Capítulo 10

UNA FIESTA PARA LOS MUERTOS

Inary

Lesley llegó el mismo día del funeral, en una mañana brillante y soleada, completamente inusual a principios de marzo en Glen Avich. No estaba segura de si era una bendición, una dulce despedida para mi hermana o el destino que se burlaba de nosotros.

Mientras esperaba a Lesley en la calle (me había enviado un mensaje para avisarme de que llegaría en diez minutos) me embebí de la radiante luz del sol e inhalé el aire de una nueva estación, de una nueva vida, aun sabiendo que estaba a punto de enterrar a mi hermana. Emily nunca volvería a respirar ese aire fresco, nunca más sentiría la brisa sobre su rostro ni vería los árboles en flor…

Cuando vi aparecer el pequeño automóvil rojo de Lesley al final de la calle los ojos se me llenaron de lágrimas de alivio. Corrí a encontrarme con ella.

—Oh, Inary —susurró en cuanto salió del vehículo—. Lo siento tanto…

La abracé durante lo que me pareció una eternidad, no quería separarme de ella. Nos miramos la una a la otra, pero no pude responder. Todavía no le había contado lo de mi voz; creía que la recuperaría en cualquier momento. Le agarré de la mano y la llevé hasta nuestra casa. Logan nos estaba esperando en el umbral.

—Gracias por venir, Lesley.

—No hay de qué. Lo siento mucho, Logan —dijo envolviéndole en un fuerte abrazo que mi hermano devolvió tenso—. ¿Hay algo que pueda hacer? —preguntó mirándome.

No pude responder.

—Inary no puede hablar, ha perdido la voz —explicó Logan.

Hice un gesto de asentimiento y me toqué la garganta.

—Oh… ¿Has tomado algo? ¡Justo lo que te faltaba! ¿Tienes fiebre? —Me tocó la frente con la mano. Cerré los ojos y me dejé llevar por su ternura—. No tienes calor…

—Va a ir al médico después del funeral. Debe de tratarse de algún catarro o alguna infección en la garganta, pero es mejor que la vean.

—Y te has cortado el pelo…

Aparté la mirada y Lesley supo lo que había pasado al instante.

—Te queda muy bien. Eres muy valiente, Inary. Ven aquí —dijo antes de volver a abrazarme. Quería quedarme en sus brazos para siempre, así evitaba hacer frente al difícil y doloroso trance que nos esperaba.

* * *

Anhelábamos con todas nuestras fuerzas un funeral íntimo, pero la iglesia estaba llena. No pudimos evitar que la mitad del pueblo —más bien todo el pueblo— asistiera al sepelio. Álex no había venido y sentí su ausencia tanto como si me faltara una extremidad; sin embargo entendí que lo había hecho por mí. No podía culparle.

Los amigos y compañeros de clase de Emily estaban sentados en la parte de atrás, con los ojos abiertos, como si les costara mucho creer que algo así le hubiera pasado a uno de ellos; los jóvenes no se mueren, ¿verdad? David, el que fuera novio de mi hermana durante un tiempo, también estaba entre ellos. Se le veía pálido, encorvado por el dolor. Había venido con su madre. Más tarde se acercaron, compungidos, a ofrecernos sus condolencias.

—La queríamos tanto —susurró la madre con los ojos llenos de lágrimas—. Era una muchacha encantadora. Logan, Inary, lo siento mucho.

David no dijo nada, estrechó la mano a Logan durante un segundo y enseguida apartó la mirada. Le entendí perfectamente.

Había un montón de gente llorando. Yo era una de ellas. Me aferraba al brazo de Lesley y en mi cabeza no dejaba de repetir una y otra vez el único mantra que me traía un poco de consuelo. «Emily no está ahí. No está en ese ataúd. No estamos a punto de enterrarla. No la vamos a cubrir con tierra. No se va a quedar sola en la oscuridad. No… Ahora Emily es libre.»

Observé mientras la colocaban al lado de mi madre y de mi padre. Tres tumbas, una después de otra. Logan y yo éramos los únicos que quedábamos de nuestra familia. Miré su mano y enredé los dedos con los suyos como si fuera una niña perdida. Él me dio un ligero apretón, pero retiró la mano enseguida, haciendo que me sintiera sola.

