Capítulo 37
ARREBATO
Inary
Llevaba en Glen Avich cerca de cuatro meses. La primavera por fin había llegado… y con ella, el cambio. Podía sentir cómo mi vida seguía adelante, cada fibra de mi corazón y de mi ser se aferraban ante las nuevas posibilidades que se me ofrecían. En realidad, todo estaba cambiando, como la inevitable deriva de los continentes sobre el océano. Solo dos cosas permanecían igual: la ausencia de Emily, que me dolía como el primer día, y que mi voz no mostraba signo alguno de regresar. Escribir o gesticular lo que quería decir se habían convertido en parte esencial de mi ser.
Puede que el silencio no fuera tan malo después de todo. Por más complicadas que se volvieran hasta las cuestiones más simples, me sentía cómoda en mi burbuja.
Además, un asunto que me producía cierto temor. Había perdido la voz justo cuando mi don regresaba, como si este último hubiera sustituido a la primera. ¿Y si recuperaba la voz y volvía a perder mis visiones… antes de poder ver a Emily?
No podía arriesgarme.
Aunque todo el mundo insistía en que volviera a ver a la doctora Nicholson, continuaba esperando sumida en mi silencio. Me había convertido en una persona reservada cuyos pensamientos y sentimientos no se exteriorizaban así como así. No, tenían que traducirse, extraerse de mi garganta y plasmarse en papel a través de un bolígrafo; salían a la luz con tiempo y esfuerzo. Cuando uno tiene que escribir todo lo que quiere decir termina omitiendo casi sin pensar la mayor parte de las palabras que en circunstancias normales saldrían por su boca. Lo que antes solía emerger a la superficie se reducía considerablemente y, a medida que me encerraba en mi silencioso mundo, muchas cosas empezaron a estar cada vez más claras. Las mentiras e ilusiones se fueron derritiendo conforme me iba acercando más y más a mi núcleo, a mi verdadera esencia.
Una persona reservada y silenciosa. Alguien distinto a quien pensé que era, pero con la que me sentía a gusto. Después de todo el dolor por la pérdida de Emily era imposible estar asustada. Podría haber llenado un río con mis lágrimas, pero al final ese río desembocaría en el mar, y lo que te hacía daño, lo que te desgarraba por dentro, se convertiría en un recuerdo.
* * *
Cuando Mary volvió a aparecerse estaba trabajando en la revisión de un manuscrito. Era la primera hora de la tarde y todo a mi alrededor rezumaba vida. La presencia de Mary se fusionó con el presente a la perfección. En el exterior se oía a los muchachos que jugaban al fútbol y los ocasionales vehículos que atravesaban St. Colman’s Way. Desde la planta de abajo me llegaba el murmullo de las voces de la radio… y, sentada en mi escritorio, estaba Mary. En un instante se convirtió en el centro de mi percepción, más intensa y real que cualquier otra cosa. Lágrimas silenciosas caían por sus mejillas; ya no se la veía enfadada o desgarrada como cuando tiraba las cartas de Robert al lago. Ahora parecía resignada.
Las palabras que estaba escribiendo resonaron tan cristalinas en mi mente como si las estuviera expresando en voz alta.
Así:
Querido Robert:
Pensé que querrías saber que voy a casarme. Es un buen hombre y me quiere, nada más importa. Supongo que nunca sabremos si habríamos sido felices juntos. Aunque este tipo de cosas nunca se saben.
El otro día estuve en el lago. El cielo estaba todo azul y el sol brillaba como nunca. De pronto, como aparecido de la nada, llegó un banco de nubes y descargó toda su furia. Fue un cambio tan repentino, tan inesperado, que me hizo pensar en lo nuestro. Estábamos juntos, eras mi vida… y en un parpadeo te habías ido.
Al igual que el cielo pasa de estar despejado a nublado en un segundo, la alegría se transforma en tristeza con la misma rapidez, pero también sucede a la inversa. No había ningún destino escrito para nosotros, Robert, nuestra vida hubiera sido como nosotros hubiéramos querido que fuera.
A veces me pregunto cómo nos hubiera ido si hubiéramos terminado juntos. Después de lo que le pasó a mi familia, después de lo tuyo, a menudo me siento como si estuviera rota, como si nunca pudiera ser capaz de volver a estar entera. Aunque daba la impresión de que yo no tenía nada que perder y que tú, en cambio, lo arriesgabas todo, me he dado cuenta de que no es verdad. Yo podía hundirme… y eso fue lo que hice. Creo que ahora debería parar antes de decir demasiado.
