Ética y política: el trabajo intelectual y las formas de poder
Las ciencias sociales desarrolladas por el pensamiento y la investigación de campo de Max Weber se legitiman en la complejidad del presente moderno, como se ha dicho, como Kulturwissenschaften, o ciencias de la cultura, o mejor aún, de las culturas y las antinomias que se manifiestan en la realidad de la condición humana diaria.
En la primera parte de esta obra hemos visto las fases de construcción metodológica del carácter «comprensivo» y «causal» de las ciencias empíricas weberianas: «históricas» porque están encaminadas a valorar la eficacia causal de los diferentes antecedentes en el único y específico acontecimiento considerado: «sociales» porque tienden a establecer relaciones y conexiones entre causas simultáneas que sucedieron o que son susceptibles de repetirse. La herramienta principal de esta comprensión es el «tipo ideal» que, incluso en sus diferentes variantes, mantiene el carácter fundamental de servir en la racionalización del comportamiento de los hombres en su existencia o de un fenómeno en su particular transcurso histórico. El tipo ideal, con su estructura lógica, coherente y homogénea, es un medio para comprender el significado subjetivo de un determinado objeto de estudio. En esta doble naturaleza histórico-social de la «comprensión» de la existencia está el objetivo de las Kulturwissenschaften: indagar en los fenómenos históricos que crean los sistemas de valores a partir de los que se originan los comportamientos humanos y, avanzando desde el estudio sociológico de las elecciones individuales en relación a esos valores, analizar las dinámicas antinómicas que permiten la afirmación de un sistema por encima de otro.
Esta compleja dinámica metodológica y de investigación ha ido resolviéndose con el estudio que hizo famoso a Max Weber en el siglo XX en torno a la relación entre la ética económica protestante —una «filosofía de los valores», un ethos de comportamiento— y el espíritu del capitalismo —una «teoría de la acción», las formas prácticas a través de las cuales los hombres «obran» esos valores en la realidad—. Pero el interés del científico histórico-social Weber por la acción humana no se detiene solo en la consideración de los orígenes religiosos del sistema económico en el que se encuentra viviendo como en una gigantesca «jaula de hierro». Como ya hemos mencionado, una gran parte de las teorías y de su corolario ve, en la década de 1909 a 1919-1920, una sistematización global en la obra que se publicó tras su muerte, Economía y sociedad[55]. En la primera parte del primer volumen de la obra, Teoría de las categorías sociológicas, Weber repasa todas las reflexiones anteriores sobre la ciencia, desarrollando y sistematizando el enfoque metodológico y conceptual de la sociología comprensiva: de las categorías sociológicas fundamentales a las específicas de la acción económica. En el tercer capítulo de esta primera parte, en cambio, Weber se dedica a la clasificación de «los tipos de dominación», permaneciendo todavía en el plano de la categorización ideal pero dándole alas a cuestiones decisivas en la actualidad del mundo moderno, que atraviesa una fuerte crisis de sistemas e instituciones: «la legitimidad del poder»; los tipos ideales del poder legítimo; las formas de «orden social» basadas en la «distribución del poder». En la segunda parte del mismo volumen, partiendo de las consideraciones empíricas sobre la conexión entre economía y ordenamientos sociales tal y como se van construyendo en los ensayos contemporáneos más importantes sobre el tema —en especial La ética protestante y Sociología de la religión—, Weber emprende una compleja reconstrucción de las interconexiones entre los aspectos de la sociología general, los de la sociología económica y, obviamente, los de la ética religiosa. Si cuando asume el rol del sociólogo de la religión, Weber examina y reconstruye los comportamientos y las influencias de las creencias religiosas en el comportamiento económico-social del individuo y de la sociedad, cuando se pone en la piel del filósofo de la política —o de los sistemas de valores en los que se basa la acción de los hombres en la realidad—, se encarga de clasificar teórica e ideal-típicamente las interconexiones sociológicas entre derecho y poder, tal como han ido manifestándose en la realidad en las formas jurídico-institucionales.
A lo largo de esta década de sistematización del pensamiento científico, y particularmente en esta fase más pragmática de la reflexión político-sociológica, Weber se inscribe en ese grupo de intelectuales «frustrados por la política»[56] que persiguen científicamente la «vocación» de elaborar y comprender las antinomias de la acción política, no pudiendo satisfacer otro tipo de «vocación», la de desempeñar en primera persona un papel activo en las elecciones políticas contingentes. Lo demuestran, entre otras cosas, las trascripciones en forma de ensayo de dos conferencias de 1917 y 1919, La ciencia como profesión y La política como profesión, incluidas en un ciclo de actos sobre el tema del trabajo intelectual[57] y que Weber dio ante el «libre movimiento estudiantil» de Múnich. En estas dos intervenciones es donde se localiza el paso de la posición teórico-científica del estudioso Weber a la que se podría definir, si no como político, sin duda como el hombre comprometido políticamente, el cual alienta a hacer del método crítico de las ciencias sociales una herramienta de conocimiento pragmático del mundo y de los hechos en función de un comportamiento ético responsable.
A continuación, trataremos de seguir la construcción de esta concreta conexión causal entre ética, política y ciencias sociales, viendo en especial los análisis y definiciones útiles para la descripción del mundo moderno desde el complejo y múltiple punto de observación de Max Weber.