Organizar el edificio de las ciencias histórico-sociales: Weber y el método
No se puede esperar comprender el trabajo de Max Weber en su compleja totalidad si antes no se tiene claro el contexto en el que se dedica con especial pasión y precisión analítica a definir las ciencias sociales, sus objetos y métodos de trabajo.
Naturaleza y cultura, ciencias naturales y ciencias sociales, historia y sociología son los términos clave del debate intelectual que se expande por la cultura alemana, al menos en las dos últimas décadas del siglo XIX, en torno a los temas y métodos útiles para comprender la realidad en sus manifestaciones históricas y significados existenciales: del derecho a la religión, de la política a la experiencia estética y, por encima de todos, la economía. La primera razón, por tanto, por la que el joven Weber no puede ignorar —y esta premisa no puede no tenerla en cuenta— las posturas asumidas y las teorías propuestas por las distintas escuelas de pensamiento es que, en los años en los que estalla el debate, él está inmerso directamente «en el campo» de la investigación, el cual le permite formarse una vasta conciencia histórica de primera mano en cuestiones muy específicas. Las principales posiciones que se enfrentan en el debate y que un joven estudioso como él debe contemplar si quiere concretar científicamente los objetos de su investigación y tomar posición en el mundo académico pueden ser diferentes, en líneas generales, en tres corrientes fundamentales —a pesar de que la actividad científica de cada pensador y las polémicas internas de cada grupo hagan el cuadro general más complejo y rico de lo que las exigencias de síntesis logren restablecer aquí.
En primer lugar, está la llamada escuela histórica de economía, cuyos miembros —en especial Wilhelm G. F. Roscher, Bruno Hildebrandt y Karl Knies y su sucesor «en la cátedra» Gustav von Schmoller— apoyan la posición a favor de una investigación propiamente histórica de los fenómenos económicos, dirigida a determinar las dinámicas y las leyes que han permitido el desarrollo económico en cierto momento de la historia. En resumen, la escuela histórica alemana pretende legitimar las especificidades histórico-sociales de los factores de desarrollo de la economía, en conflicto abierto con las abstracciones teóricas de la economía clásica, basada en la construcción de un homo oeconomicus dedicado a la satisfacción de necesidades individuales siempre idénticas y por ello absolutamente intemporal y ahistórico. Si se admite, en cambio, como también sugiere la escuela histórica, que los fenómenos económicos se encuentran conectados con los diferentes fenómenos sociales, y que la economía tiene un desarrollo en la historia —o sea, es ella misma una ciencia histórica en cuanto este desarrollo responde a la manifestación de específicas «características del pueblo», de «cualidades raciales innatas», de las «condiciones del tiempo» y del «ambiente»—, entonces se deberá asimismo admitir que las ciencias sociales son necesarias para el estudio de las conexiones entre factores económicos y factores sociales. En esta elaboración teórica, como se ve, es la investigación histórica la que constituye la estructura central del edificio epistemológico de las ciencias sociales, admitidas como instrumentos de investigación, pero sin autonomía, es decir, sin el reconocimiento de una función analítica específica respecto de la consideración historiográfica determinante. En otras palabras, si se articula la metáfora señalada por el crítico italiano Pietro Kossi[12], se pueden imaginar, en este caso, las ciencias sociales como espacios conectados dentro de un único edificio en los que acampa la Historia escrita.
