Capítulo 9

EL FIN Y EL PRINCIPIO

Inary

Unas horas más tarde me desperté en el sofá. Me di cuenta de que Logan me había tapado con una manta, lo que agradecí enormemente. La luz del inhóspito invierno se colaba por una abertura que había en las cortinas. La mañana debía de estar bastante avanzada. Nos habíamos quedado despiertos hasta el amanecer, pero la fatiga terminó ganando la batalla; al menos en mi caso. No recordaba haberme quedado dormida. En realidad, no recordaba nada de la noche anterior.

Emily estaba muerta.

Nada más importaba.

Pero la vida siempre es más fuerte que la desesperación, así que me obligué a levantarme y sentarme. Sentía la cabeza mucho más liviana.

¡Mi pelo! Me había cortado el pelo. Maldita sea. ¿Por qué nadie me lo había impedido? Corrí al baño y me miré en el espejo. Bueno, no estaba tan mal, lo que sí se veía horrible era mi cara. Tomé el primer cepillo que encontré y me peiné las ondas, ahora más cortas. Ya no me pesaban tanto; además, tenía las puntas muy abiertas. Me lavé la cara; el agua estaba tan fría que solté un jadeo entrecortado. Aunque me vino bien, porque me deshice del aturdimiento que parecía haberse apoderado de mí.

Mi hermano estaba sentado en la mesa de la cocina con una taza humeante en la mano. También estaba hecho un desastre. Tenía unas profundas ojeras bajo los ojos e iba descalzo, vestido con un viejo jersey de lana y unos jeans. Estaba inclinado sobre la mesa, como si estuviera soportando todo el peso de nuestra pérdida. Verlo de ese modo me encogió el corazón.

En cuanto se dio cuenta de mi presencia recobró la compostura.

—Inary. ¿Quieres un poco de café? —preguntó mientras se ponía de pie muy despacio. Le costaba moverse; estaba demasiado rígido, como si se hubiera quedado allí sentado toda la noche. Lo que con toda probabilidad habría hecho. Me fijé en que tenía magullados los nudillos de la mano con la que había golpeado la pared unos días antes.

Abrí la boca para aceptar su ofrecimiento pero fui incapaz de pronunciar palabra alguna. Recordé al instante lo que me había pasado, justo cuando acababa de morir Emily. El modo en que mi voz había desaparecido, cómo las palabras se me quedaron atascadas en la garganta.

Lo intenté de nuevo y una tercera vez. Articulé mil veces con los labios un «sí» bajo la mirada perpleja de mi hermano. Nada. Me sentí invadida por el pánico y me llevé las manos a la garganta.

—¿Te encuentras bien, Inary? —Logan se puso a mi lado. Le miré a los ojos mientras trataba de hablar una vez más, pero nada. Era como si se me hubieran congelado las cuerdas vocales. De modo que no se debía a la conmoción del momento.

Sacudí la cabeza, ahora ligera, esperando disipar lo que fuera que me estaba bloqueando la garganta y me impedía hablar, pero el brusco movimiento, unido a la falta de sueño y comida, solo consiguió que me mareara. Corrí a sentarme y apoyé los codos sobre la mesa.

—¿Inary?

Me pregunté si debía tratar de hablar de nuevo, aunque al final decidí intentarlo cuando estuviera sola. Así que me limité a asentir.

—Ve arriba y descansa un poco. Te llevaré un café. No te preocupes, yo me encargo de… todo. Llegarán dentro de media hora —dijo con suavidad, como si todavía se preocupara por mí.

Sabía a quién se refería. A los trabajadores de la funeraria. Venían para llevarse a Emily. Asentí de nuevo. A pesar de lo agotada que estaba, volví a sentir un intenso dolor. Subí las escaleras despacio, como si me costara dar cada paso. Pasé junto a la puerta de Emily, el silencio que provenía de su habitación era tan potente como un grito. Si hubiera cruzado aquella puerta, habría visto a mi hermana muerta sobre la cama. Sentí cómo las pocas fuerzas que me quedaban abandonaban mi cuerpo, me debilitaba y me evaporaba en el aire con un ligero silbido, del mismo modo que un globo al deshincharse. Me pregunté si ahora mi corazón se detendría, como el de Emily. ¿Por qué seguía con vida, cuando mi hermana yacía allí, inerte?

Pero esa no era mi hermana. Solo era su cuerpo, me recordé para aliviar un poco el dolor. No estaba muerta. Era libre, como la golondrina de su pulsera, la que ahora adornada mi muñeca.

