20
—Charles Montgomery ha estado hoy en el juzgado de Alabama y ha declarado ante el juez que fue él quien asesinó a tus padres.
Decker daba golpecitos en el brazo de la silla. Miraba a Melvin Mars, que había pasado una semana de rehabilitación en unas instalaciones anexas al hospital.
Tenía un aspecto mucho más normal. La hinchazón había remitido y también el dolor. Los médicos le habían dado un certificado de buena salud. Iban a darle el alta al día siguiente.
Mars dejó las pesas que estaba levantando y se secó la cara con una toalla.
—¿Y eso qué significa exactamente?
—Es una declaración formal bajo juramento de que lo que dice es cierto. Incluye detalles concretos del asesinato de tus padres.
—¿Y el tribunal lo ha aceptado?
Decker asintió.
Ese día había ido solo a ver a Mars. Quería pasar un rato a solas con él.
—¿Y ahora qué?
—Esa declaración —le explicó Decker— ha sido remitida al tribunal de aquí, el de Texas, que tiene jurisdicción sobre tu caso. El tribunal la revisará y tomará una decisión.
—¿Qué hay de los que me procesaron?
—Están jubilados. Sin embargo, los abogados del estado están al corriente y también tendrán en cuenta todo. Si se decantan por creer a Montgomery y te apoyan a ti, creo que el tribunal no tendrá más remedio que dejar en libertad. Casi de inmediato.
Mars se puso la toalla al cuello, con la camiseta tensa por la musculatura, y se sentó delante de Decker.
—¿Cuánto tiempo calculas que van a tardar?
—Tan lejos no llego.
—¿Cómo es? —le preguntó Mars en voz baja.
—¿Quién? ¿Montgomery?
El otro asintió, mirando al suelo.
—Seguramente como un montón de tipos que habrás conocido en la cárcel.
—¿Solo un gilipollas que quiere hacer daño a los demás?
—Es un veterano de Vietnam. Lo que le pasó allí le daba dolor de cabeza. No podía librarse del dolor. Empezó a delinquir para pagarse la drogas porque el Departamento de Veteranos no hizo nada por él.
—Pero ¿por qué mató a mis padres?
—¿De verdad quieres que te lo cuente? No cambiará nada.
Mars alzó los ojos hacia él.
—Cuéntamelo.
—Estaban en el lugar equivocado en el momento equivocado. Montgomery quiso empeñar algunas cosas en la tienda de tu padre. Dijo que tu padre no se las compró, que lo despreció. Se cabreó, lo siguió hasta su casa, exigió dinero y tu padre le dijo que él no era más que un empleado, que el propietario ingresaba la caja en el banco todas las noches. Así que... hizo lo que hizo, con la escopeta que encontró en tu habitación y con la lata de gasolina del garaje.
Mars miraba fijamente el suelo.
—¿Y tú le crees?
—Sabía detalles que solo alguien que hubiera estado allí podría conocer.
Mars alzó de nuevo la vista.
—Pero ¿crees que lo hizo él?
Decker no le respondió.
—Así que no le crees, entonces.
—Lo que yo crea da igual. Lo que importa es la verdad.
—Eso no responde ni de lejos a mi pregunta —le espetó Mars con irritación—. ¿Por qué tienes que hacerlo todo tan difícil, Decker?
—Mi trabajo consiste en averiguar la verdad, Melvin. Ya te lo dije la primera vez que nos vimos. Ahora mismo, no creo a nadie.
—¿A mí tampoco?
—A ti, estoy consiguiendo creer más rápido de lo normal —y añadió—: Seguramente porque eres encantador.
Mars soltó una carcajada.
—Creía que no tenías sentido del humor.
—No lo tengo. Se me debe estar pegando el tuyo.
—¿Dónde voy a estar mientras se decide todo esto?
—En una casa segura del FBI. Está en Austin.
—No he vuelto a Austin desde que jugaba en la Universidad de Texas.
—Lo suponía. —Tras una pausa, Decker añadió—: Tengo una pregunta que hacerte.
—Vale, dispara.
—Leí el informe completo de la autopsia de tu madre.
Mars lo miró con cautela, tenso.
—¿Y qué? ¿Encontraste algo?
—Encontré que el forense concluyó que tu madre tenía un tumor cerebral cancerígeno en estado terminal.
Mars no derribó el taburete de milagro. Consiguió recuperar el equilibrio plantando una mano en el suelo y enderezándose.
—Por tu reacción deduzco que no lo sabías.
—Eso es una gilipollez.
—Según el informe, no. Contiene fotos del tumor. No quiero enseñártelas porque el disparo causó muchos daños. En estadio cuatro, casi siempre mortal. De eso mismo murió Ted Kennedy.
Mars miraba el suelo, con los ojos muy abiertos, incrédulo.
—Nunca me dijo nada. Nada.
—¿Tenía algún síntoma?
Mars se presionó la cara con la toalla, sollozando.
Decker, que no estaba preparado para aquello, se limitó a esperar sentado.
