Capítulo 39
UNA NIÑA PERDIDA
Inary
A la tienda de Logan acudían más y más clientes a medida que el tiempo mejoraba y los excursionistas del sur y de la ciudad empezaban a llegar. De vez en cuando Logan desaparecía; por lo visto se iba a hacer senderismo. Muchas veces le oía hablar por teléfono por la noche. Seguía estando preocupada por él, pero lo cierto era que se le veía mucho más animado. Una noche le pillé en el salón viendo la televisión con un vaso en la mano; nada extraño teniendo en cuenta que desde la muerte de Emily no paraba de beber. Pero en esa ocasión se trataba de zumo de naranja e instantes antes me había dado cuenta de que había varios envases en el frigorífico…
En ese momento estaba en la tienda intentando concentrarme, pero mi cabeza había volado hacia otro lugar, mientras miraba al vacío.
Tres noches. Tres noches seguidas de pesadillas. Estaba agotada. Era como si el hecho de haber visto el rostro de aquella niña en la fotografía hubiera establecido una especie de vínculo entre ambas. Los sueños sobre el agua eran cada vez más intensos y estresantes. Y mucho más implacables.
En ellos me hablaba, me contaba lo que le había pasado, me lo mostraba, haciéndome sentir cada detalle de su fatídico destino. Me transmitía los recuerdos de su muerte y de su existencia como espectro. La niña del lago era una fuerza primitiva con toda la intensidad y la desesperación que puede experimentar un niño que se siente abandonado. Estaba drenando mi energía vital. Tenía miedo de quedarme dormida por si venía… y siempre lo hacía. No iba a dejarme en paz.
—¡Eh! ¡Hola! —saludó Eilidh, que acababa de entrar por la puerta con Maisie.
—¿En qué puedo ayudaros? —preguntó Logan saliendo del almacén.
—Esta niña necesita un casco de bici nuevo. Ha perdido el que tenía.
—Muy bien. Vamos a probarte uno pequeño —dijo Logan con una sonrisa. Hacía unos instantes que había regresado de uno de sus paseos por el bosque y se le veía de muy buen humor. Maisie le siguió feliz; adoraba a mi hermano, al igual que otros muchos niños. Bajo toda esa fachada de hombre brusco escondía una calidez y una amabilidad inconfundibles que los niños detectaban antes que los adultos. Estaba convencida de que algún día sería un padre estupendo.
—Inary… —Eilidh se acercó a mí—. Escucha. He visto a Lewis. Ya sabes, Lewis McLelland.
Tragué saliva y asentí. No me hacía falta el apellido. Sabía a qué Lewis se refería.
—Me pidió tu número de teléfono… No se lo di, por supuesto. Pero quería que lo supieras, te está buscando. Dice que tiene que hablar contigo.
Me puse enferma. Justo lo que me faltaba.
Eilidh y Maisie salieron de la tienda con un casco nuevo y yo me quedé en un estado de aturdimiento mayor que el que se había apoderado de mí antes de que entraran.
—Inary, despierta… —me dijo Logan con suavidad.
«Lo siento», articulé.
—Venga, vete a casa —indicó él.
Negué con la cabeza y me puse a doblar unas bufandas de diseño escocés.
—No hay tanto trabajo. Vete a casa. En serio.
Al salir de la tienda me di la vuelta para decir a Logan adiós con la mano y le vi mirándome. Su rostro lucía una expresión inquieta y me sentí un poco culpable por darle más preocupaciones de las que ya tenía (con eso de que todavía no había recuperado la voz y todo lo demás). Pero si le hablaba de la niña del lago y de la verdadera razón por la que me había caído al agua cuando había ido a la excavación con Taylor, le preocuparía aún más. Y si le decía que Lewis quería hablar conmigo, sabía que iría directo a por él. Y no precisamente para hablar.
Me puse a caminar en dirección a mi casa, pero hacía una tarde hermosa de primavera y mis pies no parecían muy dispuestos a obedecerme. Me llevaron por la calle principal y luego hacia el lago. Una vez allí me detuve antes de llegar a la orilla bajo la suave luz del atardecer. La llamada de un autillo rompió el silencio una vez… y luego otra.
«Llévame a casa», me había rogado en dos ocasiones. Primero cuando apenas era una niña mayor que ella. Después, hacía unas pocas semanas. Ambas veces me había buscado; había esperado trece años a que regresara al lago, trece años sin hablar con nadie, esperando que la escuchara. Su hermana también había acudido a mí. Siempre supe que tras las visitas de Mary se escondía una poderosa razón. Ningún otro espíritu se me había aparecido nunca con tanta frecuencia, ni con tanta intensidad.
Pero no sabía cómo ayudarla. Lágrimas de impotencia empezaron a derramarse por mis ojos y antes de darme cuenta estaba en la orilla, sollozando desconsolada. En realidad no sabía si lloraba por la hermana de Mary, por mi propia hermana, o por el amor que tanto Mary como yo habíamos perdido. Tal vez por todas esas cosas a la vez. Dos niñas perdidas y yo en el medio, sin poder hacer nada.