Capítulo 44
ROSE
Inary
Las manos me temblaban tanto que tuve que meterlas en los bolsillos de la cazadora. A Logan le había dicho que iría a casa de la tía Mhairi a pasar la tarde. A Álex no le dije nada; cuando le conté lo de la hermana de Mary omití los detalles más escalofriantes porque no quería que se preocupara. Decirle que iba a ir al lago por mi cuenta, después de lo que había pasado allí —dos veces— le habría horrorizado.
Cuando el lago apareció en la distancia noté cómo mis rodillas se doblaban un instante, pero no tenía otra opción. Esa niña me necesitaba. Mary me necesitaba. O hacía aquello o sufriría interminables noches de pesadillas con ahogamientos.
El pequeño bote se balanceaba con suavidad cuando llegué. A pesar del miedo que sentía, no pude evitar notar lo hermoso que era el lago con sus aguas tranquilas y oscuras reflejando el cielo gris y Ailsa, en el centro, con sus arbustos y árboles retorcidos.
Llevaba poco tiempo remando cuando comenzaron los susurros y, con ellos, los habituales signos que acompañaban a mis visiones. Al principio fueron suaves pero pronto se intensificaron a una velocidad que apenas podía soportar. Me dolía tanto. Tenía los miembros rígidos y los oídos me vibraban por la cercanía del espíritu. Caí de rodillas sobre el suelo del bote con las manos en la cabeza.
Los susurros crecían en volumen hasta que por fin pude entender las palabras.
«Rose… Rose… Rose…», era todo lo que podía oír. ¡Así que ese era su nombre! Rose Gibson.
«Rose. Dime dónde estás», le rogué. «Ven y dímelo.»
Una parte de mí registró una oscilación brusca de la embarcación y salpicaduras de agua por todas partes. A pesar del dolor que sentía en los oídos y en todo el cuerpo, fui capaz de levantar la cabeza para mirar.
Allí estaba ella, flotando frente al bote, pálida e hinchada, con esos ojos que eran como dos lagunas de pura angustia y lo que quedaba de sus labios entre un tono azul y negro. Su pelo, que en la fotografía estaba recogido en dos adorables trenzas, ahora estaba mojado y lacio, con algas enredadas.
«¿Dónde estás, Rose?», grité en mi mente.
«No lo sé. En el lago. Está oscuro.»
«¿Qué puedes ver?»
De pronto se elevó y se arrojó sobre mí, con los brazos extendidos. Cerré los ojos, apretándolos con todas mis fuerzas. No quería ver su cara, no podía soportar contemplar ese rostro…, pero antes de que pudiera moverme, sentí sus frías y mojadas manos sobre mis mejillas y su helado aliento en mi cara.
«¡Nada! ¡No veo nada! ¡Estoy en el lago! ¡Llévame a casa!»
Caí en el fondo del bote con Rose sobre mí. Sentía su pelo goteando sobre mí, sus manos buscándome… Iba a arrastrarme con ella. Iba a ahogarme…
Tenía que centrarme. Con un enorme esfuerzo, obligué a mi mente a enfocarse.
«¿En qué parte del lago? Rose, por favor. Es un lago muy grande… ¿Dónde estás?»
Tiró de mí hasta el borde de la embarcación de manera tan repentina que me quedé sin aire en los pulmones. Me aferré a los bordes del bote como si me fuera la vida en ello.
«¡Llévame a casa!», gritó Rose, intentando tirarme al lago.
Tenía que pensar rápido. Tenía que controlar mi miedo… Me dolían las manos por la fuerza con la que me agarraba y ella tiraba de mí y tiraba…
«Déjame. Suéltame», rogué. Su desesperación la hacía tan fuerte. Sus ojos eran unos enormes pozos negros sin iris, el pelo le caía por la cintura y lo que debió de ser su vestido apenas era un cúmulo de jirones podridos. Todavía me aterrorizaba, pero la compadecía tanto, me entristecía tanto su destino. Conseguí formular un pensamiento coherente.
«¿Dónde estabas cuando te caíste?»
«Me caí del bote. Estaba buscando nidos. Quiero irme a casa ahora.»
Si estaba buscando nidos debía de estar cerca de Ailsa. Si hubiera estado en la orilla no habría mencionado un bote.
«Creo que sé dónde estás. Te encontraré.»
De pronto dejó de tirar de mí.
