Los «tipos ideales»: las categorías weberianas de la «comprensión»
Ahora podríamos darle una vuelta más al edificio de los saberes histórico-sociales para entender algo más. ¿En qué varía el posicionamiento de las ciencias histórico-sociales tras la intervención de Weber en los éxitos de Dilthey y Rickert en el estatuto de legitimidad y autonomía de estas como ciencias positivas diferentes de las naturales? El edificio de la Historia donde residían, en su origen, como sirvientas del único saber, se ha ido ordenando poco a poco hasta aquí. Pero ¿cómo?
En primer lugar, la reestructuración weberiana afectó a los canales de comunicación entre las disciplinas. Por un lado, esta resulta ser una operación de método en tanto que rompe las lógicas de conexión disciplinarias preestablecidas que anticipaban la dirección, la intensidad y la reciprocidad de contactos entre las ciencias en función de los supuestos objetos específicos y sistemas a priori de relación «causal» entre los diferentes factores en cuestión. Por el otro, la operación de Weber dio resultados importantes en el plano de la legitimación teórica de las ciencias histórico-sociales. Precisamente contra la predeterminación de la entidad y de la naturaleza de las conexiones analíticas entre las disciplinas, el carácter «causal» desmantela las jerarquías disciplinarias que establecen de antemano qué componentes considerados en su conjunto tenían un mayor peso, cuáles se habían de tener en cuenta antes, cuáles después y cuáles nunca. Si aceptamos la hipótesis weberiana que dice que la conexión es, por el contrario, «condicionada», «causal» e «individual» para la relación con nuevos problemas y situaciones y que pueden constituirse nuevas disciplinas, transformarse y variar su perímetro de acción, esto explica entonces el tipo de «regulación» que el método weberiano le da a las ciencias histórico-sociales para fundamentarlas de manera objetiva. Es decir, se trata en realidad de una regulación epistemológicamente variable con arreglo a las condiciones subjetivas de investigación, pero asimismo necesarias para el uso instrumental del conocimiento histórico para autenticar las posibilidades objetivas del fenómeno considerado y hacerlo inteligible a todo el mundo. Lo que significa:
Es y seguirá siendo cierto que una demostración científica metódicamente correcta en el ámbito de las ciencias sociales, si pretende haber alcanzado su fin, tiene que ser reconocida también como correcta por un chino[26].
La ciencia histórica, en consecuencia, se funda como saber «nomológico» en el momento en que Weber la surte de herramientas analíticas refrendadas e inteligibles, los «tipos ideales», «cuadros conceptuales uniformes» del comportamiento de un fenómeno empíricamente observable en la realidad. Como «imputación» de consecuencias concretas a causas específicas, el conocimiento causal debe emplear las «regularidades» de las conexiones causales identificadas, como en el ejemplo de la batalla de Maratón.
Pero ¿qué son estos principios generales que debería entender incluso un chino, quien en cambio podría «carecer de “oído” para nuestros imperativos éticos»?[27] ¿Y cómo funcionan en la investigación «individual» de las ciencias histórico-sociales, sobre todo si en el sistema empírico weberiano aquellos se contraponen a las lógicas de sus análogos en las ciencias naturales positivistas? Weber llama «tipos ideales» a los modelos empíricos que describen una determinada homogeneidad, evidentemente, «ideal» del comportamiento de un fenómeno observable dado en su devenir histórico. Estos son una versión analítica e instrumental de ese fenómeno, son las «abstracciones» empíricas puras en un cuadro coherente de determinación, al contrario de lo que se proponen las ciencias naturales que, en cambio, deducen el principio empírico de un caso particular a partir del conocimiento de leyes-modelos universales a las que recurren como supuestos válidos para esa «constelación individual» de fenómenos análogos. Para las ciencias de la cultura, los «tipos ideales» no solo no pueden considerarse en modo alguno coherentes con el comportamiento de sus homólogos en la realidad, con los que no obstante guardan una relación exclusiva de comparación analítica, sino que además, el carácter de «individualidad» del significado específico del suceso considerado impide la elevación teórica de los «tipos ideales» a leyes universales que expliquen la configuración de la realidad.
[El «tipo ideal»] No es una exposición de lo real, pero pretende proporcionar a la exposición medios de expresión unívocos. […] Se obtiene intensificando unilateralmente uno o varios puntos de vista y reuniendo una multitud de fenómenos singulares difusa y discretamente esparcidos unos más en un sitio y otros menos en otro, pero en modo alguno esporádicamente, que se acomodan a aquellos puntos de vista unilateralmente destacados en una imagen ideal en sí unitaria[28].
