NUEVAMENTE SUS PASOS LO LLEVARON HACIA LA PLAZA
y sentándose en un banco contempló la mole circular de la iglesia contra el cielo de niebla y llovizna. Lo imaginaba a Fernando rondando en la madrugada aquella entrada del mundo prohibido, y entrando por fin en el universo subterráneo.
Las criptas. Los Ciegos.
Von Arnim, le vino a la mente: nos componen muchos espíritus y nos acechan en los sueños, profieren oscuras amenazas, nos hacen advertencias que es difícil entender, nos aterrorizan. Cómo pueden ser tan extraños a nosotros como para llegar a aterrorizarnos? No salen acaso de nuestro propio corazón? Pero, qué era «nosotros»?
Y esa fascinación que a pesar de todo nos induce a evocarlos, a conjurarlos, aun sabiendo que pueden traernos el pavor y el castigo.
No, no lograba recordar lo de von Arnim. Algo como si nos espiaran desde un mundo superior, seres invisibles que sólo la imaginación poética podía hacer perceptibles. La videncia. Pero si esos monstruos invisibles, una vez invocados, se lanzaban sobre nosotros sin que pudiéramos dominarlos? O nuestro conjuro no es el exacto y resulta incapaz de abrir las puertas de los infiernos; o es exacto, y entonces corremos el riesgo de la locura o de la muerte.
Y qué le pasaba a von Arnim con sus escrúpulos morales? Y a Tolstoi? Siempre la misma historia. Pero lo que decía, lo que decía. La fe del creador en algo todavía increado, en algo que debe sacar a luz después de hundirse en el abismo y entregar su alma al caos era sagrada? Sí, debía serlo. Y nadie debía impugnarla. Ya bastante castigo le era impuesto por lanzarse a semejante horror.
El viento barría una llovizna helada.
Fue entonces cuando la vio caminar como una sonámbula por la plaza hacia uno de aquellos zaguanes viejos cerca del ÉPSILON. Cómo podía no reconocerla? Alta, con su pelo renegrido, con sus pasos. Corrió hacia ella, hechizado, la tomó en sus brazos, le dijo (le gritó) Alejandra. Pero ella se limitó a mirarlo con sus ojos grisverdosos, con la boca apretada. Por el desdén, por el desprecio?
Sabato dejó caer sus brazos y ella se alejó sin volverse. Abrió la puerta de aquella casa que tan bien él conocía y la cerró tras de sí.