Apoyé la frente sobre la puerta de Emily.

«Regresa a mí. Vuelve, por favor», supliqué. «Deja que vuelva a verte, Emily…»

* * *

El agua caliente, casi hirviendo, me envolvió y me calmó un poco.

Después de ponerme unos jeans limpios y un jersey, con el pelo aún mojado y descalza, cerré la puerta, me senté en la cama y tomé una profunda bocanada de aire.

«Me llamo Inary», intenté decir articulando muy despacio cada sílaba con los labios. Deseé con todas mis fuerzas que mis cuerdas vocales emitieran algún sonido.

«Hola. Hola. Me llamo Inary.»

Nada. Volví a mover los labios pero no conseguí emitir un sonido más alto que un suspiro o una exhalación. Me llevé de nuevo las manos a la garganta para tratar de averiguar qué me pasaba.

Debía de haber pillado la gripe, una faringitis o algo por el estilo. Esos últimos días solo había estado pendiente de mi hermana y me había olvidado de mí misma; apenas había comido y se me había olvidado abrigarme cuando salía a comprar. Teniendo en cuenta que estábamos en marzo y que en esa época del año todavía hacía mucho frío en Glen Avich, ahí tenía la respuesta a lo que me pasaba. Seguro que si me tomaba un poco de paracetamol y algunas pastillas para suavizar la garganta me recuperaría pronto.

La idea me produjo un alivio que apenas duró unos segundos, porque enseguida volví a derrumbarme. Me toqué la frente; la tenía fresca. La garganta no me dolía para nada. Tampoco notaba el pecho cargado. No, no estaba enferma.

Me temí lo peor y mi corazón empezó a latir desaforado.

«No puedo hablar. He perdido la voz de verdad.»

Intenté calmarme y respiré hondo. No podía haber elegido peor momento para tener un ataque de pánico. Ahora mismo, Logan no podía preocuparse por esto, ni yo tampoco. No podía perder los nervios. Al fin y al cabo, solo era algo temporal. O eso quería pensar.

Mientras me concentraba en normalizar mi respiración, unas voces y ruidos provenientes del exterior me sobresaltaron. Cerré los ojos un instante, preparándome para lo que estaba a punto de suceder. Ya estaban aquí. El señor Clarke, el director de la funeraria y sus hijos. Se habían encargado de mi abuela cuando falleció y ahora estaban aquí por Emily.

Estaba perdiendo a mis seres queridos como un árbol pierde sus hojas. Uno a uno se iban marchando y yo me sentía desnuda y yerma como las ramas negras que veía a través de mi ventana. Se habían ido todos menos Logan y yo.

Luché por llegar a la puerta; cada paso que daba me costaba un enorme esfuerzo, como si mis piernas estuvieran hechas de plomo. Giré el pomo y miré. Allí estaban, vestidos de negro como una bandada de cuervos. Y ahí también estaba Logan, contemplándolo todo con ojos distantes, como si no se creyera lo que acababa de pasar. Me resultó curioso que un hombre tan alto y fuerte de pronto pareciera tan pequeño y perdido como un niño.

Me puse a su lado; tenía que estar con él. Tenía que hacer lo que no había hecho cuando él y Emily más me necesitaban.

Durante un instante tuve el impulso de gritar y arrebatar el cuerpo de mi hermana de las manos de los trabajadores de la funeraria. Mi corazón estaba lleno de ira hacia las únicas personas a las que podía odiar en ese momento, los que se estaban llevando a Emily. Un sollozo escapó de mi garganta y Logan se acercó más a mí. Cuando nuestros brazos se tocaron toda la rabia se esfumó y las lágrimas comenzaron a fluir.

Por fin.

—Lo siento mucho, Inary —dijo el señor Clarke, un hombre mayor que hablaba con tono calmo y que había estado en todos los hogares del pueblo en sus momentos más tristes. Aquel hombre había sido testigo de todas las formas posibles de dolor.

Respondí con un gesto de asentimiento, avergonzada de la ira que acababa de sentir. ¿Le habría pasado antes? ¿Se habría convertido en el objetivo de la rabia de personas que no tenían a nadie más a quien culpar, que estaban furiosas con el mundo, con la vida misma?

Queríamos irnos con Emily, pero el señor Clarke nos dijo que nos quedáramos en casa, que ellos se ocuparían de todo y que volveríamos a vernos a la hora del almuerzo para organizar los preparativos. Después, la puerta se cerró tras ellos y Emily se había ido.