La posición, toscamente perfilada, de la escuela histórica «de los orígenes» la contrarresta con la del positivismo francés e inglés, el cual ya ha puesto de manifiesto la autonomía científica y metodológica de la sociología no solo frente a la historia, sino también frente a las demás ciencias sociales. La sociología no es una ciencia subordinada, la investigación sociológica tiene una dirección y unos temas propios que no participan de forma desordenada en la obra general de organización de los materiales analíticos de la historia como una única ciencia de la cultura. El positivismo contemporáneo —al que pertenecen Auguste Comte y Herbert Spencer, para entendemos—, aun reconociendo la especificidad de los fenómenos sociales y, por ende, la necesidad de una sociología autónoma capaz de estudiarlos, establece sin embargo otra forma, si no de subordinación, sí de homologación, de la sociología en un orden epistemológico diferente del que esta toma como punto de referencia. La sociología positivista, de hecho, sostiene que la cultura es para la sociología aquello que la naturaleza es para la física y la biología, anulando así la misma especificidad gnoseológica que siempre ha distinguido entre naturaleza y cultura en la historia del pensamiento. Ambas son un sistema ordenado de leyes que un mismo método analítico puede determinar para explicar de modo infalible y universal los fenómenos en los que se manifiestan, los sociales por un lado y los naturales por otro. Para la cultura alemana en la que se forma Weber, la provocación positivista no es insignificante. Para los científicos sociales alemanes, cada vez más enfrascados en la teorización de planos opuestos del saber, distinguiendo entre quien estudia la naturaleza como mundo fuera del hombre —físicos, biólogos, químicos, anatomistas, astrónomos, etc.— y quien se ocupa del hombre, de sus condiciones de funcionamiento interno y de sus relaciones con los demás por sí solo —filósofos, sociólogos e historiadores—, la postura de los positivistas no es algo que se pueda ocultar fácilmente bajo la alfombra. Y sin duda, el mundo académico y cultural alemán de finales del siglo XIX no escapa a la provocación, pues está acostumbrado desde hace más de un siglo a dominar el campo de las ciencias humanas.
Así pues, ¿cómo reaccionar?
Contrastar las hipótesis de la sociología positivista puede comportar dos únicas alternativas: excluir la especificidad de la sociología entre las ciencias sociales y dejar que la historia —también a causa de la hegemonía historicista del pensamiento filosófico alemán— la tenga subordinada como elemento de apoyo arquitectónico, entre otras cosas, en su gigantesco edificio epistemológico o, por el contrario, afrontar de manera crítica la solución propuesta por franceses e ingleses: utilizar las premisas analíticas y experimentales de las ciencias naturales para afirmar, a contrariis, la especificidad de los objetos de estudio de la ciencia sociológica y, por consiguiente, sus propios instrumentos metodológicos respecto a las demás ciencias sociales que habitan, aún con desorden, el mismo edificio de la cultura.
Por tanto, tenemos por un lado la polémica interna de la cultura alemana entre las distintas escuelas económicas y, por otro, las posturas filosóficas del positivismo europeo. Pero nos encontramos además con un tercer término de comparación, el cual se presenta después de estas premisas, pero no por ello tiene una importancia menor en el debate. Situar la teoría socioeconómica marxista en este punto del razonamiento permite ante todo resumir algunas de las cuestiones ya abordadas y manifestar con mayor claridad la importancia respecto al posicionamiento de Weber en el debate sobre la «cuestión de los trabajadores», de donde surge la revista Archivo para ciencias sociales y política social. Estamos a finales del siglo XIX alemán, la sombra de Karl Marx y las evoluciones teóricas de sus reflexiones desde El manifiesto comunista (1848) a El capital (1867) dominan la disputa que sirve de premisa a las instancias metodológicas de cualquier reflexión sociológica y económica, incluso las de Weber; tanto es así que la línea directa que conecta sus trabajos le hará ganar, en varias ocasiones y con matizaciones críticas ambiguas, la definición de «el Marx de la burguesía» o «anti-Marx». Y, en cierto sentido, será el mismo Weber quien admita esta situación de enfrentamiento permanente cuando, al presentar los presupuestos científicos del Archivo y el interés de este por los temas económico-sociales, se diferencia de inmediato de las posiciones de Marx, distinguiendo los fenómenos histórico-sociales en «económicos», «condicionados económicamente» o solamente «económicamente operativos o relevantes», según el punto de vista pertinente y unilateral de su concepción del método de las disciplinas histórico-sociales.
