La «objetividad» de la ciencia del conocimiento contra el «objetivismo» de sus condiciones

La pregunta de la legitimidad científica de las disciplinas histórico-sociales es el nudo central en torno al cual gira toda la disputa sobre el método del que se ha hablado. De hecho, antes de poder elaborar hipótesis metodológicas y analíticas en el ámbito de la investigación histórica y de la social, Weber, al igual que los demás, tiene que hablar de la definición misma de estas disciplinas, de las condiciones que las hacen necesarias y autónomas en el desafío moderno de los saberes para entender la realidad.

En oposición explícita a la teoría romántica de una de las más ilustres voces que animan el debate de la época, la de Wilhelm Dilthey, Weber emprendió la consistente tarea de elaborar una «doctrina de la ciencia» (Wissenschaftslehre) que combinara los aspectos más positivos y productivos de las diferentes escuelas de pensamiento a las que en gran parte debe su formación con el ejercicio cotidiano de sus investigaciones. Si todo lo que afirmó Dilthey es cierto, y destacado en parte por la escuela histórica sobre la autonomía y la distinción de las ciencias histórico-sociales de las naturales, a Weber también le parece cierto que esta afirmación no tenga su razón de ser en los mismos presupuestos diltheyanos.

Weber, en efecto, no distingue las «ciencias del espíritu» —historia, sociología y psicología— de las naturales basándose en su objeto —el hombre y la realidad interna del espíritu contra el mundo externo de la naturaleza—. No las diferencia tampoco en función del método que deriva de esta distinción, es decir, asumiendo que el objeto de las ciencias histórico-sociales sea la única realidad interna del espíritu, se deduce que para conocer ese objeto son suficientes la intuición y la experiencia inmediatas. Es más, Weber escribe, refiriéndose a algunos editores y colaboradores del círculo del Archivo, que su «error» teórico reside en el hecho de creer que:

«nada humano les sea ajeno» en este aspecto. Pero de esta confesión de debilidad humana a la creencia en una ciencia «ética» […], que hubiera de producir ideales extraídos de su materia, o normas concretas por aplicación a su materia de imperativos éticos generales[16].

Contra la pretendida intuibilidad inmediata y simpatética entre el individuo y sus manifestaciones (psicologismo), Weber declara el valor empírico de cada objeto de la realidad para las ciencias histórico-sociales y otra distinción en el plano del método de las ciencias naturales respecto a la propuesta de Dilthey. La mediación que permite, sin embargo, salvar las líneas fundamentales de esta última y que Weber encuentra acordes —como diciendo: «no tiréis al niño con el agua sucia»— se debe a las adquisiciones que los alumnos de Dilthey, Wilhelm Windelband y, en especial, Heinrich Rickert, ayudaron a aportar al método del maestro. Algunas palabras clave de esta mediación durante la discrepancia son: la «objetividad» y la «individualidad» de las ciencias histórico-sociales frente al «objetivismo» y la «universalidad» de la propuesta diltheyana.

De esta distinción positiva de las premisas teóricas deriva, por tanto, la definición del ámbito y del método empírico de la investigación weberiana. Esta se basa en el principio de «relatividad» de los criterios de «elección» que dependen exclusivamente de los intereses subjetivos e individuales del investigador y de la relevancia del «significado» de su objeto de estudio, aislado de la infinidad de otros objetos considerados no relevantes, «insignificantes» desde su punto de vista. Por esta razón, el conocimiento de la realidad histórico-social así entendida es siempre «prospectiva» al considerarse desde un punto de vista particular; y «asistemática» porque está orientada hacia/por su objeto de estudio concreto y por la validez que le ha atribuido la elección del investigador.

El carácter «asistemático» de las premisas empíricas de la investigación weberiana junto con su naturaleza subjetiva ponen en tela de juicio las pretensiones de la investigación histórica dada a priori y señalan, por el contrario, su «complejidad»: el enfoque específico del análisis deriva del interés historiográfico relativo a la pregunta desde el punto de vista «unilateral» de su desarrollo en la historia y en conexión con los demás puntos de vista posibles. Al surgir la inevitable definición de un ámbito de investigación entre todos los posibles, Weber define más ampliamente qué es, pues, la Cultura teórica y filosóficamente considerada diferente que la Naturaleza y, por tanto, diversamente inteligible en el plano metodológico. Descartando la simplificación del ámbito de las «ciencias del espíritu» versus las «ciencias de la naturaleza» y reformando la supuesta adopción acrítica del método empírico de las segundas por parte de las primeras según la sociología positivista, Weber revela la compleja composición de los fenómenos culturales que constituyen la realidad. Así, los posibles campos de estudio sobre los fenómenos, objetos, datos culturalmente diversos entre sí se multiplican y se amplían sobre un área de investigación que ya no «está comprendida» en el pequeño perímetro de edificación de un único edificio teórico. A la hora de definir la Cultura, un complejo de culturas de caracteres plurales y múltiples, Weber pone de relieve la multiplicidad no solo de los fenómenos con los que se manifiesta la realidad, sino también de las ciencias de la cultura legitimadas para su comprensión:

allí donde se afronta con nuevos métodos un problema nuevo y se descubren de ese modo verdades que abren nuevos puntos de vista significativos, allí surge una nueva «ciencia»[17].

Así pues, manteniendo la legitimación científica de Dilthey, pero teniendo en cuenta las intuiciones de Rickert, Weber sienta las bases para una estructura metodológica exclusiva de las ciencias histórico-sociales. Los pilares de esta estructura son: la «inagotabilidad» de los mismos fenómenos empíricos —es decir, el reconocimiento del estatuto de objeto de estudio a todo aquello que entre en el ámbito de observación y de «interés» del investigador—; la subjetividad del «punto de vista» del investigador, unilateralmente llamado a aislar de la infinidad del mundo, por cómo se presenta, una sección finita del ámbito que lo ocupa; por último, el «objetivo» del estudio —es decir, asignar un significado cultural a ese fenómeno particular escogido en su especificidad dentro de la complejidad de la realidad.

En su complejo sistema de conexiones, las ciencias histórico-sociales tienen así una doble legitimación: por una parte, el objetivo epistemológico de comprender, rastreando y analizando de manera individual, las igualmente múltiples complejidades del mundo real, de donde nace la definición weberiana de «ciencias comprensivas»; por otra parte, la posibilidad de desbancar del plano de la realidad el conservadurismo político-ideológico de la escuela histórica, o la injerencia directa de la ciencia en la administración política de la cosa pública, basándose en las conceptualizaciones según Weber consideradas como ingenuas de los resultados lógico-empíricos de los estudios en el amplio ámbito de las ciencias de la realidad.

Para responder a eso y, sobre todo, a fin de hacerlo siguiendo los criterios de objetividad científica indiscutibles, y capaces de hacer ampliamente inteligibles y válidos los conocimientos a los que llegan, las ciencias histórico-sociales se apoyan en dos condiciones concretas de objetividad: la «explicación causal» y la «neutralidad valorativa».