«Te llevaré a casa, Rose.»
Se elevó de nuevo. Emanaba tal nostalgia y sus pensamientos eran tan poderosos que perdí el equilibrio y tuve que volver a aferrarme a los bordes del bote. De nuevo sentí sus pequeñas manos en los brazos y su aliento en la cara.
«No me dejes aquí…»
«Rose. Escucha. Si me arrastras contigo al lago no podré llevarte a casa.»
Se quedó inmóvil durante un segundo. Después se alejó un poco, pero su espíritu estaba tan vinculado a mí que mi cuerpo parecía dispuesto a seguirla, como si estuvieran atados el uno al otro. Durante un instante me encontré colgando del borde de la embarcación.
«Rose, déjame ir…»
Y lo hizo. Se zambulló en el lago tan rápido como llegó y desapareció bajo sus aguas.
«Llévame a casa. Rose… Rose… Rose…» Sus pensamientos continuaron resonando en mi mente durante unos minutos mientras yo jadeaba tratando de apaciguar mi corazón.
Remé de nuevo hacia la orilla, con el bote crujiendo y balanceándose bajo mi peso. Cuando por fin puse un pie en tierra firme tuve que concentrarme para mantener el equilibrio. De pronto tuve la sensación de que el suelo se movía y todo empezó a girar a mi alrededor. Lo veía todo negro, como si de repente se hubiera hecho de noche, y frente a mis ojos explotaron un millar de diminutas estrellas rojas y amarillas.
—¡Inary!
Alguien me estaba llamando. Segundos después sentí unos brazos a mi alrededor… junto con los fríos y afilados guijarros contra mis rodillas y mi rostro.
* * *
Recuperé la consciencia un rato después (no supe a ciencia cierta cuánto tiempo había pasado). Estaba sentada, con la espalda apoyada contra un árbol. A mi lado había alguien. Logan.
—¿Cómo te encuentras?
«Bien», articulé. Intenté incorporarme despacio. El mundo seguía dando vueltas, pero conseguí enderezarme. ¿Qué hacía Logan allí?
—Ten cuidado —susurró antes de sentarse a mi lado. Colocó una taza de plástico entre mis dedos—. Bébete esto. —Le hice caso. Té caliente. Al instante me sentí un poco mejor. Me toqué los bolsillos, en uno de ellos seguía mi cuaderno. Gracias a Dios que no había vuelto a terminar en el lago. Lo saqué, junto con el bolígrafo, y escribí con manos temblorosas.
«¿Qué estás haciendo aquí? ¿Cómo supiste que vendría?»
—Porque no sabes mentir, Inary. Cuando me dijiste que ibas a ver a la tía Mhairi supe que estabas tramando algo. La llamé y…
«¡Me estabas espiando!»
—Acababas de pedirme que viniéramos al lago a buscar fantasmas. ¡Por supuesto que lo hice! ¡Qué esperabas! Por el amor de Dios, Inary, arriesgar tu vida de este modo ha sido… ¡No me lo puedo creer!
«Lo siento.»
—Sí, ¡deberías sentirlo! La última vez, ¿entendido? Que sea la última vez que te embarcas en la búsqueda de un fantasma. ¡Nunca más, Inary!
«Creo que sé dónde está. En algún lugar cerca de Ailsa», escribí.
Logan soltó un suspiro.
—¿Entonces la encontraste?
«Eso creo.»
—La última vez, Inary. ¿De acuerdo? Prométemelo.
«Necesito resolver esto…»
—¡Sí, sí! ¡Pero no vuelvas a venir al lago sola!
Asentí y apoyé la cabeza sobre su hombro. Me entraron unas ganas enormes de cerrar los ojos y quedarme dormida, pero no podía.
«Tengo que hablar con Taylor.» Me temblaban tanto las manos que apenas podía escribir.
—¿Cómo vas a explicarle lo de…? —empezó Logan.
«Le diré la verdad. No me importa si me cree o no. Lo único que quiero es que Rose vuelva a casa.»