* * *

Tras el entierro fuimos a casa para hacer una pequeña recepción. Esta tradición siempre me ha desconcertado un poco. Al final es como una fiesta para los muertos. Supongo que ayuda a los familiares de los fallecidos, ya que después del sepelio no tienen que volver a sus casas vacías y sentirse solos. A mí me ayudó, aunque también fue una experiencia abrumadora. Lesley estuvo a mi lado todo el tiempo, pero hubo mucha gente, ramos de flores por todas partes y un sinfín de bandejas con sándwiches que nos habían traído nuestros vecinos… En un momento dado, todos esos cuerpos y voces empezaron a dar vueltas a mi alrededor y sentí que me iba a estallar la cabeza. Entonces alguien me tocó el brazo y me llegó a las fosas nasales un aroma fresco a manzana. Se trataba de Eilidh. No había vuelto a verla desde nuestro encuentro casual en la tienda, tras pasar todo el tiempo con… Emily.

Emily.

Respiré hondo e intenté recobrar la compostura.

Eilidh sostenía a un precioso bebé, vestido con un mono azul y un cárdigan de punto del mismo color. Con el brazo que tenía libre me abrazó con fuerza y saludó con la mano a Lesley.

—Logan me ha dicho que has perdido la voz. La pena puede causar estragos en las personas —dijo mirándome con esos ojos azules del mismo tono que los míos. Me dejó un poco estupefacta. Hasta ese momento, nadie había hablado de mi silencio en esos términos, por lo menos no delante de mí. Todo el mundo había fingido que se trataba de algún catarro o infección en la garganta—. ¿Pero sabes? A medida que pase el tiempo se hará más soportable, aunque ahora te cueste creerlo —añadió con esa voz tan dulce que tenía.

Aquello me tranquilizó y la habitación dejó de dar vueltas. Eilidh tenía algo en su interior que provocaba en la gente una cálida sensación, una especie de serenidad; algo muy parecido a lo que le sucedía a mi madre. Quizá las palabras de Eilidh habían surtido ese efecto en mí porque expresó en voz alta lo que todo el mundo sospechaba pero nadie se atrevía a decir; que, en el fondo, el trauma por la muerte de Emily era lo que había provocado que me quedara sin voz. O tal vez, ver lo mucho que nos parecíamos me había recordado lo profundos que eran mis lazos con Glen Avich, que estaba emparentada con la mitad del pueblo, que aquel lugar en el mundo era mi verdadero hogar aunque hubiera querido huir de él.

—¡Inary! Lo siento tanto… —dijo una voz familiar a mis espaldas. Eilidh se despidió de mí y se alejó con discreción. Me di la vuelta y me encontré con Torcuil Ramsay, lord Ramsay, el primo segundo de mi madre. Llevaba sus usuales agujeros en el jersey, los zapatos llenos de barro y el pelo como si no hubiera visto un peine en meses, pero también iba vestido con su kilt para «ocasiones especiales».

Torcuil era una de las personas más amables que había conocido en mi vida. Me dio un inmenso abrazo y cuando le miré a los ojos me acordé de todas las ocasiones en las que habíamos jugado juntos de pequeños. Cuando recordé una de las veces que estuvimos en la casa del árbol de la propiedad de Ramsay y cómo él ayudó a Emily a subir, esbocé una media sonrisa.

—Pásate un día por casa, Inary. Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que nos vimos. —Siempre hablaba con voz muy tranquila. Después me sostuvo las manos durante un instante antes de marcharse.

Unos segundos más tarde, sentí que alguien me tocaba el brazo. Era Lesley; me había olvidado que estaba allí.

—Voy arriba a descansar un rato —informó—. ¿Te encuentras bien?

Asentí.

—Inary… —La siguiente en acercarse a mí fue Christina, una vieja amiga y compañera de clase. La miré a la cara un instante antes de bajar la mirada hacia su enorme vientre. Ella debió de leer mi expresión—. Sí, estoy embarazada de seis meses, ya queda poco. —Volví a mirarla, sin saber muy bien qué hacer. «Felicidades» era una palabra demasiado difícil de gesticular, así que esperé a ver si continuaba hablando. Lo que hizo—. No te imaginas lo mucho que lo sentí cuando me enteré de lo de tu hermana. Pobre Emily. Me gustaría encontrar las palabras adecuadas para expresar… —Continué mirándola. En ese momento las palabras tampoco eran mi fuerte, de modo que asentí con la cabeza (mi respuesta estándar de las últimas horas)—. Inary, ¿te encuentras bien? —preguntó preocupada. Entonces caí en la cuenta. Christina no sabía que había perdido la voz. Increíble, resulta que había alguien en Glen Avich que todavía no se había enterado de lo que me pasaba. ¿Acaso los rumores ya no funcionaban tan bien como cuando vivía aquí?