Te deseo una larga vida con Anna, llena de felicidad y alegría. Por favor, transmítele todo mi amor, lo acepte o no. Debe de estar a punto de dar a luz. Espero que no pase mucho tiempo antes de que Alan y yo también tengamos buenas noticias que dar. Estoy convencida de que eso es lo único que podría traer un poco de alegría a mi vida. También espero que la vida me tenga reservada algo de felicidad y que, aunque me parezca imposible, las lágrimas de hoy se conviertan en un simple recuerdo. Ojalá los años se lleven mi dolor. Aunque te prometo algo: quieras o no, siempre permanecerás en mi corazón. Pase lo que pase, no te olvidaré.
No tiene sentido que siga escribiendo, son solo palabras y más palabras, ¿verdad? Y tuvimos tantas… Solo una cosa. Robert, si decides convertir nuestra historia en un poema, que sea uno feliz. Habla del día que pasamos en la orilla del lago, ¿te acuerdas? No más tristeza.
Escucha las palabras no pronunciadas y sabrás cómo me gustaría terminar esta carta. Ahora, sin embargo, lo único que puedo decirte es que te deseo toda la felicidad del mundo.
Mary
Cuando se desvaneció, sentí como si me drenaran la poca energía que me quedaba. Caí de rodillas sobre el suelo de madera, agotada. Su estado de ánimo me había dejado sombría, apática. No había esperanza para ella y Robert.
Como tampoco la había para Álex y para mí.
Pero Mary no se lo había merecido, no había hecho nada para traer todo ese sufrimiento a su vida. Yo, sin embargo, sí que lo había propiciado al ocultar durante tanto tiempo mis sentimientos por Álex, no solo a todo el mundo, sino sobre todo a mí misma.
Por primera vez en días, encendí el ordenador y el teléfono… Entre la docena de correos que tenía acumulados, había uno que no me esperaba. El de Álex.
… solo sabes apartarme. Y después me buscas y yo siempre te respondo. Lo siento, pero no puedo seguir así. No te hagas la ofendida si al final me he animado a salir con alguien que no seas tú.
Aunque sus palabras me dolieran en el alma, tenía razón.
Me pregunté si iba en serio con Sharon o si salía con ella por una cuestión de sexo (la idea me mataba) o por despecho después de lo que le había dicho.
Tal vez estaba enamorado. Aquella era la hipótesis que más me dolía. Que la mirara como me había mirado a mí la noche que pasamos juntos.
Sí, eso me dolía horrores.
De pronto me enfadé.
Álex:
Sé que lo he echado a perder todo. Lo siento. ¡Pero no has tardado mucho en encontrar a otra!
Hice clic en el botón de enviar con el pecho hinchado de indignación. ¿Por qué estaba furiosa con él? No se lo merecía. Tal vez con quien estaba realmente enfadada era conmigo misma.
Me quedé mirando la pantalla, esperaba que estuviera al otro lado. Y así era.
No puedo hablar así. Enciende el Skype.
En cuanto abrí la aplicación recibí un mensaje al instante.
¿Qué no he tardado mucho? Tres años, Inary. ¡Tres años!
Para mi desgracia, sentí una lágrima corriendo por mi mejilla. Me odié por aquello. Era el tipo de situación que había intentado evitar a toda costa. Volver a involucrarme tanto con otra persona…, que volvieran a hacerme daño.
No puedo explicarte por qué soy así. No sé cómo expresar en palabras por qué cada vez que me acerco a ti, termino huyendo.
Mientras escribía, sentí cómo la verdad brotaba a través de mi corazón, amenazando con desbordase por mis dedos. Quería contárselo todo…
Álex: Encuentra las palabras, ¡por el amor de Dios! ¡Eres escritora!
Yo: Cierto. Muy bien. ¿Quieres saber lo que de verdad pasó? Lewis me dejó porque pensaba que estaba loca. Y puede que lo esté.
Álex: ¿?
Yo: ¿Qué pasaría si te dijera que veo fantasmas?
Álex: ¿Qué?
Yo: Álex, veo fantasmas.
Álex: ¡¿Qué?!
Tomé una profunda bocanada de aire. ¡Lo que hubiera dado por poder hablar en ese momento!
Yo: ¿Has visto El sexto sentido? Bueno, pues a mí me sucede algo parecido. Solo que da un poco menos de miedo (la mayoría de las veces). Sí, es cierto. En ocasiones veo muertos (perdona por el cliché). A mi abuela también le pasaba. Es algo que les sucede a muchas mujeres de mi familia, como un sexto sentido… Cuando llevas toda la vida con él, lo ves normal. Empezó cuando tenía seis años, pero lo perdí a los doce porque tuve una visión que me aterrorizó. Más o menos lo mismo que me ha pasado con la voz cuando mi hermana murió. El caso es que se lo conté a Lewis y pensó que estaba mal de la cabeza. Creo que le atemorizó lo suficiente como para romper conmigo. No lo sé a ciencia cierta pero, creo que eso fue lo que en el fondo le llevó a dejarme de aquella manera. Nadie más lo sabe, excepto mi familia. Y ahora que mi voz se ha ido las visiones han regresado. Tenía la esperanza de poder ver a Emily. La he buscado por todas partes, pero nada… Bueno, eso es todo. Ahora tú también pensarás que estoy loca.
