Capítulo 47
ESCRITO EN EL MURO
Inary
Cuando entré en la tienda al día siguiente Logan estaba sonriendo para sus adentros.
—¡Oh! ¡Hola! ¿Cómo estás? —preguntó alegremente. Sí, mi hermano… alegre. Le miré con recelo.
«Bien», escribí en el cuaderno.
—¡Estupendo!
Algo estaba pasando. Estaba a punto de preguntar cuando mi respuesta entró por la puerta, con el pelo oscuro y ondulado y los ojos del color de las primeras hojas de la primavera.
—Hola…
Aisling llevaba una mochila y una bolsa de guardar la cámara… y zapatos.
—Hola… —Logan casi se derretía allí mismo, frente a mis ojos. Después se acercó a Aisling, tomó sus manos y —para mi asombro absoluto— ¡la besó!
Eso sí que era un auténtico milagro con forma de mujer irlandesa, sí señor.
De pronto, entendí el motivo de todas esas misteriosas llamadas telefónicas…, las desapariciones repentinas… y los cartones de zumo que se habían materializado como si tal cosa en nuestro frigorífico.
—¡Hola! —Me sonrió ella. Yo, sin embargo, estaba demasiado atónita para devolverle el saludo.
—Espérame en casa —le dijo Logan—. Voy enseguida.
—Claro —replicó ella, antes de besarle en los labios.
Mi hermano, el que nunca dejaba entrever sus sentimientos.
«Así que… ¡estás con Aisling! ¡Ni siquiera sabía que os habíais puesto en contacto!»
—Sí, bueno, no quería hablar mucho de ello, no fuera a ser que no saliera bien…
«Eso explica lo mucho que has cambiado…»
—No del todo. Desde hace un tiempo ya me sentía mejor. Sí, Aisling es una de las razones, pero lo que más me ha ayudado ha sido tenerte a mi lado.
No podía creerme lo que estaba oyendo. Mis ojos se llenaron de lágrimas… Estaba a punto de escribir algo cuando, de pronto, sin previo aviso, Logan tiró de mí hacia sí y me abrazó con todas sus fuerzas. Mi cuaderno y bolígrafo cayeron al suelo. Me sentí invadida por una profunda emoción. Todo el resentimiento, las palabras no dichas, la forma en que me culpaba por haberme marchado, la manera en que le culpaba por no aceptarlo, por castigarme, por haber tomado aquella decisión cada vez que tenía oportunidad… Todo pareció desvanecerse al tiempo que el muro que había entre nosotros se derrumbaba. Enterré la cara en su pecho y permanecimos en esa postura un buen rato.
—¡Vaya un festival de emociones que acabamos de tener! —bromeó, aunque el brillo en sus ojos le traicionaba.
* * *
Esa tarde, yendo de camino a casa desde la tienda, paseaba despacio disfrutando de la luz del atardecer, cuando vi a alguien frente a mi casa… una mujer. La reconocí enseguida por su pelo negro ondulado. Mary. Estaba inclinada con el brazo extendido hacia algo… otra sombra, una más pequeña que se aferraba a su mano. Durante un segundo, como si hubiera caído un rayo en medio de una tormenta, pude verlos con nitidez: un niño de cabello oscuro, con ojos brillantes y manos regordetas que miraba a Mary con adoración. En cuanto a Mary, tenía una expresión de absoluta felicidad, con una mirada que irradiaba un amor puro y absoluto. Había visto esas miradas antes, entre Eilidh y Sorley. El niño debía de ser el hijo de Mary.
Cuando la escena se desvaneció ante mis ojos, tomé una profunda bocanada de aire. Ahí estaba, el mensaje que Mary todavía tenía que darme: cuando todo parece perdido, todavía tenemos la oportunidad de ser felices. Mary había perdido a Robert, pero su vida siguió adelante. ¿Y quién sabe quién fue el amor de su vida? ¿Robert, con la intensidad del primer amor, o Alan, con los largos años de devoción, la familia y las dificultades que ambos tuvieron que enfrentar y superar? El amor puede adoptar muchas formas, no es un camino recto, sino más bien como el curso sinuoso de un río que desemboca en el mar. Al menos eso sucedió con Mary. Tal vez también podría pasarme a mí. ¿Pero quién sería mi verdadero amor? ¿Mi alma gemela, si es que había una?
