Capítulo veinticuatro

CAPÍTULO VEINTICUATRO

Mientras los actores y cantantes se cambiaban y se quitaban el maquillaje, Fen se ocupó de explicarle la situación a sir Richard Freeman y a Mudge, que habían llegado oportunamente durante aquel aplauso final bastante vacilante. Alrededor de las once y cuarto Adam, Joan, Peacock, Karl, Charles Shorthouse, Beatrix Thorn y Elizabeth, que habían estado presentes todos en el espectáculo, se reunieron en el vestíbulo de artistas. Los cuatro primeros estaban agotados, y hablaban de Judith en voz baja. El Maestro se aproximó a Adam.

—Ah, Langley —le dijo amigablemente—. Qué engorroso resulta todo esto. Le puedo asegurar que prácticamente me han obligado a venir aquí… Por cierto, me encantaría que hiciera usted el Egisto en la producción de mi Oriesteia en Nueva York. Usted o Melchior[60]. Supongo que eso se podrá arreglar, ¿no?

Adam había sufrido numerosas y azarosas aventuras aquella tarde; de momento, no se encontró con fuerzas para contestar.

Al final apareció Fen, con Mudge y sir Richard Freeman. Se hizo el silencio. En medio de aquel vacío se pudo oír a Elizabeth, que seguía sin conocer al Maestro y a Beatrix Thorn, y a quien nadie le había dicho quiénes eran aquellas personas, diciendo con bendita inocencia:

—Pues me han dicho que Charles Shorthouse vive con una mujer espantosa llamada Beatrix Thorn…

Fen tosió repetidamente.

—Esta es la señorita Thorn —dijo, a modo de presentación; y añadió con gran seriedad—: En carne y hueso.

Elizabeth se sonrojó, y el rostro de Beatrix Thorn se tornó feroz y sanguinario. Fen se apresuró a maquillar el embarazo y la incomodidad general.

—Al parecer se ha extendido entre ustedes la idea de que Judith es la responsable de las muertes de Edwin Shorthouse y de su marido —dijo—. Enseguida sabrán que eso no es así.

Miró una a una todas las caras de los presentes mientras hablaba. Adam parecía que se había derrumbado en una silla. A su lado estaba Peacock, aún con el traje de gala, pero exhausto y casi incapaz de moverse. Charles Shorthouse, con un abrigo negro y su negro sombrero Homburg encasquetado y ladeado en la cabeza, estaba a su lado, indiferente, con las manos en los bolsillos, junto a la pequeña y virulenta Beatrix Thorn. Joan Davis, elegante, frívola y segura de sí misma, estaba con Elizabeth. Se produjo otro silencio, más largo y más intenso que el primero. Adam lo rompió diciendo:

—Pero ha intentado matarme dos veces. ¿Por qué?

—Muy sencillo, mi querido Adam —contestó Fen con una voz extraña—. Muy sencillo, ciertamente. Intentó matarte porque te odia. Y te odia porque supo, incluso antes que nosotros, que fuiste tú quien mató a su marido.

Adam Langley se puso blanco. Estaba despeinado y las gotas de sudor le resbalaban por la frente. Se puso en pie. Elizabeth cruzó la estancia y se aferró a su mano.

—Supongo —dijo Adam con voz acongojada— que también pensarás que fui yo quien mató a Edwin Shorthouse…

—Ah, pues sí. —No había ni rastro de broma en el modo de hablar de Fen—. También lo mataste tú.

—Está usted loco —dijo Elizabeth en voz baja—. Maldito loco…

—Esta tarde —prosiguió Fen— Judith visitó la biblioteca de ciencias Radcliffe. Puede que la muchacha hubiera tenido algunas sospechas con anterioridad. Pero lo que descubrió en un manual de medicina forense se las confirmó. Averiguó que el arsénico puede administrarse por vía externa, a través de la piel. Recordaba que Boris había estado practicando maquillaje durante una hora todos los días. Y recordó, también, que había estado utilizando un bote de crema desmaquilladora que tú, mi querido Adam, le habías dado. Así que esta tarde, mediante un mensaje falso, te llevó a su habitación, e intentó asfixiarte allí con gas, para lo cual eligió un momento en el que no hubiera nadie en la casa. Si a Mudge no se le hubiera ocurrido mencionarme, por pura casualidad, que Judith había visitado la biblioteca de ciencias, probablemente habría conseguido su propósito. Pero como fracasó, lo intentó una segunda vez… debería añadir, con la pistola que tú dejaste descuidadamente en un cajón sin cerrar de tu camerino. Estaba, como se dice habitualmente, «loca de pena», que no es más que una frase convencional que utilizamos para describir una realidad verdaderamente horrible.

De repente Fen se puso prosaico y alegre, y en aquella atmósfera cargada de tensión su cambio de humor fue una verdadera conmoción.

—De todos modos —continuó—, no quiero asustarte innecesariamente. Aunque desde luego, me reafirmo en lo que te acabo de decir: tú mataste a esos dos hombres. Se tendieron dos trampas asesinas y, por una curiosa ironía del destino, tú las hiciste saltar las dos, aunque fuiste totalmente inconsciente de ello. Debo añadir que una de las dos trampas se tendió específicamente para ti.

Adam tragó saliva. El color regresó al rostro de Elizabeth, y comenzó, casi insensiblemente, a llorar de alivio. Fen, observando aquello, experimentó una punzada de mala conciencia.

—Ya, ya… —dijo, sin mucho éxito—. Ya, ya…

—Dos trampas… —dijo Adam entre balbuceos.

Fen miró a todos los demás.

