Prólogo

ENTRE DOS MUNDOS

Morag Kennedy me saludó con la mano desde el otro lado en un claro y soleado día de Glen Avich. Estaba de pie, frente a su casa recién blanqueada; detrás, el sol del verano que brillaba radiante proyectaba sobre ella una especie de halo dorado y hacía que los campos también resplandecieran. Le devolví el saludo y empecé a andar hacia ella con la esperanza de que me diera una de esas deliciosas golosinas que siempre me ofrecía, pero vacilé un instante. Sabía que estaba enferma y no quería molestarla. De pronto me sentí un poco rara; un hormigueo comenzó a recorrerme los brazos y las piernas y oí una especie de zumbido bajo. Era una sensación extraña; algo que jamás había experimentado.

Justo en ese momento, un banco de nubes cubrió el sol y, por primera vez, pude ver a la señora Kennedy sin tanto brillo. Llevaba el vestido de algodón de flores que solía ponerse cada vez que se ocupaba del jardín, el pelo recogido en un pulcro moño y un cárdigan de punto sujeto con un sencillo broche. Me quedé observándola; su rostro parecía diferente. Llevaba enferma mucho tiempo y cada día que pasaba se la veía más demacrada y delgada. A pesar de mi corta edad —debía de tener alrededor de ocho años—, pude percibir que, a medida que la enfermedad se extendía por su cuerpo, el dolor y el miedo que se habían apoderado de su mente se reflejaban en su cara y en su mirada. Pero esa tarde de verano volvía a parecer ella misma. Su sonrisa era serena y sus ojos azul claro brillaban como lo habían hecho antes de caer convaleciente.

De pronto oí pasos detrás de mí. Me di la vuelta y vi a mi hermano saliendo de casa y acercándose por la carretera. Supuse que le habían mandado para que me avisara de que la cena estaba lista; me pregunté por qué no lo había hecho mi madre desde la ventana de la cocina, como solía hacer. Tal vez quería asegurarse de que entraba de inmediato, ya que lo normal era correr hacia el campo y arañar cualquier tiempo extra de diversión.

—Mamá quiere que vayas dentro, Inary —dijo Logan en voz baja. Era un chico muy serio, pero en ese instante tenía un aspecto casi solemne. Me volví para despedirme de la señora Kennedy, aunque ya se había ido.

—¿Está lista la cena? —pregunté a mi hermano.

—Creo que no.

—Entonces, ¿por qué tengo que ir a casa?

—¡Cállate ya, Inary, y entra en casa de una vez! —Mi madre apareció en el umbral de la puerta. Se quitó el delantal y se arregló el pelo. Cuando llegué a su altura, prosiguió—: Quiero que cuidéis de Emily mientras la abuela y yo vamos a la casa de enfrente. No tardaremos mucho, solo quiero presentar mis condolencias a Karen e Isabel.

No tenía ni idea de qué hablaba. «Condolencias» era una palabra demasiado complicada para una niña de ocho años.

—¿Dónde vas?

Se detuvo y me miró con dulzura.

—La señora Kennedy se ha ido al cielo, cariño. Ahora voy a decir a sus hijas cuánto lo siento.

—No se ha ido al cielo. Está aquí. La he visto.

Aunque han pasado muchos años de aquello, todavía recuerdo la forma en que me miró mi madre cuando pronuncié aquellas palabras. Con sorpresa, pero al mismo tiempo con una intensa aceptación.

—¿Dónde la has visto, Inary? ¿Has estado en su casa?

—No. Estaba fuera, en el jardín. Me saludó con la mano.

Mi madre se arrodilló frente a mí y me abrazó con fuerza. Después me acarició el rostro y pude percibir el aroma de las frambuesas recién recogidas de nuestro jardín.

—Eres como tu abuela Margaret, ¿verdad? En todos los sentidos —susurró.

Sonreí. Adoraba a mi abuela; que me dijeran que me parecía a ella era el mejor cumplido que podían hacerme.

—Vamos, Anne —oí decir a mi abuela desde el umbral de la puerta—. ¿Qué pasa? —añadió al ver la cara de mi madre.

An da Shealladh —musitó mi madre. Cuando no querían que entendiera lo que decían solían hablar en gaélico—. Ha visto a la señora Kennedy, mamá.

Mi abuela abrió los ojos, me tomó de la mano y me atrajo hacia sí con suavidad.

—Oh, Inary…

De repente me sentí confusa. No sabía si había hecho algo bien o mal, ni por qué mi madre y mi abuela estaban tan emocionadas. Solo había visto a la señora Kennedy antes de morir. Nada más. Por otro lado, tampoco entendía con exactitud qué era la muerte.

Antes de que pudiera evitarlo, se me llenaron los ojos de lágrimas.

—¿Qué he hecho?

—No, Inary, no te preocupes, mi niña —dijo mi abuela—. Pero eres tan pequeña… Yo era mucho mayor cuando empezó. Por ahora lo único que necesitas saber es que tienes un don, que te ha sido concedido un regalo valiosísimo. —Acunó mi cara entre sus manos y me dio un beso en la frente. Me di cuenta de que sus ojos también brillaban—. Ahora ve a cuidar de tu hermana, cariño. No tardaremos mucho.

Dicho esto, cruzaron la calle para visitar a las hijas de la señora Kennedy mientras Logan y yo nos quedábamos a cargo de Emily. Fui a su habitación para sentarme con ella. Por aquel entonces solo tenía cinco años, aunque ya había pasado por dos operaciones del corazón. En ese momento estaba durmiendo la siesta; incluso descansando tenía los labios ligeramente azules.

En general, tenía que hacer un gran esfuerzo para permanecer sentada durante mucho tiempo, pero después de lo que había pasado me sentía un poco rara y un tanto inquieta, como si hubieran drenado toda la energía de mi cuerpo.

Tardé bastante tiempo en entender que, en realidad, había visto a la señora Kennedy después de fallecer; que mientras que su cuerpo yacía inerte en la casa, su alma había volado libre. Y también tardé bastante tiempo en darme cuenta de que su gesto con la mano no había sido un saludo, sino una despedida.