Cuando, por fin, cesaron los sollozos, Mars se secó la cara y se irguió despacio. Todavía respiraba agitadamente.
—Había perdido peso. No tenía mucho apetito y le dolía la cabeza. Decía que tenía migrañas.
—¿Llegó a ir a un hospital o a recibir algún tipo de tratamiento?
—No me lo puedo creer. ¿Tenía cáncer en el cerebro y no me lo dijeron? ¿Se moría y no se lo dijeron a su único hijo?
—Sé que es un golpe duro, Melvin, pero... Si tu madre hubiera empezado un tratamiento tú te habrías enterado, ¿no?
—No lo sé. Pasaba mucho tiempo fuera de casa. Pero no se le cayó el pelo ni nada parecido. De eso me habría dado cuenta.
—¿Siguió trabajando hasta el final?
Mars alzó la vista.
—No. Papá dijo que quería que se tomara un descanso. Creí que era por el dinero que yo iba a ganar. Nunca... —Se le quebró la voz.
—¿Habrían ido a un médico del pueblo?
—Supongo. Tenían su dentista y mamá iba a veces al quiropráctico. Estaba agarrotada de tanto trabajar.
—¿Sabes cómo se llamaba el médico?
—No. —Tras una pausa, añadió—: Supongo que en esa época solo pensaba en mí, Decker. No tenía demasiada relación con mis padres. Estaba muy ocupado con el fútbol. Pero..., pero los quería. Iba a cuidarlos. Es que... ¡Mierda!
Miró al suelo con culpabilidad, entristecido.
—Tenías un montón de cosas entre manos para ser tan joven, Melvin. Yo no me castigaría demasiado.
—Ese tumor cerebral, ¿crees que tuvo algo que ver con la muerte de mis padres?
—No veo por qué. Pero con lo que no veo ahora podría llenarse una biblioteca.
Mars se irguió y volvió a secarse la cara.
—¿Qué haré si me sueltan, Decker? —dijo con la voz cavernosa. Lo miró como un niño perdido en un mundo que ni siquiera sabía que existiera.
Decker, incómodo por la pregunta, no le respondió.
Mars volvió a bajar la vista.
—Tenía casi veintidós años cuando abandoné el mundo —prosiguió—. Ahora tengo casi cuarenta y dos. Era prácticamente un niño y soy un hombre. Entonces, sin embargo, tenía planes. Tenía un montón de planes. Ahora no tengo ni idea de lo que debo hacer.
Alzó la vista hacia Decker y vio su cara inexpresiva, así que apartó la mirada.
—Olvídalo. Lo solucionaré. Siempre lo hago.
—Paso a paso, Melvin.
—Sí, claro —repuso Mars distraídamente.
Decker se inclinó hacia delante. Había llegado el momento de hablar de lo que tenía que hablar.
—¿Y si tú no lo hiciste, pero Charles Montgomery tampoco?
Mars se irguió, desconcertado.
—¿Qué?
—¿Cuál es la tercera opción, Melvin? Eso es lo que quiero saber.
—¿La tercera opción?
—El pasado de tus padres es demasiado borroso. Nadie lo investigó entonces porque te tenían a ti para inculparte de los asesinatos. Sin embargo, hay demasiadas lagunas. Es posible que haya algo en alguna de esas lagunas que explique por qué los asesinaron.
—Como qué.
—No lo sé.
—Pero ¿por qué no crees a Montgomery? Sabía detalles de mi casa.
—Pudo dárselos quien realmente lo hizo.
—Pero ¿por qué haría eso? ¿Por qué confesar un crimen que no cometió?
—Porque ya es hombre muerto. ¿Qué importan dos asesinatos más? No pueden ejecutarlo dos veces. ¿Y si alguien le pidió que lo hiciera a cambio de solucionarles la vida a su mujer y a su hijo para siempre?
Mars se arrellanó.
—¿Solucionarles la vida? ¿Para siempre? Eso es mucho dinero. Mis padres... ¿Por qué alguien muy rico iba a preocuparse por ellos o a preocuparse por sacarme de la cárcel después de tanto tiempo?
—No tengo las respuestas a esas preguntas. Solo tengo las preguntas.
Mars se frotó la cara con una mano sudorosa.
—Me estás dejando hecho un lío con toda esta mierda, hombre. Primero me dices que mi madre tenía cáncer y ahora esto —añadió enfadado.
—He supuesto que querrías saber la verdad. La auténtica verdad. Si yo me hubiera pasado veinte años en la cárcel por algo que no hice, querría saber exactamente quién me puso en esa situación, y por qué.
Mars se lo quedó mirando un momento antes de asentir en silencio.
—Sí, yo también. Así que ¿cómo puedo ayudar?
—Recordando todo lo que puedas acerca de tus padres. Algo que dijeron que te pareció raro. Cartas, llamadas telefónicas que pudieron haber recibido y que te parecieron fuera de lugar. Visitas. Cualquier cosa que pueda indicarnos de dónde eran realmente.
—Tendré que pensarlo.
—Bien. No me voy a ninguna parte. Y tú tampoco.