En efecto, respecto a la distinción entre factores económicos y factores extraeconómicos como clave de la controversia sobre el método, el marxismo establece una clara distinción entre los dos conjuntos, que Weber critica no tanto desde el punto de vista del detallado análisis marxista de los factores económicos, al que le reconoce una fuerte estructura teórica y de método. Será, más bien, en relación a la exclusión de la hipótesis de hibridación y de interconexión variable entre los distintos factores que intervienen en los fenómenos de la realidad donde Weber le critica a Marx que este haya adoptado una posición ideológica preestablecida y miope respecto a la valoración empírica de la realidad por cómo es.
A la hora de teorizar sobre la «estructura» y «superestructura» en la sociedad capitalista europea y occidental —caso de estudio privilegiado para el filósofo de Tréveris y para el de Érfurt—, Marx considera el elemento económico como el factor que determina cualquier otro enfoque de la realidad (materialismo). Este se manifiesta en el transcurso de la historia según lógicas evolutivas universales, inmediatamente previsibles ya que se dan manifestaciones de un «espíritu» específico del tiempo concreto de una determinada fase de su historia (historicismo de corte metafísico romántico). Así pues, desde el punto de vista del método, tanto a ojos de Weber como de muchos de sus colegas sociólogos, el «malentendido» materialista se refleja en el dogmatismo metodológico que eleva el punto de vista económico —aún subordinado a su inseparable carácter de historicidad— a una única perspectiva válida desde donde observar los fenómenos de la realidad, perspectiva que según Marx lleva a una sola dirección específica de investigación: desde los fenómenos económicos a los culturales, y jamás en sentido inverso (materialismo histórico). Si, por el contrario, consideramos con Weber las distinciones variables y múltiples del fenómeno observado, «móvil, y no delimitable de manera precisa» sobre la base de los aspectos culturales que lo caracterizan, se comprende en qué sentido choca la rigidez del esquema marxista contra la primera definición por grados económicos con la que Weber se distancia de su rival. Solo el fenómeno que en el sistema de Weber se considera estrictamente «económico» coincide con el factor económico entendido desde el punto de vista marxiano, ya que es el único en la escala analítica cuyos objetivos son estrictamente económicos y, por tanto, influyen de forma unívoca en los demás fenómenos y aspectos «extraeconómicos» de la realidad considerada. Al margen de esta coincidencia de elementos, el esquema binario de Marx pierde significado en el de estructura abierta de Weber, por el cual pueden ser considerados bajo un punto de vista económico también fenómenos que resulten, en cierta manera y circunstancias, capaces de producir efectos o de asumir significados «económicamente relevantes».
Uno de los principales, por la importancia que reviste en la teoría weberiana y en la confrontación dialéctica con Marx, es, sin duda, el fenómeno religioso. Por último, reconociendo en la realidad la presencia de fenómenos lejos de ser económicos, pero que en un sentido específico y más o menos importante han sufrido en su fisionomía los efectos de algún factor económico, Weber incluye en su escala analítica también estos fenómenos solo «económicamente condicionados», como, por ejemplo, el gusto artístico de una época.
Desde cualquier punto de vista que se observen las posturas de esta discrepancia, el aspecto más decisivo para Weber consiste en la afirmación de la legitimidad de las disciplinas histórico-sociales como ciencias de la realidad para abordar la delicada fase que atraviesa la cultura europea de fin de siglo. Las cuestiones en las que trabaja Weber para asentar las murallas del edificio de las ciencias histórico-sociales sobre los cimientos de la validez científica son fundamentalmente dos:
- ¿Qué legitima las ciencias histórico-sociales entre las demás vías de acceso al conocimiento de la realidad?
- ¿Cuáles son los objetos, los instrumentos y los métodos de investigación de estas nuevas «ciencias de la realidad»?
Para reconstruir las respuestas que propone Weber, las próximas páginas explorarán voces, ambientes y lugares que animan al debate contemporáneo sobre el método, aquí hilvanado únicamente en sus puntos y líneas principales.