Hice un gesto hacia mi garganta, encogiéndome y abriendo los brazos. Me sentía como un mimo. Durante un instante, me imaginé fingiendo que subía una escalera invisible, vestida toda de negro con guantes blancos y un clavel rojo prendido en alguna parte. Aquel pensamiento estaba tan fuera de lugar con la situación que estaba viviendo que me reí en silencio. Supongo que se trató de una de esas risas histéricas que no puedes controlar. Christina seguía mirándome un tanto sorprendida. Seguro que creía que me había vuelto loca. Tal vez tenía razón.

—Ah, que te duele la garganta, ¿no? Espero que te mejores. Como te acabo de decir, siento mucho lo de Emily. Mejor me marcho ya, Fraser está esperándome.

Oh, sí, Fraser Masterson también iba a nuestra clase. De hecho nos habíamos besuqueado en una ocasión (¿cómo se contaría algo así solo con mímica?). De todos modos me parecía increíble que estuviera casada y embarazada con solo veinticinco años. Aunque pensándolo bien, esa podría haber sido yo si…

La habitación volvió a girar en cuanto el pensamiento que acababa de tener pareció saltar de mi mente y cobrar vida propia. El corazón me dio un vuelco. Christina era el fantasma de lo que yo podría haber sido.

Y sí, ahí estaba Lewis. Había venido a mi casa… e iba de la mano de otra mujer.

Ambos se acercaron a mí. Mi exprometido y una antigua compañera de universidad: la preciosa, menuda y vivaracha Claire McKay. Antes de que pudiera decir nada, Claire me abrazó, ofreciéndome sus condolencias en un susurro. Me había quedado tan rígida que fui incapaz de devolverle el abrazo.

Me pregunté si sabía lo que Lewis me había hecho; que me había dejado tres meses antes de la boda. ¿Sabía que había llevado mi vestido de novia a una ONG? Lo dejé en una bolsa en los escalones de entrada y salí corriendo antes de que pudieran verme. Me habría sentido demasiado humillada si alguien me hubiera dicho alguna frase del estilo: «Gracias, qué vestido más bonito. Seguro que ibas guapísima el día de tu boda. ¿Os hizo buen tiempo?».

Quizá la relación entre Lewis y Claire empezó cuando todavía estaba conmigo. Tal vez esa fue la razón por la que me dejó de una forma tan repentina. La idea me atravesó como un cuchillo. Sangraba y continuaría sangrando en silencio mientras los tuviera delante de mí.

—Quería estar aquí y decirte lo mucho que lo siento —dijo Lewis.

¿Sentir qué? ¿La muerte de mi hermana? ¿O haberme roto el corazón?

Le miré a la cara, observé esas facciones que tanto conocía. Todas las mañanas, cuando me despertaba en nuestra cama, lo primero que veía era ese rostro, sus largas y espesas pestañas, esos labios de los que nunca parecía tener suficiente, su cabello rubio oscuro revuelto sobre la almohada. «Buenos días, dormilona», solía decirme.

Esperaba sentir una oleada de dolor. Y llegó.

Esperaba sentir la misma e intensa, casi voraz necesidad de estar con él que experimenté desde el mismo instante en que nos conocimos. Pero no sucedió.

En su lugar, me recorrió un escalofrío de la cabeza a los pies al recordar lo que había sentido cuando me dejó; cuando me dijo que habíamos terminado como si tal cosa, que necesitaba tomarse un tiempo y que me llamaría más tarde para ver cómo estaba. Estuve horas sentada en la mesa de la cocina de nuestra casa, estupefacta, incapaz de hablar, sin poder moverme, sin poder creer del todo lo que acababa de suceder. Las tres primeras semanas le supliqué que nos viéramos. Teníamos que hablar, no podíamos terminar de aquella forma…, pero él se negó. Después de un tiempo fue él quien pidió verme; quería explicarse. Entonces me di cuenta de que no soportaba la idea de volver a verlo. Seis semanas después me marché a Londres; desde entonces, no habíamos vuelto a coincidir.

Y ahora estaba aquí.

Supongo que me di cuenta de que había expulsado a Lewis de mi corazón, que el amor que una vez sentí por él había muerto. Por supuesto que me dolió; una parte de mí todavía seguía sentada en aquella mesa de nuestra casa en Kilronan, con los ojos secos de tanto llorar y las manos temblorosas.

—Me hubiera encantado conocerla —dijo Claire de forma absurda.

