Capítulo 30
MILAGROS
Inary
Eilidh y yo habíamos empezado a quedar en La Piazza los miércoles por la mañana para tomar un café y un trozo de tarta. Cada semana, esperaba con impaciencia que llegara ese día; Eilidh y yo éramos el alma de aquellas reuniones, pero había un montón de mujeres, con o sin niños, con las que también pasábamos el rato. Eso sí, he de confesar que cuando mejor lo pasaba era con Eilidh para mí sola.
La apertura de La Piazza había despertado un gran entusiasmo en el pueblo y, al principio, también un poco de desconfianza. Las mujeres de más edad fueron las encargadas de hacer la primera avanzadilla: entraron, revisaron lo que allí había e informaron a sus familiares y amigos. La cafetería ofrecía algunos platos extravagantes, sobre todo en el menú del mediodía: cuscús, queso de cabra, pesto, tajine de pollo…, y todo tipo de bebidas a base de café: expreso de caramelo, café moca y —ver para creer— chai latte. Sí, sí, en Glen Avich. Pero también ofrecía comida y bebida habituales como té, bollos y pastas, por lo que pasó con nota el examen de las mujeres mayores. El resto de los habitantes de Glen Avich empezaron a acudir a la cafetería y acabaron rindiéndose a los encantos de la adorable Débora, una incansable ítalo-escocesa de ojos negros.
—Me pregunto qué aroma habrá escogido hoy —susurró Eilidh, inclinándose sobre mí.
¿Aroma? Fruncí el ceño.
—Sí. ¿No te has dado cuenta? Débora cambia cada semana las flores aromáticas que pone en el baño. Suele rotarlas. Lavanda, melocotón, bayas, rosa, limón… Hagamos una apuesta a ver qué toca esta semana. ¿Qué te parece, Sorley? ¿Nos apostamos un trozo de tarta de nata? —Estrechó de manera juguetona la mano de su hijo, que emitió un grito de alegría.
«Lavanda», anoté yo.
—De acuerdo. Yo digo melocotón. ¿Sorley?
El pequeño dijo algo entre un «don» y «pon» que interpretamos como si hubiera dicho «limón».
—Perfecto. Lavanda, melocotón o limón. Si no es ninguno de esos…
—¡Tiii! —chilló Sorley.
—Eso significa que seguirá queriendo su trozo de tarta. Buen chico. Voy a ver… —Y desapareció en el baño bajo la atenta mirada del niño.
—¿Ma? —preguntó. Sonreí y le acaricié el brazo, que era mi forma de decirle: «No te preocupes, tu mamá vendrá enseguida, pero mientras tanto estás seguro aquí conmigo». Él me devolvió la sonrisa y durante un instante mi corazón se derritió por completo.
—Inary, querida… —Eran Maggie y Liz. Las amigas de mi tía Mhairi.
—¿Cómo estás? —preguntó Liz.
«Bien», articulé y esbocé una sonrisa.
—Pobrecita, sigue sin poder hablar. ¿Y quién es este bebé tan precioso? —repuso ella.
—¡No es posible que el agua haya surtido efecto tan pronto! —Maggie se rio al tiempo que Liz se unía a la broma alborozada. Me quedé perpleja. Entonces me acordé; el agua del pozo de St. Colman. Le aconsejaron a mi tía que bebiera un poco para ver si recuperaba la voz. Que alguien pudiera creer que Sorley era hijo mío, incluso en broma, me dejó helada. No me malinterpretéis, era un niño adorable, pero en ese momento estaba a millones de kilómetros de querer ser madre.
«Es el hijo de Eilidh McCrimmon», escribí.
—¿Ah, sí? —comentó Liz, entrecerrando los ojos—. No llevo puestas las gafas.
—Espera un segundo… —Maggie rebuscó en su bolso y sacó un pequeño estuche con cremallera. Después se puso las gafas—. Eilidh Mc… Oh, sí. Es el hijo de Eilidh McCrimmon —explicó a su amiga—. ¡Claro que sí que lo eres! No te he reconocido sin tu mamá. ¡Hola, bonito! ¿Cómo está ese niño tan, pero que tan bonito?
—¡Es preciosísimo! Deberías beber el agua de St. Colman, Inary… —susurró Liz.
