De la guerra moderna a la modernidad como conflicto
Cuando en 1914 estalla la guerra —hito histórico para Europa y para el mundo occidental implicado en el primer conflicto global e «imperialista»—, Weber ya ha publicado la mayor parte de sus principales obras metodológicas y teóricas. En ellas, como hemos dicho, el Weber observador intentó alertar a su época de la tendencia a la que parecía estar destinada la razón en sus radicalizaciones técnicas y burocráticas.
Pese al período aparentemente pacífico de la historia europea entre 1815 y 1914, los rasgos emblemáticos del progresivo «desencantamiento del mundo» descritos por Weber se han convertido en condiciones estructurales de la conflagración mundial: por un lado, el declive del liberalismo y la aparición de un estado de potencia, y por otro, la amenaza a las libertades del individuo debida a la burocratización de la sociedad moderna.
Durante la guerra, Weber no tarda en pasar de posiciones de apoyo a la legitimidad política y económica de la beligerancia alemana a las de duro enfrentamiento con compañeros y corrientes de pensamiento que apoyan y defienden ideológicamente esa beligerancia. Teórico de una ciencia empírica de los fenómenos de la realidad analizados en los distintos factores sociales, económicos, políticos y religiosos, Weber acaba convirtiéndose en un defensor crítico de la guerra. Tras abandonar el partido conservador se aleja también del movimiento pangermánico que, en los años de la guerra, predica el odio racial y la violencia nacionalista en nombre de principios pseudocientíficos (el antisemitismo) y de ideales sustentados por falsas verdades históricas (el pangermanismo). Así pues, tanto en su vida como en su investigación, la percepción de las antinomias de la realidad y de la acción social es el problema fundamental de Weber y responde a ese orden de valores que lo comprometen tanto en calidad de jurista y filósofo del derecho y de la política internacional, como en calidad de científico e historiador de la cultura. En 1915, mientras tanto, lo vuelven a llamar a filas para prestar servicio como director responsable de un grupo de hospitales militares en la región de Heidelberg. Ese mismo año, publica también la primera parte —Introducción, Confucianismo y Taoísmo— de la ética económica de las religiones universales, un trabajo titánico que estudia la sociología de las religiones extendida también a culturas no europeas, al que añadirá Hinduismo y Budismo y Judaísmo antiguo (publicada en Archivo entre 1916 y 1917).
Son estos años los más difíciles para la acción social y política del hombre y del intelectual Weber, llamado a los salones de la diplomacia europea para contribuir a las decisiones estratégicas relativas a la catástrofe de la guerra que está teniendo lugar. Ocupado en misiones oficiosas entre Bruselas, Viena y Budapest, vive una vez más la frustración teórica entre convicción y responsabilidad de la acción: por un lado, la certeza de la legitimidad de los «objetivos» de la política de potencia de la Alemania beligerante y, por el otro, la oposición a todo «medio» de ejecución de la guerra. Su ferviente producción propagandística en el Frankfurter Zeitung es, en este complicado momento, la prueba de fuego de la contradicción personal y científica vivida en su experiencia diplomática. Esta tensión se condensa en las restricciones efectivas de una acción política que solucione la catástrofe y cuyas consecuencias sean positivas para distintas colectividades, políticamente enfrentadas y, lo más importante, económicamente desiguales. Contrario siempre a la dilatación del conflicto y crítico con las fracasadas instituciones autoritario-burocráticas y feudales del régimen prusiano, publica entre 1917 y 1918 los ensayos más duros contra la política posbismarckiana, cuyas estrategias considera nefastas para el presente democrático y parlamentario de Alemania.
De Parlamento y gobierno a La nueva Alemania, la reflexión de Weber acerca de la formación de los sistemas políticos modernos, acerca de las prácticas estatales de monopolio de la fuerza y de la renovación de la administración democrática del Estado se sistematiza basándose en la tragedia de la guerra mundial y de la posterior crisis de las instituciones ante la reconstrucción. Aquí, el doble enfoque sobre el que corre el conocimiento histórico-social teorizado por Weber ya está diseñado. Por un lado, el estudio analítico y particular de los distintos hechos de la historia y de los sistemas de valores que los han determinado, y por otro, una teorización sociológica general de conceptos universalmente válidos en relación con la acción política. Análisis que, en el primer caso, se formalizan en el escrito La ciencia como profesión y, en el segundo, en La política como profesión, las dos últimas conferencias que dio en la Universidad de Múnich y que se publicaron en 1919. Aquí ejerció de docente de historia económica general en los últimos años de su vida, tras haber llevado a cabo la crítica teórica y empírica de los errores del materialismo y del historicismo marxista en el curso de economía política celebrado en Viena en 1918 (Una crítica positiva a la concepción materialista de la historia).
Entre noviembre de 1918, después de la capitulación de Alemania, y otoño de 1919, como delegado alemán en Versalles, Weber siente una frustración cada vez más radical frente a la acción política científicamente orientada. La dicotomía entre las lógicas «instrumentales» defendidas por los artículos punitivos contra la «responsabilidad» de guerra de Alemania y las «morales», en concreto del espíritu de «venganza» de los vencedores contra los vencidos y viceversa, tiene el límite manifiesto del vacío en el plano de los resultados. Solo una acción «razonable» capaz de negociar entre los medios convenientes —aunque agresivos, «es preciso mancharse las manos»— y los fines responsables puede reportarle al político de profesión que se dedique con verdadera pasión el resultado más ampliamente válido, eficaz y «justo» para las contingencias vigentes. Con este espíritu, en el último año políticamente comprometido de su vida de estudioso, Weber participa en la fundación del Partido Democrático Alemán junto a su hermano Alfred y otros amigos, con los que muy pronto entra en conflicto debido a la orientación socialista adoptada por la organización.
Su vida termina tan solo unos meses después de su nombramiento como consejero de la comisión para la redacción de la Constitución de la recién nacida República de Weimar; durante la cual prueba, en sus mismas convicciones liberales y nacionalistas, la dicotomía dominante entre las lógicas de dirección de la «política como ciencia» y las de realización de la política como práctica de poder «La obra de Weber es una manifestación única, y solo por ello plena —escribe de él su amigo y colega Karl Jaspers— de este filosofar concreto que tiene lugar en el espacio del juicio político y de las investigaciones científicas, igual que su vida entera fue un filosofar en el espacio de su existencia»[11].
Enfermo de neumonía, más conocida como la epidemia posbélica de la fiebre española, Max Weber muere en junio de 1920 a la edad de cincuenta y seis años, dejando incompleta Economía y sociedad (póstuma, 1922), la compilación teórica del sociólogo, del filósofo, del político, del historiador, del metodólogo.