De hecho, como prueba de la validez empírica de dicha comparación exclusivamente «ideal», las ciencias histórico-sociales contemplan la posibilidad de que el fenómeno real encuentre una dirección diferente de interpretación respecto a las hipótesis iniciales, basándose precisamente en el procedimiento metodológico weberiano según el cual, el «tipo ideal» debe compararse con el fenómeno de la realidad por su significado específico en «relación de valores». En la comparación empírica se procede, como ya hemos explicado, por exclusiones progresivas «en abstracto» de elementos, datos y factores causales sugeridos por el modelo típico-ideal respecto al fenómeno estudiado en la realidad y, al final de dicho procedimiento, se declara la adecuación o no entre las condiciones materiales de existencia del fenómeno en la realidad y el correspondiente comportamiento típico-ideal con el que se compara. Volviendo a Maratón, Weber debe aplicar y suponer el principio de la analogía conductual para establecer el valor de la victoria de los griegos, o sea, solo suponiendo que, de haber ganado, los persas se habrían comportado en Grecia como hicieron sistemáticamente en otras partes con otros pueblos sometidos.
El saber nomológico así definido no es el fin de las ciencias históricas, sino un medio metodológico del que estas se sirven. Justo en esa emblemática especificación del «tipo ideal», no como fin sino como medio de la investigación histórico-social, es donde radica el común denominador de las diferentes disciplinas que habitan, según disposiciones y conexiones variables, el edificio de las ciencias de la cultura. El funcionamiento metodológico del concepto «abstracto» y «utópico» como «tipo ideal» a partir del cual determinar su significado cultural «individual» y el conocimiento de las conexiones causales «condicionadas por esas ideas de valor». Lo que excluye como fin de la investigación tanto un juicio de valor sobre el fenómeno como la posibilidad de una explicación universalmente válida, y reconoce como «deber elemental» del investigador el «autocontrol científico», es decir, la capacidad de distinguir la lógica comparativa de la realidad en «tipos ideales» de la valoración de la realidad basándose en ideales, los «juicios de valor». En resumen, el tipo ideal se entiende aquí como un concepto-límite: «concepto» porque pertenece al orden epistemológico de una construcción coherente y no contradictoria de los esquemas «comprensivos» de los fenómenos de la realidad (carácter nomológico); y «límite» porque es llevado empíricamente al nivel de máxima «abstracción» y generalización respecto a las variables empíricas consideradas por el procedimiento analítico weberiano (carácter de objetividad empírica). Con la fantasía, en parte «orientada y disciplinada con miras a la realidad», y con el estudio más profundo y amplio de la historia es como el científico weberiano puede crear estos conceptos por niveles de validez variable y llegar a entender el significado cultural de la realidad en sus configuraciones históricas, por un lado, y en sus manifestaciones por especie de objetos, por el otro.
Por ejemplo, del concepto de «cristianismo en la Edad Media» indica:
si pudiéramos llevar a cabo por completo su exposición, evidentemente un caos de conexiones de pensamientos y sentimientos de toda índole infinitamente diferenciadas y sumamente contradictorias, a pesar de que la Iglesia de la Edad Media pudo sobre todo conseguir en el más alto grado, por cierto, la unidad de la fe y de las costumbres. Si se plantease la cuestión de que haya sido en este caos el «cristianismo» de la Edad Media, con el que, sin embargo, hay que operar a cada paso como con un concepto inmóvil, de donde está lo «cristiano» que hallamos en las instituciones medievales, mostraríase enseguida que también aquí se viene empleando en cada caso particular una mera imagen intelectual creada por nosotros[29].
Es un proceso que Weber teoriza y, como puede verse, aplica con cierta coherencia en las investigaciones contemporáneas de sociología de la religión, pero que justo en esta fase demuestra un nivel superior de dificultad. En el plano de la individualización de los «tipos ideales» de los fenómenos sociales estudiados, la sociología parece reclamar, principalmente cuando se aplica a casos actuales, una legitimación científica específica entre las disciplinas sociales de carácter histórico ya admitidas en el edificio de las ciencias de la cultura como sede disciplinaria donde se busca una verdad, que reclama la validez de una ordenación lógica de la realidad empírica aun para los chinos, siguiendo nuestro ejemplo[30].