Mis pulmones se encogieron y empezó a faltarme el aire. No podía respirar. Había llegado el momento de repetir mi mantra.

«Emily no volverá a ser prisionera de su cuerpo. No vamos a enterrar a Emily. Su alma ahora es libre.»

* * *

—Creo que voy a beber algo.

La voz de Logan sonó rara, como si le costara formar las palabras y las oraciones cuando en realidad solo quería ponerse a llorar. Podía verlo en su cara, en las lágrimas que se le agolpaban en los ojos dispuestas a salir a borbotones en cuanto él diera rienda suelta a su dolor.

Le agarré del brazo y le obligué a mirarme.

«No puedo hablar», articulé con los labios.

—¿Qué quieres decir?

Me llevé las manos a la garganta e hice un gesto de negación con la cabeza. Sentí una opresión de pánico en el pecho.

—¿Te duele la garganta?

Volví a negar con la cabeza.

—Seguro que te has resfriado o algo parecido…

Alguien llamó a la puerta. Se trataba de la tía Mhairi, con los ojos hinchados de tanto llorar y por la falta de sueño. Se acercó a mí y me abrazó con fuerza.

—¡Cariño!, ¿qué le ha pasado a tu pelo?

Me encogí de hombros. Logan hizo un rápido gesto con la cabeza, como si dijera «mejor no hablar de eso», lo que agradecí enormemente.

—¿Habéis dormido algo?

—No mucho —replicó Logan; yo no podía responder—. Inary se ha acatarrado y no puede hablar —explicó.

—Oh, querida. ¿Tenéis algo en casa que puedas tomar? ¿No? Ahora mismo voy a la farmacia.

Me di cuenta de que siempre había delegado en Lesley todo lo referente a los medicamentos. Nunca había comprado nada. La tía Mhairi salió por la puerta antes de que me diera tiempo a protestar y regresó poco después con un buen surtido de medicinas, incluido un frasco de vitaminas para «recuperar las energías». Tomé todo lo que pude: paracetamol, pastillas para suavizar la garganta y hasta un comprimido vitamínico. Me fijé en el fondo de la bolsa y me di cuenta de que había dos piruletas. Las saqué y enarqué una ceja.

—El señor Talbot me las ha dado para ti y para Logan —explicó mi tía—. Debe de pensar que todavía tenéis diez años. —A pesar del enorme dolor que sentía, no pude evitar esbozar una sonrisa. La visión de aquellas dos golosinas me llegó al corazón—. Ha dicho que se pasará por aquí más tarde.

Por supuesto. Todo el pueblo vendría más tarde. Se me retorció el estómago. Todo el mundo nos haría una visita, para asegurarse de que no nos sentíamos solos, de que estábamos bien. Traerían comida y nos ofrecerían sentidas palabras de consuelo, algo que agradecía mucho. En ese momento necesitábamos estar rodeados de nuestra familia y amigos, pero ¿cómo les iba a explicar mi silencio? Esperaba que todo volviera a la normalidad cuanto antes.

Tan pronto como ese pensamiento me cruzó la mente me quedé consternada. Nada volvería a ser normal. Puede que mi voz regresara, pero Emily jamás lo haría.

Pasamos las horas siguientes en un estado de aturdimiento. Fuimos a ver al señor Clarke, hablamos sobre el funeral de Emily y regresamos a casa. Después tuvimos un continuo ir y venir de gente hasta el punto de que deseé con todas mis fuerzas que se hiciera de noche para quedarnos solos. También quería que Logan durmiera un poco. Me tenía tan preocupada que me pasé todo el rato detrás de él, asegurándome de que no bebiera mucho con lo cansado que estaba y poniéndole de vez en cuando un vaso de agua en la mano.

Logré convencer a todo el mundo de que tenía una infección en la garganta. Nadie pareció cuestionar aquella explicación para mi silencio; nadie excepto Logan. Le pillé varias veces mirándome cuando creía que no le veía. La gente me recomendó taparme la garganta con algún pañuelo abrigado, beber té con naranja o alguna bebida energética, descansar un poco, salir a dar un paseo para que me diera el aire fresco… Todos aquellos consejos consiguieron mitigar un poco mi tristeza; solo un poco. Mi dolor era un inmenso océano y la amabilidad de la gente absorbió unas cuantas gotas; eso era mejor que nada.