Asentí y bajé la mirada. No sabía qué hacer ahora. Solo quería que se fuera y se llevara a Claire con él. Deseaba que fueran felices. O quizá no. Tal vez quería que Lewis sufriera tanto como yo había sufrido… No, en realidad no le deseaba ningún mal a nadie; no era mi estilo.

—Bueno, nosotros también nos alegramos de verte. Es hora de marcharse —dijo una voz detrás de mí. Tía Mhairi se materializó a mi lado y se colocó frente a Lewis y Claire con su poco más de metro cincuenta de estatura. Su cabeza apenas llegaba al pecho de mi exprometido.

—Oh, sí, sí, claro… —tartamudeó él.

—Adiós —dijo mi tía sin más miramientos mientras le ponía una mano a la espalda y le señalaba el camino a la puerta. Con expresión furiosa los escoltó hacia la salida y regresó a mi lado. Yo seguía de pie, atónita por lo que acababa de suceder.

—¿Estás bien, cariño? ¡Le hubiera estrangulado! —siseó. Tragué saliva. Durante un segundo mi tía con su cárdigan de punto y su falda de lana me había dado auténtico miedo—. ¡Qué valor, presentarse aquí! ¡Y nada más que con su querida! —Eso último casi me hizo reír… Casi—. Te juro que como vuelva a acercarse a ti… ¡Oh, mira! Ahí está Lorna. Está teniendo un montón de problemas con su Derek. —Bajó el tono de voz para dar mayor dramatismo al asunto—. Ya sabes, su hijo pequeño. Peggy me ha dicho que no hay ni un solo centímetro de sus brazos que no esté tatuado. ¡Menuda historia! ¿Te encuentras bien?

Asentí.

—Oh, mira, aquí viene… —Puso los ojos en blanco y se fue a saludar a Lorna.

Recorrí la estancia con la mirada en busca de whisky; un trago me hubiera venido de maravilla en ese momento. Mientras caminaba hacia la botella más cercana, alguien se interpuso entre mí y el Laphroaig.

Un hombre.

Un hombre de rostro bronceado, mirada alegre y con un ramo de rosas blancas en la mano.

—Tú debes de ser Inary. Me llamo Taylor, soy amigo de Logan. —Extendió la mano. Tenía acento estadounidense, supuse que de Nueva York. ¿Quién era? Debía de tratarse de un recién llegado. Uno muy reciente. No le había visto en mi vida, así que tenía que haberse mudado a Glen Avich en los últimos meses—. Logan me ha dicho que has perdido la voz. No te preocupes, no tienes que decir nada. Solo… he traído esto para Emily. Lo siento mucho. —Me ofreció el ramo.

Asentí por enésima vez ese día.

De pronto me sentía exhausta. Solo quería estar sola.

—Supongo que estás deseando estar sola. —¿Acaso me había leído la mente?—. Así que me voy. Pero antes me gustaría comentarte algo, trabajo en la excavación… —¿Qué excavación? ¿De qué estaba hablando?— Logan y yo solemos ir de vez en cuando al lago. Si te apetece puedes venir un día de estos. Con Logan, por supuesto… —añadió a toda prisa, para que no creyera que estaba intentando ligar conmigo en el funeral de mi hermana. En realidad me daba igual. Bajé la mirada y él captó la indirecta—. Sí, bueno. Ya nos veremos. Lo siento mucho… —Se dio la vuelta y fue a encontrarse con Logan.

Coloqué las rosas blancas en un florero y por fin pude servirme algo de beber. Opté por una taza de té. Logan ya estaba bebiendo suficiente whisky por los dos. Di un par de sorbos y me sentí un poco mejor.

Aunque no me había recuperado aún de la súbita aparición de Lewis… con Claire. Gracias a Dios que Logan no le había visto. A pesar de que había conseguido deshacerme de los sentimientos que una vez tuve por él, todavía tenía el poder de hacer que me sintiera sola y desamparada como una niña que hubiera sido abandonada por sus padres. Lo que provocaba que, más que estar resentida con él, me odiara a mí misma. Nunca debí depender de él como lo había hecho; ningún hombre ni ninguna mujer deberían permitir que sus vidas giraran en torno a una persona, de modo que cuando esa persona se marchara sintieran tan vacía su existencia. O tal vez esa era la verdadera naturaleza del amor, volvernos tan dependientes del otro. Por eso no quería volver a enamorarme.

En cierto modo, pensé un tanto confundida, esperaba que Claire tuviera mejor suerte y que no le hiciera tanto daño como a mí.

