AL SALIR
S. pasó al lado de la mujer y ella cerró el libro y lo puso a un costado (como para que él leyera su título?). Era un volumen grande, encuadernado, con una brillante sobrecubierta en colores, la reproducción de un cuadro que parecía de Leonor Fini: en un lago especular, había una mujer desnuda, de gran cabellera platinada contra un crepúsculo rojo, rodeada de lunares pájaros carniceros, de ícticos y alucinados ojos. El título lo sobrecogió: LOS OJOS Y LA VIDA SEXUAL. Una vez en la calle comenzó a cavilar. Desde que había visto entrar en ese café al Dr. Schneider y en seguida a Costa, no dejó de vigilarlo y visitarlo el peligro. Y ahora, al citarlo a Bruno, se producía un nuevo hecho significativo.
Pensaba: Schneider, al verlo salir de Radio Nacional, entró precipitadamente en el café, pero no con la suficiente rapidez como para que no lo identificara. Sin embargo, conociéndolo, era también imaginable que todo estuviera previsto con astucia: lo había seguido y luego esperado en la esquina, para entrar en el bar con rebuscada precipitación, pero en realidad con el tiempo indispensable para que S. lo reconociera. El hecho de que después llegara el Nene Costa agravaba el episodio, porque sabían que él iría por Radio Nacional. Cómo?
Luego —seguía cavilando—, Schneider calculó que S. iría a husmear por la quinta de Costa y otra vez por LA TENAZA. Manda entonces a esa mujer como carnada y espera el próximo paso, el que acababa de dar.
Claro, era un conjunto de suposiciones que podía responder a una verdad pero también a un conjunto de coincidencias. Era posible que Schneider no lo hubiera seguido, que estuviese en aquella esquina por motivos equis y que realmente hubiese querido rehuir su encuentro.
Sin embargo, esa noche no pudo dormir. Y, cosa curiosa, volvía a su imaginación el crimen de Calsen Paz. Pero los detalles cambiaban. Bajo la dirección o vigilancia de un Schneider no ya grosero sino siniestramente severo, Calsen se convertía en Costa, la pobre chica de barrio se convertía en la mujer de LA TENAZA, hermana y amante de Costa. Mientras que Patricio, ambiguamente, asistía al momento en que Costa clavaba la lezna primero en los ojos del muchacho amarrado y luego en el corazón, revolviendo la lezna con mecánica perversión.