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El juglar

Durante las últimas semanas de otoño los rumores habían empezado a concentrarse en Arnes, y la llegada de un misterioso juglar que, según decía él mismo, conocía como nadie la verdadera historia de caballeros, dragones y doncellas, rompió la rutina del pueblo. Mientras el alguacil recorría las calles anunciando el inminente comienzo del espectáculo en la plaza Mayor, un numeroso grupo de vecinos, entre los que se encontraba María, acudieron visiblemente preocupados.

Su intención no era la de escuchar cuentos ni canciones. Lo único que querían del juglar era preguntarle sobre la veracidad de algunos rumores que hablaban de la presencia de una siniestra comitiva integrada por sacerdotes y soldados, que habían llevado la muerte a varios pueblos de la zona.

—¿Es cierto lo que se dice?

—¿A qué os referís? —replicó el juglar mientras afinaba los instrumentos que había sacado de la carreta.

—Queremos saber si es cierto que hay una caravana de la muerte transitando por nuestros caminos.

—Es cierto. Pero no se trata de una caravana cualquiera. Son soldados de Dios. No sé cuál es el motivo de su presencia aquí, pero os aseguro que tan pronto como termine mi actuación partiré hacia el sur sin demorarme más que el tiempo necesario para que mi caballo descanse.

—¿Y es cierto que han muerto varias mujeres en sus manos?

—Sí, así es. La primera en caer fue una tal Dolores. Pero no debéis preocuparos más de la cuenta. Se dice que murió por bruja. Y en este pueblo no hay brujas, ¿verdad?

—¿Dónde está la caravana en estos momentos? —preguntaron algunos vecinos, alarmados.

—La Santa Inquisición debe estar a punto de entrar en Horta de Sant Joan, si mis cálculos son correctos.

María se quedó helada y, con una inmensa pena rondando por su alma, abandonó inmediatamente la plaza. Pero no fue la única y, cuando el juglar salió de la carreta —donde se había escondido para cambiarse de ropa— descubrió que todo el mundo había desaparecido.

Solo un perro husmeaba sus pertenencias en busca de algo a lo que poder hincar el diente. Sorprendido, sobre la mesa que ocupaban los instrumentos musicales, encontró un montón de monedas y un par de jarras de vino que la gente le había dejado como pago por su actuación. Había tenido poco éxito con sus historias de torneos y amores imposibles, pero cuando contó el dinero que los vecinos de Arnes le habían entregado por el simple hecho de responder a sus preguntas, se planteó seriamente cambiar de oficio.

Era mucho más de lo que solía ganar con sus actuaciones.