Menudo desgraciado.

Tomé otro sorbo de té y antes de darme cuenta tenía a Lesley de nuevo a mi lado.

—Así que Lewis ha estado por aquí.

Asentí.

—Nunca me había fijado, pero tiene las piernas arqueadas.

Para mi asombro, me eché a reír.

* * *

Después de lo que me pareció una eternidad, se marchó el último de los asistentes y todo terminó. Recogimos la casa con la ayuda de la tía Mhairi y dos de sus amigas de la parroquia, Maggie y Liz. Nos dijeron con tono alegre que no nos preocupásemos por nada, que eran expertas en funerales y velatorios y que lo dejarían todo limpio en un abrir y cerrar de ojos. Pensé que aquella sí que era una buena habilidad y esbocé una media sonrisa.

Acababa de descubrir que los funerales no eran una tarea nada sencilla. Cuando mis padres murieron era demasiado joven como para asumir alguna responsabilidad, pero ahora era diferente. Lo curioso era que no recordaba nada de su funeral; donde antes habían existido recuerdos ahora solo había un enorme agujero negro con apenas algunos fragmentos (por ejemplo, recuerdo haber dormido en casa de la tía Mhairi; o cómo me quedé mirando fijamente mis zapatos color crema, demasiado asustada para alzar la vista y ver qué era lo que pasaba a mi alrededor; o a Ally, mi novio por aquel entonces, sentado en silencio en la cocina, incómodo).

En general, recuerdo la sensación de que el cielo había caído sobre nosotros.

Sentí una inmensa gratitud hacia Maggie y Liz, el tipo de mujeres prácticas y sin sentimentalismos que quieres a tu lado cuando hay tanto por hacer y tienes el corazón demasiado destrozado. Cuando se marcharon —no sin darnos un último abrazo y dedicarnos unas pocas palabras de consuelo—, Logan, Lesley y yo dispusimos en jarrones todos los ramos que nos habían traído y colocamos las cartas y notas de condolencia en el alféizar de la ventana. A Emily le habría hecho muy feliz ver lo mucho que la querían, cuánto se preocupaban por ella tantas personas y lo cariñosos que habían sido con nosotros. Pero lo que más le habría gustado habría sido ese ramo de rosas blancas. ¿Quién lo había traído? Ah, sí, el hombre de la excavación. A Emily le encantaban las rosas blancas…

Antes de darme cuenta las lágrimas volvieron a surcar mis mejillas y regaron un manojo de crisantemos. Lesley se acercó a mí, me dio un abrazo enorme y me acarició la espalda. Tenía que enfrentarme al hecho de que todo había terminado. Afrontar que ya no había nada que hacer excepto esperar a que las flores se marchitaran y meter las notas y cartas de condolencia en una caja y guardarla en algún lugar que no viéramos muy a menudo para evitar el constante y doloroso recuerdo, pero que, al mismo tiempo, tendríamos a mano. También teníamos que encargarnos de su dormitorio, me dije a mí misma con enorme tristeza. Pero ahora no podía pensar en eso; todavía no.

Había pasado. No se trataba de ninguna pesadilla. Emily se había ido de verdad.

Lesley se fue arriba. Tía Mhairi hacía rato que se había marchado; no me había dado cuenta, aunque seguro que se había despedido de mí. De repente, Logan y yo nos quedamos solos en la cocina rodeados de flores y notas… y silencio, mucho silencio.

En ese momento me derrumbé.

Pero entonces me recordé a mí misma que teníamos que recuperar algo de normalidad. No nos quedaba más remedio que seguir adelante. Lo único que me apetecía era tumbarme en la cama y ponerme a llorar, pero todavía teníamos cosas que hacer. Abrí el frigorífico y saqué algunos de los platos de comida que nos habían traído los vecinos. Los puse en la mesa y apoyé una mano en el hombro de mi hermano, haciéndole un gesto para que tomara algo.

—No tengo hambre, Inary. Ya beberé algo después.

Se me encogió el corazón. Logan no había dejado de beber en todo el día, con el estómago vacío.

Negué con la cabeza y fui a encender el horno.

—¡Te he dicho que no tengo hambre! ¿Ahora vamos a jugar a las familias, Inary? Porque no tiene mucho sentido. Y más cuando sabes que te marcharás pronto.

Las palabras de Logan me hirieron en lo más profundo de mi ser. Pero lo peor fue ver su mirada mientras me gritaba. Le había visto enfadado, preocupado, molesto, pero nunca así. Ahora tenía los ojos vacíos.