Saqué el teléfono y antes de darme cuenta mis dedos se movieron como si tuvieran voluntad propia y enviaron un mensaje a Álex.
Tengo algo que preguntarte.
Oh, hola. ¿Qué pasa?
¿Sigues enfadado conmigo?
¿Por qué debería estarlo?
Por decir que lo que pasó entre nosotros fue un error. No lo fue.
No esperé una respuesta, mis dedos volvieron a tomar la iniciativa por sí solos.
Creo que estoy enamorada de ti.
Eso fue lo que decidieron escribir. Después pulsé el botón de enviar antes de que me diera tiempo a cambiar de opinión.
Ahora ya no había nada que pudiera hacer para recuperar aquellas palabras.
Se me revolvió un poco el estómago. Acababa de decirle que estaba enamorada de él y ahora necesitaba una respuesta. Di gracias al cielo por la tecnología, si hubiera vivido en la época de Mary hubiera tenido que esperar semanas a que llegara el correo.
Me senté en la mesa de la cocina y me quedé observando el teléfono durante cinco, diez, quince minutos. Nada. Ninguna respuesta. Pasaron veinte minutos, una hora, dos… A esas alturas ya estaba caminando de un lado a otro intentando buscar cualquier distracción, pero no pude evitar que mi mirada volara al teléfono cada pocos segundos. ¿Y si no tenía cobertura en ese momento? Lo comprobé enviándome un mensaje a mí misma. Patético, ¿verdad? Recibí mi mensaje. Sí, no había ningún problema de cobertura.
Tenía que salir de allí. Me puse la cazadora y me refugié en La Piazza. Me senté en la mesa de siempre, al lado del fuego, con la vista clavada en el teléfono.
Débora se acercó a mí.
—Hola, cariño. ¿Todo bien? Te veo un poco triste.
«Sí, bien, gracias», asentí y articulé con los labios un «expreso doble.»
Poco después Débora regresó con una taza y una impresionante magdalena con relleno de color rojo rematada con un glaseado con forma de mariposa.
—Para que se te pasen todas las preocupaciones, querida —dijo con una sonrisa.
Miré el dulce desolada. Tenía una pinta estupenda, pero se me había cerrado el estómago de tal forma que no me veía capaz de hincarle el diente. Me llevé la taza a los labios, estaba dispuesta a dar el primer sorbo cuando el sonido de notificación de un mensaje nuevo llenó el aire, pues había puesto el volumen al máximo, para que no se me pasara por alto. Dos señoras mayores me miraron con cara de pocos amigos y el gato de Débora se lanzó hacia la puerta trasera.
—¡Ahí lo tienes! ¡Te ha enviado un mensaje! —Débora sonrió desde el mostrador.
Me había quedado petrificada, con la taza a unos centímetros de la boca. La bajé con manos temblorosas y levanté el teléfono.
No quería mirar.
Pero tenía que hacerlo.
¿Puedes comprar pan y bolsas de basura?
¿Qué?
Maldición. Era Logan. Frustrada, me eché el pelo hacia atrás. Mierda, mierda, mierda.
Necesitaba refrescarme un poco. Corrí hacia el baño —el aroma del día era melocotón— y me eché un poco de agua sobre la cara.
—Tu teléfono ha vuelto a sonar. Creo que lo han oído hasta en Aberdeen, cariño —informó Débora en cuanto regresé.
¿Sí? ¿Otro mensaje? Mi corazón empezó a latir a mil por hora. Tal vez se trataba de Logan pidiéndome otra cosa. Sin querer hacerme muchas ilusiones, abrí el mensaje.
Yo tengo muy claro que también estoy enamorado de ti.