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El teléfono suena al otro extremo de la línea cuatro veces. Me preparo para dejar el mensaje en el contestador cuando oigo la voz de Vern.

—¿Natalie? —dice sin aliento, como si hubiese tenido que correr para coger el teléfono.

—Sí, soy yo. —Me siento en la silla de cachemir, junto a la cama. Mi maleta preparada espera delante de mí.

En la puerta contigua, en el hospital, Boyer, junto con Jenny y Nick, están haciendo los arreglos pertinentes para llevar a mamá a casa en la ambulancia. El compañero de Boyer, Stanley, ha llevado a Gavin de vuelta al motel y ahora está esperando abajo para llevarme a mí a la granja. Esta tarde, cuando Molly acabe de hacer la siesta, Boyer traerá a Gavin y a su familia a cenar.

¡La hija de Gavin! ¡Mi nieta! No puedo creerme todavía que tengo una nieta…

Aún estoy afectada por la emotiva reunión en la habitación de mi madre, en el hospital. La extrañeza de las presentaciones entre susurros se vio eclipsada por la petición de mamá de que la llevásemos a casa. Todos sabemos lo que eso significa.

—¿Cómo está tu madre? —pregunta Vern.

Han ocurrido muchas cosas desde que oí la voz de mi marido por última vez, desde que lo vi desaparecer entre la niebla de la mañana en la estación de autobuses de Prince George. ¿Fue realmente ayer por la mañana? Tantas cosas han cambiado. Tengo mucho que contarle, hay muchas cosas que quiero decirle. Resulta difícil saber por dónde empezar.

—¿Puedes venir? —le pido—. Quiero que la conozcas a ella, que conozcas a mi familia.

—Claro —responde. El alivio en su voz se transmite por encima de la electricidad estática—. ¿Estás bien? —me pregunta.

—Sí, sí, estoy bien —le respondo—. Es que te necesito.

—Hago la maleta y salgo esta misma noche.

Le doy las indicaciones para ir a la granja.

—La carretera de South Valley no es difícil de encontrar, en cuanto llegues a Atwood síguela hasta el final —le explico.

—Allí estaré.

—Date prisa.