64

—¿Se ha ido?

Jamison miró fijamente a Decker. Estaban sentados a una mesa del comedor del hotel.

Decker asintió. Mars estaba a su lado.

—Ha sido por Huey. —Amos miró a Mars—. Cuéntale lo de anoche.

Mars no tardó ni dos minutos en contárselo.

—Vale, así que Roy no va a ayudarnos —dijo ella cuando Melvin hubo terminado—. Han echado al FBI del caso. No tenemos ninguna prueba. Por tanto, estamos en la boca del lobo sin protección alguna.

—¿Quieres irte de la ciudad? —le preguntó Decker.

—No lo sé. ¿Tú qué quieres hacer? Y no me digas que averiguar la verdad, porque eso ya lo sé. Me refiero a qué hacer hoy, ahora mismo, de hecho. Y seguir con vida no estaría mal.

—Tiene razón —dijo Mars.

—Si pudiéramos averiguar lo que tiene Roy... —Se le iluminó la cara—. Melvin, ¿dónde está enterrada tu madre?

—No está enterrada. La incineraron y esparcimos sus cenizas.

—¿Lo sabes a ciencia cierta?

—Yo estaba presente, Decker. Las esparcí. Eso fue antes de que me arrestaran. Hice lo mismo con las de mi pa..., bueno, del tipo que creía que era mi padre. Claro que ahora sabemos que no eran las suyas, sino las del individuo al que él había asesinado.

Mars se quedó callado, mirando el plato. No había tocado la comida.

Decker se frotó la barbilla bajo la mirada atenta de Jamison.

—Alegrad esa cara, chicos —comentó.

Vieron que Mary Oliver se acercaba tirando de una maleta con ruedas. Se sentó en la cuarta silla y se frotó la cara.

—He salido antes de que amaneciera. Luego he hecho tres transbordos y aquí estoy. Evidentemente, todavía no me he registrado en recepción. —Los miró a los tres—. ¿Dónde está el agente Bogart?

—Los han llamado a él y a su equipo a Washington —dijo Jamison.

—¿Otra vez? ¿En serio?

Jamison negó con la cabeza.

—Ojalá no lo fuera.

—¿Alguna noticia de Davenport?

—No han pedido rescate. Nada —le respondió Decker.

Oliver cogió una tostada del montón que había en el plato del centro de la mesa y la untó de mantequilla.

—Perdón, no había ni cacahuetes en ninguno de los vuelos. Además, dicho sea de paso, los aviones eran tan pequeños como mi coche. —Mordió la tostada y suspiró.

—¿Qué tal van los aspectos legales? —le preguntó nervioso Mars.

Ella lo miró compasiva.

—No creo que debas preocuparte por eso, Melvin. Por lo que sé la fiscalía de Texas ha decidido que eres un nido de avispas que no quiere tener cerca. Al menos de momento. Si fueran a intentar algo tendrían que habérmelo notificado.

Melvin suspiró aliviado.

—Vale, al menos eso es bueno.

Oliver lo estudió.

—¿Qué pasa, Melvin?

—¿A qué te refieres?

—Te conozco desde hace el tiempo suficiente para saber cuál es tu estado de ánimo. Hay algo que te preocupa.

—Anoche lo visitó su padre —le dijo Jamison.

—Que no es mi padre.

Oliver se atragantó con la tostada.

—¿Qué?

Mars se lo explicó.

Oliver parecía afectada.

—Dios mío. Nunca habría pensado... Quiero decir que... —Le tocó una mano a Mars—. Es horrible.

—Y, además, implica que Roy no tiene ningún incentivo para ayudarnos —dijo Decker.

—Un momento. Me hace falta información. ¿Qué han descubierto hasta ahora?

Mars y Jamison miraron a Decker, que carraspeó.

—Tenemos unos cuantos sospechosos, pero ninguna prueba contra ellos.

—¿Quiénes son?

—El jefe de policía de aquí, para empezar —le dijo Jamison—. Roger McClellan.

—¡El jefe de policía! Un momento. ¿De qué delitos estamos hablando exactamente?

—De los atentados con bomba de los años sesenta.

Oliver estaba perpleja.

—Me he perdido por completo. ¿Atentados con bomba?

—Hemos seguido algunas pistas. Nos hemos enterado de algunas cosas. Sin embargo, seguimos sin tener pruebas —dijo Decker.

Se acercó la camarera para preguntarle a Oliver si quería café.

—Sí, y que sea muy fuerte —le dijo ella.

La mujer sonrió y cogió la taza de Oliver.

—Deja que te la cambie por otra, cariño; esta está sucia.

—Gracias.

Decker se encogió, como si lo hubieran abofeteado.

—«Cambie por otra» —murmuró.

Oliver se volvió hacia él, que recuperó inmediatamente el aplomo.

—¿Creen que pueden conseguir las pruebas?

—Tenemos algunas vías para conseguirlo, pero no será fácil.

La camarera volvió y sirvió café recién hecho a Oliver y a los demás.

—¿Cómo puedo ayudar? —preguntó Oliver cuando se marchó—. Si son temas legales, seguro que puedo.

Decker asintió.

—Gracias. Puede muy bien llegar el caso.

—La clave será encontrar lo que había en la caja de seguridad de Roy Mars —dijo Jamison—. Creemos que será una prueba más que suficiente.

—Y, puesto que se reunió con Melvin, sabemos que anda por aquí cerca —comentó Oliver.

—Que andaba por aquí cerca —la corrigió Decker—. Puede que ahora esté muy lejos. Sobre todo si se subió a un avión.

Mars los miró a todos.

—No estoy seguro de que debamos continuar con esto.

Todos lo miraron.

—Melvin —le dijo Oliver—, tenemos que hacerlo.

—¿Por qué? ¿Para corregir errores del pasado? Según mis cuentas han asesinado a una madre y dejado huérfano a su hijo por culpa de nuestra investigación. El tipo que creía que era mi padre es un asesino implacable. Mi madre se estaba muriendo de cáncer antes de que él le volara la cabeza. Decker, Milligan y yo estuvimos a punto de perder la vida en un incendio provocado por esos gilipollas. ¿Y esos delitos de los años sesenta? No digo que no quiera pillar a los bastardos responsables de ellos, pero ¿a qué precio? ¿Serás tú la siguiente a la que asesinen, Mary? ¿O Alex? ¿O Decker?

—Todos nos apuntamos a esto —le dijo Decker.

—Bueno, yo no. Pienso que a lo mejor tendría que seguir con la vida que me quede.

Sin darles tiempo a decir nada, Mars se levantó y se fue.

—Está amargado y frustrado —comentó Oliver—. Hablaré con él.

—Déjelo, de momento —le recomendó Decker—. Ha tenido que soportar golpe tras golpe. Los golpes son acumulativos. Me sorprende que no se haya derrumbado.

—Es fuerte —dijo Oliver.

—Va a tener que serlo. Todos vamos a tener que serlo.

La última milla
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