* * *
Estaba agotada. No quería saber nada más, ni de los vivos ni de los muertos. Cerré los ojos y recé para no tener otra pesadilla sobre ahogamientos…, pero mis súplicas no fueron escuchadas porque Rose volvió a atormentarme toda la noche con imágenes del lago; un torbellino de olas, orillas cubiertas de algas, yo cayéndome al lago, el agua invadiendo mi boca, mis pulmones, cegándome, sofocándome. Y la misma escena una y otra vez. Podía ver mis manos de niña, el dobladillo de mi vestido blanco, mis botas mientras caía al agua, el bote alejándose por encima de mis pies, las aguas negras envolviéndome, llenando mis pulmones hasta que no podía respirar. Y luego el silencio, la quietud. La completa soledad.
* * *
Al día siguiente envié un mensaje a Taylor para que nos encontráramos en La Piazza. Iba a pedirle que recuperara los huesos de Rose del lago… pero sin explicarle cómo sabía que estaban allí.
Fácil, ¿verdad?
Barajé la posibilidad de inventarme alguna mentira (había encontrado una bota cerca de Ailsa, o un hueso…) pero decidí que no tenía sentido complicar más las cosas. Solo se lo pediría y esperaría a ver cómo reaccionaba.
—Hola, ¿qué tal? —saludó alegremente—. Oh, me has pedido un té de menta. ¡Qué detalle! ¡Gracias!
«De nada. Tengo que pedirte un favor.» Para variar, pensé un tanto avergonzada. Taylor era un amigo increíble, pero me preocupaba que pensara que estaba intentando aprovecharme de él. Seguro que tarde o temprano tendría la oportunidad de ayudarle en algo, me dije a mí misma.
—Por supuesto. Dispara. ¿Otra investigación?
«Algo así. Necesito… tu equipo de buceo… para encontrar a Rose Gibson. La hermana de Mary, ¿te acuerdas?»
—La niña de la foto, sí. Pobrecilla. ¿Crees que se ahogó? Bueno, si así fue sería casi imposible dar con ella. El lago es muy grande y en mi equipo solo somos cinco personas. Nos llevaría meses. Además, se supone que tenemos que centrarnos en la excavación… Lo siento. —Abrió los brazos en un gesto de impotencia.
«Sé que se ahogó y también sé dónde se encuentra. Cerca de Ailsa.»
—Ah. De acuerdo. Bueno, si está por allí supongo que la isla sería un buen punto de partida.
«¿Entonces podríais hacerlo?»
—Sí. Lo intentaremos. Hablaré con el equipo… —Se quedó callado un segundo. Sabía lo que venía a continuación—. ¿Cómo sabes que está allí?
«Solo lo sé.»
¿Qué otra cosa podía decir?
—Claro, claro. —Tomó un sorbo de té. Yo hice otro tanto con mi capuchino y miré hacia el fuego, con la esperanza de que dejara el asunto como estaba—. Solo lo sabes.
Asentí.
«¿Cómo va la excavación?», me apresuré a escribir, intentando cambiar de conversación. Pero él no era tonto.
—Sé que aquí está pasando algo, Inary. Lo que pasó el día que estuvimos en el lago fue muy raro…
Bajé la vista.
—Y también me acuerdo del día que fuimos a pasear con Logan. Cuando viste una garza…
«Sí, era muy bonita», escribí.
—No había ninguna garza, Inary. No estoy ciego.
Sentí cómo se me sonrojaban las mejillas y se me aceleraba el corazón.
—¿Te acuerdas del sótano de Torcuil? Te asustaste y diste un brinco. Y ahí sí que no había garza alguna…
«Fue por una araña», escribí con manos temblorosas.
—Cierto. Una araña.
Nos quedamos unos instantes en silencio. No sabía qué decirle, ni qué hacer. No podía contarle lo de mi don. En poco tiempo Taylor se había convertido en un buen amigo. Nos preocupábamos el uno por el otro y, en cierto modo, confiaba en él. Pero no podía decirle la verdad. No tanto por el miedo a que creyera que estaba loca —que podía pasar—, sino porque mi don era una parte muy valiosa y secreta de mi persona… No, no podía.
—Mira, Inary. No sé qué está pasando, pero buscaremos a Rose. Me inventaré alguna excusa. Les diré que he encontrado algunas puntas de flecha en el islote y que podríamos echar un vistazo por los alrededores o algo parecido.
«Gracias.»
—Ya te contaré lo que me dicen. —Se puso de pie.
Asentí con la cabeza. A continuación, me levanté y lo abracé con fuerza.
—Me debes una cerveza. —Se rio.
«Sí, y supongo que también te debo una explicación», pensé. «Pero no puedo dártela.»