Abecedario económico esencial

Podemos resumir la elaborada y extensa reflexión sobre las religiones universales del mundo que Weber desarrolla a partir de las interconexiones entre la ética económica propuesta por las creencias religiosas y el «tipo» especifico de «espíritu» económico que habita las sociedades en las que interactúan estos factores.

Para hacerlo, resulta conveniente darle al lector un dispositivo de «comprensión» más fácil y adaptado al aprendizaje de las primeras nociones básicas de una lengua —la de la «sociología económica de las religiones» de Weber— que se extiende por una compleja serie de obras que custodian, como diccionarios analíticos, instrumentos de investigación y estrategias de «legibilidad»: desde La ética protestante y el espíritu del capitalismo (1905)[50] a Economía y sociedad (póstumo, 1922), pasando por la serie de ensayos de su Sociología de la religión. Tras realizar, hasta aquí, los recorridos analíticos en los ámbitos de investigación preferidos por el autor, solo nos falta definir las palabras esenciales del discurso weberiano sobre economía, religión y sociedad, útiles para dar una imagen instantánea del tiempo en el que Weber se interesó «unívocamente» por este orden determinado de factores causales.

  1. de Acción social racional respecto al objetivo. Es una acción orientada (subjetivamente) por «fines» deseados y considerados racionalmente como consecuencias del empleo de «medios» (subjetivamente) eficaces para alcanzar esos «fines». Es una acción exhaustiva basada en la prescripción de unos medios —todos necesarios para el objetivo— y está determinada por las «expectativas» sobre el comportamiento de los objetos y de los demás individuos del mundo externo.

    La acción económica capitalista de la sociedad burguesa occidental moderna es una acción racional «formal» orientada sistemáticamente y sin interrupción al objetivo ya que es «un acto económico (…) que se apoya en la expectativa de ganancia resultante del juego de recíprocas posibilidades del intercambio, en clásicas probabilidades pacíficas lucrativas». Ello se distingue, también en sus formas históricas, de la acción económica racional «material» que está orientada a exigencias concretas «éticas, políticas, utilitarias, hedonistas, estamentales, igualitarias o de cualquiera otra clase»[51] y por la cual la función formal del cálculo monetario está subordinada, o incluso es contradictoria respecto a los objetivos (modelo socialista).

    El comportamiento económicamente racional respecto al objetivo sobre el que, en opinión de Weber, descansa el capitalismo burgués occidental es el definido por la ética calvinista de la «ascesis intramundana»: la versión reformada de la ascesis mística católica tradicional, dirigida a la persecución de la salvación en el otro mundo por medio de rezos, sacramentos y obras de caridad. En la práctica ascética calvinista, en cambio, la esencia mundana de la existencia del hombre hace indispensable en su comportamiento para la glorificación de la voluntad divina la persecución más coherente y recta de la acción en el mundo, de ahí el vuelco del concepto tradicional de ascesis: de ultramundana, de la vida espiritual y de lo trascendente, a intramundana, relativa a la vida terrenal y a lo inmanente.

  2. de Beruf: palabra alemana que comprende una ambivalencia semántica.

    Beruf como «vocación»; Beruf como «profesión». En ambos casos, tomado de la historia cultural moderna y la adecuación de las premisas religiosas del término en la secularización de la sociedad, señala una dedicación apasionada a una tarea por la que nos sentimos atraídos. Weber encuentra el origen de esta ambivalencia en la ya famosa frase de Lutero (1517): «Que cada cual permanezca en la profesión (Beruf) donde estaba cuando fue llamado (berufen)».

    En esta expresión se resume la base de la interpretación weberiana de los orígenes protestantes y del desarrollo calvinista de la mentalidad económica capitalista que domina el mundo moderno. La dedicación al trabajo como forma laica de cumplir con la prescripción religiosa de perseguir el éxito mundano para obtener la salvación a la que Dios destina al hombre. Weber utiliza este mismo principio para reflexionar y entender la profesión política y la ciencia como «vocación» a la que dedicarse con la máxima rectitud: «Debemos ponernos a trabajar y satisfacer, como hombres y como profesionales, las “exigencias de cada día”»[52].

