero. Hasta que entró en su estudio y se hundió en un sillón, mirando la biblioteca. Pensaba la cantidad de libros que ya no volvería nunca más a leer antes de su muerte. Después, haciendo un esfuerzo, se incorporó y tomó el Diario de Weininger, que había observado desde su sillón. Lo abrió al azar y leyó una palabras de Strindberg, en el prólogo: «Ese hombre extraño y misterioso! Nacido culpable como yo. Porque he venido al mundo con una mala conciencia, con miedo a todo, a los hombres, a la vida. Creo que he cometido algo malo antes de haber nacido».
Lo cerró y volvió a hundirse en el sillón. Después de un tiempo se puso nuevamente en cama.
Cuando despertó era casi de noche, y tenía apenas el tiempo para la cita con la mujer de LA TENAZA. Cuando la encontró, tuvo una alarmante impresión: en la oscuridad, entre los árboles de la calle Cramer, le pareció ver la fugitiva sombra de Agustina.