—Por supuesto que sí. ¡Hasta puede que tengas suerte y te produzca algún efecto colateral agradable! —Maggie se rio—. Si tienes un buen joven a mano, por supuesto. ¿Cuántos años tienes, querida?
«Casi veintiséis», escribí, rezando en silencio porque me dejaran en paz.
—¡Veintiséis! ¡A tu edad yo ya tenía a mis tres hijas!
—¡Y yo llevaba casada muchos años!
Me estremecí por dentro.
Aunque tal vez fuera un buen plan. Si bebía del pozo de St. Colman, recuperaba la voz y además tenía un hijo, mi historia se haría viral en Facebook y Glen Avich se haría famoso por sus milagros.
—O ve a ver al padre McCroury. ¡Podría bendecirte la garganta! —apuntó Maggie solemne. Sin darme cuenta mis labios se curvaron hacia arriba—. Ríete todo lo que quieras, jovencita, pero así se curó mi marido cuando tuvo esos cálculos biliares. Gracias a una bendición.
—Y también Isobel, ¿te acuerdas? —intervino Liz—. Isobel estaba fatal con sus dolores en las articulaciones. Do-lo-res-en-las-ar-ti-cu-la-cio-nes —repitió enfatizando cada sílaba—. El padre Sartori la bendijo en Kinnear y al poco tiempo le desaparecieron.
—Así es, como si nunca los hubiera tenido —insistió Maggie.
Sonreí con la esperanza de parecer más agradecida que divertida. Lo decían de corazón. Mi abuela también creía en los milagrosos poderes de curación de las bendiciones y el agua. Tal vez lo que en realidad generaban era una especie de efecto placebo y todo estaba en la mente.
—Da igual, querida. Espero que no se hayan terminado todos los bollos. Los miércoles siempre se acaban —comentó Liz mirando hacia el mostrador.
—La culpa la tienen los ancianos de la residencia. Los miércoles vienen bien temprano y arrasan con todo. Son como una plaga de langostas —susurró Maggie.
—¡Sí, sí! Igual que langostas —repitió Liz.
—¡Limón! ¡Ha ganado Sorley! —Eilidh había regresado—. Hola —saludó a Maggie y a Liz.
—Hola querida. ¡Pero qué niño tan guapo tienes! ¿Cómo está la hija de Jamie…?
—Maisie. Está fenomenal, gracias.
—Tienes dos hijos maravillosos, Eilidh —dijo Maggie de corazón.
—Es verdad. Gracias.
Tras recomendarme que me cuidara, las amigas de tía Mhairi fueron a sentarse a la mesa que había al lado de la ventana. Liz no lo pudo evitar e hizo un último intento antes de dejar de prestarnos atención:
—¡Prueba el agua!
—¿Qué te estaban diciendo? —murmuró Eilidh.
«Creen que el agua del pozo podría curarme.»
—¿Sí? Creía que solo te ayudaba a quedarte embarazada. Siempre he sospechado que Peggy debió de verter algún chorrito en mi té porque Sorley fue un verdadero milagro. Bueno, el pequeño se ha ganado el trozo de trata. ¡Sí, señorito! —Le hizo cosquillas en los pies y el niño sonrió encantado.
—¿Sabéis ya lo que vais a tomar? —preguntó Débora tan alegre como siempre.
Conseguimos dos magdalenas y un trozo de tarta de nata. Las langostas habían sido benévolas y no arrasaron con todo.
—¡Mamá! —resonó la voz de una niña a nuestras espaldas. Me di la vuelta y vi a Peggy que venía de la mano de Maisie. El rostro de Eilidh se iluminó esbozando una enorme sonrisa.
Eilidh me había contado lo mucho que le gustaba que Maisie hubiera empezado a llamarla «mamá». Cuando estaba en Londres, solía ver a Janet Heath, la madre biológica de Maisie, en infinidad de periódicos y carteles. Aunque Álex era un gran admirador de su trabajo, dejó de serlo cuando le conté cómo había abandonado a su hija y cortó todo contacto con ella. Me alegraba tanto de ver a Maisie y a Eilidh tan cercanas, tan felices juntas… Ambas se lo merecían. Observé a mi prima rodear la cintura de la niña con un brazo, mientras sostenía al pequeño Sorley en sus rodillas. Al verla tan dichosa con su pequeña familia no pude evitar preguntarme qué me depararía el futuro.