  3. de Capitalismo, moderno, burgués y occidental (europeo y estadounidense): «la organización racional del trabajo formalmente libre», cuya peculiaridad consiste en la institución de la empresa industrial. Esta, además de a las coyunturas del mercado, le debe su peculiar desarrollo a otros dos elementos determinantes: «la separación de la administración doméstica de la industria (que actualmente es un principio básico de la vida económica) y la consecuente contabilidad racional». Pero es a la organización del trabajo a la que el capitalismo occidental contemporáneo de Weber le debe su peculiar desarrollo, estrechamente conectado al nacimiento de la burguesía occidental —es decir, del proletariado industrial—. Como corolario de causas simultáneas a la principal del trabajo, Weber reconoce la importancia decisiva del desarrollo de las posibilidades técnicas y —en el plano de la contabilidad y de la administración formal de la empresa— el de las normas del derecho.
  4. de Desencantamiento del mundo moderno: Weber resume en esta expresión el proceso, investigado por él mismo, de racionalización de las manifestaciones culturales en la civilización occidental a lo largo de su historia hasta principios del siglo XX. Solo en Occidente —aunque también se cultivaran las ciencias empíricas en la India, China, Egipto y «Babilonia»— a partir de la cultura helénica, la ciencia, el derecho, el arte, incluso la música y la tipografía alcanzaron un alto grado de desarrollo y especialización. Esto se demuestra con mayor evidencia en la institución del Estado y de la burocracia, así como, por supuesto, en el sistema económico capitalista, las dos formas más características del racionalismo moderno. Así fue como el mundo moderno occidental recorrió en su historia —y está alcanzando en el siglo XX de Weber— el máximo nivel de vaciado de fuerzas mágico-sagradas que lo habitaban desde la Antigüedad, convirtiéndose en un simple objeto y escenario de la acción del hombre. El desencantamiento tuvo, de hecho, varias fases en la historia occidental y en la de las demás religiones universales estudiadas por Weber, pero la etapa que alcanzó en la modernidad europea y estadounidense supuso la posterior superación del «racionalismo religioso» de la Iglesia reformada y del positivismo científico decimonónico. Con la progresiva secularización de los órganos religiosos y la especialización de la ciencia y la técnica, ese proceso que ya dura miles de años parece encontrar su manifestación emblemática únicamente en el mundo moderno occidental, el cual, en cambio, para Weber, no es el mundo de la perfección conseguida, sino un mundo desgarrado por conflictos de valores y de formas de existencia. El hombre moderno —y él mismo— viven como en una «jaula de hierro» a la que la ciencia, sustituta de la divinidad, no sabe dar soluciones definitivas, ideas de salvación y de liberación.
  5. de Ética económica de las religiones. Según Weber, no se trata del compendio doctrinario de las teorías teológicas de las diferentes religiones, sino del conjunto de componentes psicológicos y las prácticas que influyen en la acción social racional de los individuos. Estas pueden ser no solo de carácter socioeconómico, sino también de tipo histórico, político, nacional o geográfico. En el caso de la ética económica protestante, Weber destaca cómo —por la especificidad de las conexiones entre factores religiosos y factores pragmáticos socioculturales— se define, particularmente en los orígenes, no como una:

    técnica vital, sino como una «ética» especifica, y el hecho de quebrantarla es una omisión del deber (…) es un verdadero ethos lo que da a entender.

    El propio «espíritu» del capitalismo occidental moderno «deriva», a juicio de Weber, del protestantismo ascético, en especial del calvinismo, el cual reconoce en la búsqueda del deber profesional (cfr. Beruf) y en el éxito la señal terrena de la salvación divina, de otro modo ininteligible. Una vez alcanzada la hegemonía en la vida económica, el ordenamiento capitalista actual es «un cosmos excepcional en el cual el hombre nace» y «en donde habrá de vivir». El ethos económico del deber profesional se le enseña según un largo proceso educativo como una obligación moral «social» para con el objeto de su actividad profesional.

Este es, por tanto, el mundo moderno actual «en el» que actúa el individuo heredero del progresivo laicismo de la ética económica en el sentido de un verdadero ordenamiento económico codificado y vinculado al desarrollo de la técnica para el crecimiento cada vez mayor de la producción industrial en base técnico-formal del cálculo monetario. Para describirlo con un léxico menos rígido que el sociológico y dar una imagen que se ajuste más a las contingencias reales de la modernidad por «cómo es» y no por el tipo ideal que la convierte en icono, a Weber solo le queda basarse en las conclusiones premonitorias y trágicas del Fausto de Goethe. El mundo moderno capitalista y monopolista es, para la humanidad forzada por la racionalización económica, una «jaula de hierro» que le impone a cada individuo «tener que» ser profesional allí donde, por el contrario, el puritano lo «quiere ser»[53].

