CAMINABA LENTAMENTE HACIA LA PLAZA BOULOGNE-SUR-MER
cuando sintió detrás a Beba que gritaba su nombre: «Escuchá, caramba!» No, hacía ya mucho tiempo que Marcelo se había ido.
No, nadie sabía lo que pasaba.
Todo era complicado porque él nunca hablaba con nadie, vos sabés.
Se calló y se quedó mirándolo, con tristeza: ya no era la Beba brillante de otro tiempo o por lo menos de otros lugares. De hacía un rato, sin ir más lejos.
—Necesito verlo.
Bien, ya ella se lo diría en cuanto apareciese, en cuanto llamase por teléfono.
No, no sabía dónde podía estar viviendo, desde que dejó su cuarto y se llevó sus cosas.
Tenía miedo.
Miedo? De qué podía tener miedo?
No sabía, una vez había estado en su cuarto alguien así y así.
S. pensó en el muchacho de la reunión: era bajito, era morocho y muy mal vestido?
Sí, así era.
Tenía una impresión, la Beba.
Cuál?
Que ese muchacho era guerrillero.
Por qué?
Era una impresión. Pequeños indicios.
Pero Marcelo no era alguien para estar en una organización de guerrilleros, le explicó Sabato. Se lo imaginaba matando a alguien, llevando una pistola?
No, claro que no. Pero podía hacer otras cosas.
Qué cosas.
Ayudar a alguien en peligro, por ejemplo. Ocultarlo. Esa clase de cosas.