Entre rondas de té, sándwiches y vecinos dejándose caer con pastel de carne y crujiente de manzana, me percaté de que no le había dicho a Lesley que mi hermana había fallecido. Me sentí un poco culpable, así que subí a mi dormitorio, disfrutando de ese pequeño instante de soledad, y encendí mi teléfono por primera vez en tres días.

De pronto me vi inundada de llamadas perdidas y mensajes en el buzón de voz. Todas ellas eran de Lesley, ninguna de Álex. Me dolió, ¿pero qué esperaba después de la manera en que lo había tratado?

Me puse a marcar el número de mi amiga como una autómata —tenía tantas ganas de oír su voz—, pero entonces me acordé de que no podía hablar y le envíe un mensaje de texto.

Emily murió anoche. Ahora mismo no puedo hablar.

Lo que técnicamente era verdad, aunque no por las razones que creería.

Te llamaré pronto.

O al menos eso esperaba.

Me respondió al instante. Seguro que estaba pendiente de recibir noticias mías.

Lo siento mucho. ¿Quieres que vaya?

«Oh, Dios, sí. No sabes las ganas que tengo de verte.»

Sí, por favor. Significaría muchísimo para mí tenerte aquí conmigo. El funeral será pasado mañana.

Ánimo, cariño. Voy para allá. Besos.

Cerré los ojos un momento y solté un suspiro. La idea de tenerla junto a mí en el funeral hacía que todo fuera un poco más llevadero.

Pero no sabía si podría hablarle; no tenía ni idea de cuándo recuperaría la voz. ¿En una hora? ¿Esa noche? ¿La semana siguiente?

Me pregunté si debería contarle lo de mi voz antes de que llegara, aunque al final decidí que no lo haría. No tenía sentido alarmarla más. Pero ¿y si no recuperaba la voz? ¿Cómo lo explicaría? Estaba hecha un lío y me dolía la cabeza. Me acurruqué en la cama y apoyé una mejilla sobre la almohada. Sentía la tela fresca y suave contra mi piel. Necesitaba descansar, sin embargo mi mente era un cúmulo de pensamientos enredándose entre sí.

Mientras trataba de poner orden en el caos en el que estaba sumida, sentí tal necesidad de saber de Álex que apenas pude respirar. Me dije a mí misma que tenía que darle espacio, pero no lo pude evitar, le envié el mismo mensaje que a Lesley y me bajé abajo con Logan.

Después de otra hora echándole un ojo a mi hermano mientras hablaba con nuestros familiares y amigos, oí mi teléfono sonar; una sola vez.

Me escabullí a la cocina y miré la pantalla. Tenía una llamada perdida de Álex. Cuando no podíamos hablar y no teníamos tiempo para enviarnos un mensaje, solíamos llamarnos y colgar al primer tono para que el otro supiera que quien le había dado el toque estaba pensando en él. Lo llamábamos el «trino». No recuerdo a quién se le ocurrió el nombre. Los trinos podían tener un montón de significados: un «buenos días» o un «buenas noches», que en la televisión estaba a punto de empezar nuestro programa favorito, el final de nuestro tiempo de descanso en el trabajo… o que estábamos pensando en el otro.

Me quedé un buen rato apoyada contra la mesa de la cocina, contemplando el teléfono. «Una llamada perdida de Álex», una señal de que estaba pensando en mí que flotaba desde Londres hasta Glen Avich. Una leve chispa de consuelo se encendió en mi corazón, haciendo que todo fuera un poco menos oscuro, un poco menos frío.

* * *

Álex

¿Qué podía hacer? No podía desaparecer así como así. No después del mal trance por el que estaba pasando. Si había un caso de mala suerte ese era el suyo. Su familia se había visto golpeada por la tragedia en más de una ocasión. Primero sus padres y ahora Emily. Me ponía enfermo solo con pensar en lo mal que lo tenía que estar pasando.

Después de lo que había sucedido entre nosotros, lo más seguro era que no quisiera que fuera al funeral. Y yo tampoco me veía preparado para volver a verla. Decidí que lo mejor que podía hacer era mantenerme alejado, pero quería que supiera que la estaba apoyando.

Todavía estaba furioso por lo que había dicho, por lo que había hecho, pero no podía soportar la idea de que estuviera sufriendo. Me hice con el teléfono, la llamé y colgué al primer tono, antes de que pudiera responder. Un trino; solo para decirle: «Estoy contigo».