El capitalismo sale así victorioso, aunque completamente despojado del manto ético del espíritu de la ascesis protestante. En el mundo cada vez más desencantado por la ética religiosa, asimismo mundana y laica como la calvinista, los hombres persiguen el beneficio sin fines morales. Este se convierte en una búsqueda no de medios para glorificar a Dios o para llevar una vida terrenal de forma ética, sino de fines por sí mismos. De aquí surge el riesgo al que se enfrenta la sociedad occidental moderna en la que vive el propio Weber y que ve habitada por hombres que fueron educados durante generaciones en el mismo espíritu capitalista desencantado y éticamente desorientado.

Sin aventurar profecías infundadas empíricamente ni pretender señalar con este estudio una conclusión definitiva de la investigación sobre los orígenes del capitalismo moderno, la cual podrá ser siempre objeto de nuevas reflexiones basadas en los nuevos puntos de observación, Weber también intenta mirar más allá de los barrotes de la jaula de hierro donde se perfilan los «últimos hombres de esta evolución de la civilización».

No es posible predecir dónde ni quién sea el que llene el cofre vacío; tampoco es previsible si al cabo de tan inaudito movimiento evolutivo reaparecerán seres con el don de la profecía y si llegará el día en que se podrá presenciar un vigoroso resurgimiento de aquellas ideas e ideales de antaño. También puede que ocurra a la inversa, que una ráfaga cubra todo, petrificándolo de un modo mecanizado y se produzca una convulsión en la que, en su totalidad, los unos pelearán con los otros. En semejante situación, los últimos supervivientes de esta etapa de la civilización podrán atribuirse estas palabras: «especialistas desprovistos de espiritualidad, gozantes desprovistos de corazón: estos ineptos creen haber escalado una nueva etapa de la humanidad, a la que nunca antes pudieron dar alcance»[54].

En el patrón evolutivo que de la magia llega hasta la ciencia pasando por la religión, Weber insinúa el «desencantamiento» por el destino positivo y positivista que el paradigma del progreso técnico parece imponer en la fase contemporánea de la civilización occidental. En la sociedad desencantada, sin Dios ni profetas, no existe ni la perfección ni la absoluta coherencia, es más, todo parece demostrar lo contrario: no hay posibilidad de darle sentido a una gracia aún por venir y a los objetivos de la acción terrena, la humanidad vive en un continuo conflicto entre sistemas opuestos de valores que intentan afirmarse los unos sobre los otros, sin por ello poder «presumir» de una justificación que pida un diseño divino inescrutable.

Para Weber, es la ciencia quien ha de facilitarle al hombre las herramientas técnicas para dominar el mundo en sus manifestaciones conflictivas y la vida en sus incertidumbres mundanas. Seguidamente, a la ciencia social le compete comprender el significado de la acción de los hombres, las condiciones y los medios empleados para conseguir los objetivos establecidos por los diferentes sistemas de valores y criticar de forma empírica estos últimos en relación a las visiones del mundo que contraponen. Sin embargo, es tarea de la política abordar la realidad en su naturaleza caótica y conflictiva, responder a la irracionalidad del mundo y actuar en este de forma racional «respecto al objetivo» y de manera ética «respecto al valor», para la persecución del ideal humano como forma de vocación intelectual.

En sus últimos años de vida, entregados a la ciencia, Weber asimismo les dedica a estas expresiones de la vocación profesional —la del científico y la del político— las reflexiones más vinculantes sobre la actualidad del mundo lacerado por la primera guerra mundial. Todos estos niveles de sistematización de su pensamiento —especialmente sobre la relación entre economía y ordenamientos sociales, cuestión que lo enfrenta a sus compañeros del socialismo de cátedra—, mientras aún elabora sus reflexiones sobre la sociología de la religión en mitad de la evolución político-social de la Alemania de su tiempo, se recogen en la que ya en numerosas ocasiones ha sido catalogada como la summa de su pensamiento teórico y científico, Economía y sociedad. A estas alturas de nuestro volumen, intentaremos recoger los pasajes que hablan de la sistematización principal de los estudios realizados en el campo social y político, dada la imposibilidad de expresar en solo unas pocas pinceladas toda la complejidad y la densidad de esta obra monumental.