14

La casa parecía perdida en un terreno lleno de matorrales y árboles frondosos. Habría hecho falta un machete para abrirse paso entre aquella maraña.

Decker se limitó a usar las manos y el corpachón para avanzar. Bogart y Milligan lo seguían a poca distancia.

Llegaron al porche delantero caído y se quedaron mirando la fachada. Todavía se veían las marcas de hollín en la parte exterior de una de las ventanas de la primera planta, cegada con contrachapado.

—Ahí fue donde encontraron los cadáveres —dijo Decker, y Bogart asintió con la cabeza.

—Más vale que tengamos cuidado al andar —dijo Milligan—. No sé hasta qué punto es sólida la estructura.

Decker subió con cautela al porche, sorteando las zonas evidentemente poco sólidas. Llegó a la puerta principal y la empujó. No se movió.

Le dio un codazo y por fin la madera se agrietó y la puerta se abrió hacia dentro. No había electricidad, claro, por eso llevaban potentes linternas.

Entraron. Encontraron el interior notablemente limpio de escombros, aunque todo olía a moho y podredumbre.

Bogart se tapó la nariz.

—Joder, no sé si deberíamos respirar este aire.

Decker miró hacia arriba.

—El tejado y las ventanas han aguantado. Por eso no hay más porquería aquí dentro.

Recorrió el espacio con el haz de su linterna, estudiándolo a medida que avanzaba.

La casa era pequeña y no tardaron mucho en recorrer la planta baja y el garaje contiguo. No había sótano. Quedaba el piso de arriba.

En cuanto Decker dio el primer paso, la mente se le tiñó de azul. Fue algo tan repentino que calculó mal el primer peldaño y trastabilló ligeramente. Milligan lo agarró del brazo.

—¿Estás bien?

Decker asintió, a pesar de que no era cierto.

Solo había experimentado un azul como aquel cuando había visto los cadáveres de su cuñado, su mujer y su hija en su antigua casa. Y siempre que había vuelto a ella desde ese día.

Azul eléctrico. Se imponía a cualquier otra sensación. Era perturbador, incómodo.

«Solo tengo que sobreponerme a él.»

Parpadeó rápidamente, pero el azul volvía cada vez que abría los ojos.

«La sinestesia no es para tanto.»

Continuó subiendo con cuidado los peldaños desvencijados hasta el rellano.

En el piso de arriba solo había dos habitaciones: la de Mars y la de sus padres. Compartían el baño.

Decker entró en la primera. Supuso que era la de Mars. La cama seguía allí, como también los pósteres de los cantantes de R&B Luther Vandross y Keith Sweat. En otra pared estaba la confirmación de que aquella no era la habitación de los padres: carteles estropeados de Naomi Campbell y Claudia Schiffer.

—Un fogoso macho americano —comentó Milligan—. ¡Jesús! Es como abrir una cápsula del tiempo o algo así.

—¿Dónde estaba el estante de la escopeta? —preguntó Decker.

Milligan indicó la pared del fondo.

—Ahí. Un único anaquel con un cajoncito en la parte inferior para las cajas de munición.

A continuación entraron en el dormitorio de los padres.

Decker se quedó apoyado en una pared, recordando los diagramas de los viejos informes policiales. Los cadáveres estaban justo al pie de la ventana, uno al lado del otro. El de Roy se encontraba más cerca de la ventana y el de Lucinda de la cama. El cristal estaba ennegrecido y hecho añicos por el calor. Habían clavado el contrachapado por la parte exterior para cegar el hueco.

A diferencia de la habitación del hijo, aquella estaba vacía.

—¿Qué fue de los muebles? —inquirió Decker.

—Supongo que se los llevaron todos como prueba —respondió Bogart—. Y los bomberos seguramente tuvieron que sacar algunos fuera para evitar que se quemaran mientras luchaban contra el incendio.

Decker asintió.

—Tal vez podamos averiguarlo con seguridad. Y estas marcas cuadradas de la pared... Había cuadros colgados. ¿Qué habrá sido de ellos?

—Puedo hacer unas cuantas llamadas —dijo Milligan.

Decker abrió la puerta del armario ropero e iluminó el interior con la linterna. Estaba a punto de cerrarlo cuando cambió de opinión y se inclinó hacia dentro.

—Mirad esto.

Bogart y Milligan se acercaron a mirar lo que Decker estaba iluminando.

Bogart leyó las letras borrosas que alguien había escrito en una pared del armario.

—«A. C. + R. B.» —dijo—. ¿Qué significa?

Decker tomó una foto de las letras con el móvil.

—No lo sé. Es posible que ya estuvieran aquí antes de que los Mars compraran la casa.

—Es posible.

—O tal vez lo escribieron ellos. En tal caso, puede ser importante. —Decker echó un vistazo a su alrededor—. ¿Quién llamó a emergencias por el incendio?

—Me parece que no se determinó —respondió Milligan.

—En esa época la gente no tenía móvil y dudo que la recepción fuera buena en esta zona. Así que seguramente no fue alguien que pasaba en coche.

—Bueno, quizá sí y llamó cuando llegó a su casa.

—Pero en ese caso habrían sabido desde dónde se efectuó la llamada. Podrían haberla rastreado —dijo Bogart.

Milligan estaba asintiendo.

—Es verdad. Lo comprobaré.

Volvieron a la planta baja.

Allí Decker vio lo que ya había visto antes. Una fotografía descolorida del joven Melvin Mars con el uniforme de futbolista del instituto en una pared. En una pequeña estantería había otras fotos antiguas de Mars a distintas edades.

—Me sorprende que sigan aquí —comentó Bogart.

—Como dijiste, nadie quiere entrar en una casa donde han asesinado a alguien. Y por aquí no vive mucha gente. Además, los forasteros que pasan por el lugar ni siquiera pueden ver la casa desde la carretera, sobre todo ahora que hay tanta maleza.

Decker siguió mirando a su alrededor.

—Lo interesante, sin embargo, es lo que no vemos.

—¿Qué es? —preguntó Milligan.

—Fotografías de Roy y Lucinda Mars. —Se volvió hacia Milligan—. Es como si jamás hubieran existido.

La última milla
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