—Sí. Hay dos asesinos en este caso.

—¡Por Dios bendito! —exclamó Peacock súbitamente. Las manos le temblaban de manera incontrolable.

—Y ambos están muertos —añadió Fen muy despacio.

—¡Shorthouse y Stapleton! —exclamó Adam.

—Pues sí. Stapleton mató a Shorthouse. Y Shorthouse, intentando matarte a ti, asesinó a Stapleton. Es una situación curiosamente irónica… ¿no? Que Shorthouse pudiera vengarse tras su muerte.

—Pero… pero… ¿y quién intentó agredirme a mí? —preguntó Elizabeth.

—Stapleton, por supuesto, por una observación que hizo usted en el Bird & Baby la otra mañana. Usted dijo, refiriéndose a la manera en que había muerto Shorthouse: «Es como si las leyes de la gravedad hubieran quedado en suspenso».

—No entiendo…

—Enseguida le mostraré la relación que tienen ambos hechos. Permítame primero aclarar los cabos sueltos del asesinato de Stapleton. Yo estaba convencido desde el principio de que Judith no lo había hecho; estaba demasiado enamorada de él como para que pudiera concebirse una solución semejante. Pero aparentemente ella era la única persona que había tenido al menos la posibilidad de envenenar su comida o su bebida. Así pues, sencillamente, era obvio que el arsénico debía poder administrarse por otra vía, y, aunque bastante tarde, recordé que el arsénico también resultaba efectivo si se administraba por vía cutánea… por ejemplo, se han dado numerosos casos de envenenamiento por arsénico por culpa de cremas faciales, depilatorias, jabón y todo eso. Haciendo memoria, recordé que Stapleton estaba estudiando maquillaje (la propia Judith me lo dijo), y luego me acordé de que en el Bird & Baby se dijo que Adam le había dejado un bote de crema desmaquilladora. Esta misma tarde, después de averiguar de qué marca era, la busqué en los camerinos del coro, y habiéndola encontrado, me la llevé a casa y le apliqué el test de Reinsch. Incluso en la pequeñísima cantidad de crema que quedaba en el bote encontré una buena cantidad de pasta de arsénico blanco. Así que, evidentemente, en cierto sentido, Stapleton se había suicidado.

»Naturalmente, mi primer sospechoso fuiste tú, Adam. Pero no conseguía comprender, en primer lugar, por qué, si eras el culpable, habías sido tan sincero y tan franco contándome que le habías dado la crema desmaquilladora; y en segundo término, no me explicaba por qué demonios querrías matarlo. No lo habías visto antes en ninguna parte, antes de esta producción; aparentemente no estabas celoso de él por culpa de Judith; de hecho, tú no sacabas nada de la muerte de ese muchacho. De modo que, a menos que fueras una especie de maníaco homicida, o un asesino gratuito como el hombre de King Coffin de Conrad Aiken, la explicación tenía que buscarse en otra parte.

»No fue difícil encontrarla. Cuando Shorthouse se metió en tu camerino durante el Don Pasquale, te lo encontraste manipulando la crema desmaquilladora. En realidad estaba sustituyendo tu crema por otra envenenada, pues todavía te odiaba por haberte casado con Elizabeth. No es de extrañar en absoluto que sus disculpas te parecieran poco convincentes… No era un mal plan… aunque supongo que pretendería hacerte daño, más que matarte, pues debería de saber que en cuanto esa pomada hiciera su efecto y tú enfermaras, acudirías sin falta a un médico. Para él, desde luego, fue una verdadera desgracia que lo cogieras con la crema envenenada en la mano. Si intentaba devolverte el bote original, lógicamente tú sospecharías, mientras que si no lo hacía, aún sería incluso más sospechoso cuando los síntomas del envenenamiento comenzaran a revelarse. Solo hay una cosa que no entiendo, y es por qué después no se llevó el bote envenenado y puso el otro en su lugar.

—Eso tiene fácil explicación —dijo Adam—. Después de que lo encontrara revolviendo en mi camerino, yo decidí cerrarlo con llave, salvo cuando yo mismo estuviera dentro.

—Ah. Entonces creo que debió sentir bastante alivio… aunque también, supongo, se quedaría bastante perplejo… cuando aquel desagradable plan no diera los resultados apetecidos.

—Gracias a Elizabeth —lo interrumpió Adam—. Si aquel mismo día no me hubiera comprado un bote de crema de una marca mejor, y si yo no hubiera empezado a utilizarla enseguida en lugar de la otra, las cosas podrían haberse puesto bastante desagradables… Aunque, por otra parte… también podría haber salvado la vida de Stapleton… —añadió pensativamente.

—Solo durante un tiempo —dijo Fen—. Si no hubiera muerto por envenenamiento con arsénico, habría muerto por ahorcamiento en una prisión… Debería añadir, para ser completamente sincero, que yo solo consideré la posibilidad de que Adam hubiera asesinado a Stapleton porque Stapleton sabía que Adam era el responsable del asesinato de Shorthouse. Pero al parecer el envenenamiento había empezado antes de que Shorthouse muriera… y en cualquier caso, pronto se me hizo evidente que Stapleton, y solo Stapleton, tuvo que ser el asesino de Shorthouse.

—Pero dijiste que yo… —murmuró Adam vacilante.

—Sí, tú hiciste saltar la trampa. Pero fue Stapleton quien la tendió.

Karl Wolzogen puso en palabras la pregunta que estaba en mente de todos.

—¿Pero cómo lo hizo?

—Vengan todos arriba —dijo Fen— y se lo mostraré. Mudge, ¿quiere preparar la escena?