Me quedé esperando su respuesta durante varios minutos. Debía de haberse quedado conmocionado.
Álex: Me estás tomando el pelo.
Se me cayó el alma a los pies. Álex creía que estaba bromeando.
Yo: No, para nada.
Álex: ¿Lo dices en serio?
Yo: Me temo que sí.
Álex: ¿Ese es el don del que me hablaste? El regalo que no le gustó a Lewis.
Yo: Sí.
Una pausa. En la pantalla apareció el aviso de que estaba escribiendo, pero no veía ningún texto; era como si estuviera escribiendo y borrando mensaje tras mensaje.
Lo había hecho. Le había contado lo de mi don. La enormidad de aquella confesión se instaló en mi pecho atemorizándome y aliviándome al mismo tiempo.
Tras un rato vi que me pedía una videoconferencia. ¿Por qué? Sabía que no podía hablar. Acepté la llamada. En cuanto vi su rostro en la pantalla el corazón me dio un vuelco. Allí estaba Álex. Mi Álex. Despeinado al estilo «acabo de salir del trabajo». Llevaba una camisa desabotonada a la altura del cuello. Detrás de él pude ver aquel salón que conocía tan bien: la chimenea, las fotografías de sus sobrinos en la repisa… Volví a mirarle y nuestros ojos se encontraron. Entonces me sonrió. Álex tenía la peculiaridad de que, cuando sonreía, se le arrugaban los ojos y parecía mucho más joven, como un niño feliz. Yo también quería sonreír, pero estaba demasiado angustiada.
—Hola —dijo y me saludó con una mano.
De pronto me di cuenta de que también podía verme. Me llevé las manos al pelo con timidez. Seguro que parecía un gato al que acababan de sacar de un arbusto.
—Estás muy guapa. —Un atisbo de sonrisa curvó por fin mis labios—. Hay algo que quiero decirte.
Asentí. Tampoco podía hacer mucho más.
Álex levantó un trozo de papel en el que había unas palabras escritas en rojo.
Eres más increíble de lo que pensaba.
La esperanza despegó en mi interior como un globo ascendiendo hacia el cielo.
Me llevé las manos a la boca. Me creía. Álex, lo comprendía. No pensaba que estaba poseída por el demonio o que tenía una enfermedad mental.
Sentí una punzada de nostalgia.
Le echaba tanto de menos.
Le amaba.
Oh, Dios mío.
Era la primera vez que admitía, incluso a mí misma, que lo que sentía por Álex era mucho más profundo de lo que fingía. Era probable que todo el mundo lo supiera… excepto yo. Le había rechazado por miedo a terminar herida, pero ahora era una persona mucho más fuerte. ¿Tendría una segunda oportunidad? ¿O ya era demasiado tarde?
Busqué a toda prisa mi cuaderno y escribí:
«¡Estoy deseando contártelo todo! Hay un espíritu, Mary… ¡Han pasado un montón de cosas!»
Alcé el cuaderno a la altura de la cámara web.
—Y yo estoy ansioso porque me las cuentes. En fin… Supongo que tiene sentido que sigamos siendo amigos… después de todo lo que hemos pasado.
¿Qué? ¿Cómo que amigos? «Te quiero», quería gritar, pero me parecía imposible poder escribir algo así. Así que me limité a asentir y contuve el aliento a la espera de lo que viniera a continuación.
—No quiero perderte, Inary. Ya sabes, al estar viendo a Sharon y todo eso…
Oh. Mi ánimo cayó por los suelos. Estaba tan decepcionada…
«Sí», escribí y alcé el cuaderno.
—Estupendo —repuso. Se me rompió el corazón—. Y ahora, cuéntame lo de esa Mary.
«Te envío un correo», escribí. Él asintió y ambos cerramos Skype.
Las lágrimas que tanto me había esforzado por contener mientras hablábamos se derramaron al instante por mis mejillas. No había querido que me viera llorar.
Abrí el correo y le conté todo, lo que me sucedió en el lago hacía trece años, lo de Mary, cómo había buscado información sobre ella. Estaba tan aliviada por la forma que había reaccionado, tan conmovida porque me creyera, porque me comprendiera… que no pude evitar llorar a moco tendido mientras escribía.
Éramos amigos.
Tal vez amaba a Sharon.
Entonces ya tenía mi respuesta. Como me había temido, era demasiado tarde.