47
Sentado en la habitación del motel, Decker miraba la pantalla del portátil.
Había tecleado una palabra y comprobaba los resultados. La mayoría de la gente que tiene que leer mucha información lo hace por encima, pero Decker no. Él se lo leía todo de cabo a rabo.
Al final de la tercera página encontró algo interesante.
Esto, a su vez, lo llevó a otra cosa más interesante aún.
Luego se arrellanó y tomó un sorbo de agua del vaso que tenía junto al codo mientras escuchaba la lluvia que arreciaba fuera. Había oído que Texas había pasado por una prolongada sequía. Bueno, acababan de salir de ella, porque nunca había visto llover tanto, ni siquiera en Ohio, donde había largos periodos de mal tiempo.
Dejó el vaso en la mesa, haciendo coincidir el culo con el círculo que había dejado antes. Sus pensamientos no estaban tan alineados.
«Chocha» significaba «prostituta» en español. Decker se había enterado de que la parte de la anatomía femenina que Mars se había negado a pronunciar bajo hipnosis era «vagina». Sin embargo, «chocha» significaba también otra cosa en una variante regional del español. En un país que no era España ni México. Y esa otra cosa era tan ilustrativa como problemática.
Decker no sabía cómo afrontar el cariz problemático, al menos de momento.
Lucinda era quien había dicho esa palabra, no el padre de Mars.
Sí, problemático.
Al cabo de un par de minutos llamaba a la puerta de Mars después de hablar con el agente del FBI de guardia que la vigilaba.
—Ya veo por la cara que traes que tienes más preguntas —le dijo Melvin cuando abrió.
—Las tengo.
—¿Nunca te cansas?
—Estoy siempre cansado. Estoy gordo y en pésima forma.
—Ya no estás tan gordo, Decker. ¿Quieres empezar a entrenar conmigo?
—A los cinco minutos estiraría la pata.
—Empezaré despacio.
—Tal vez. Déjame hacerte una pregunta.
Mars suspiró y lo dejó entrar. Se sentaron en las sillas, junto a la cama.
—¿Tenía tu madre alguna reliquia familiar?
Mars soltó una carcajada.
—¿Reliquias familiares? Mierda, Decker. ¿Qué crees, que tenía una olla de oro o algo parecido? ¿Te parece que habríamos vivido como lo hacíamos si hubiera tenido eso?
Decker no se inmutó.
—De oro puede que no, pero ¿y de plata?
Mars parecía a punto de echarse a reír de nuevo, pero de repente cambió de cara.
—Ostras.
—¿Qué?
—Tenía una tetera de plata.
—¿De dónde decía que la había sacado?
—De su bisabuela o algo.
—¿Qué fue de ella?
—No lo sé. La guardaba en el dormitorio, en el armario.
—¿Le sacaba brillo?
—Sí, a veces.
—¿Cómo lo hacía?
—¿A qué te refieres?
—¿Usaba un paño?
—Sí. —Se concentró, evidentemente recordando—. Pero terminaba de darle brillo con los...
—¿Con los dedos?
—¿Cómo lo sabes?
—Al final la plata se lustra con los dedos. Al menos los sirvientes bien entrenados lo hacen, o lo hacían.
—¿Los sirvientes?
—Limpiadora de casas, costurera experta, lustradora de plata, planchadora profesional... Todo eso sabe hacerlo quien ha trabajado como criada en una casa rica. Es posible que la tetera saliera de ahí.
—¿Cómo podía haber sido mi madre criada en una casa rica? Es decir, ¿me estás hablando de algo así como de la realeza británica?
—Puede que te sorprenda, pero tal vez fue allí donde aprendió español.
—¿Crees que esos ricachos le habrían dado una tetera de plata?
—No. Creo que se la llevó.
Mars se levantó.
—Mi madre no era una ladrona.
—No digo que lo fuera.
—Entonces ¿qué demonios estás diciendo?
—Es posible que fuera una esclava en esa casa.
—Una esclava. ¿Lo dices en serio? ¿Dónde?
—¿Usaba tu madre un lenguaje soez?
—Nunca. Era muy educada.
—Pero usó la palabra «chocha». Se puede traducir como «puta» o como «vagina». Eso no es muy fino, que digamos.
Mars volvió a sentarse, confuso.
—Ya, pero estaba trastornada. Ya te lo dije.
—Pero no encaja con la discusión que tenía con tu padre.¿A qué venía lo de «puta»? ¿Estaba acusando a tu padre de ir de putas o de ser un cobarde?
—No. Mi padre nunca la habría engañado y no creo que nadie hubiese tildado de cobarde a mi padre. Además, no estaba enfadada con él. Estaba más asustada que enfadada, de hecho.
—Lo que refuerza mi idea de que esa palabra no tenía sentido en ese contexto. Eso si usamos la traducción más común para ella —añadió.
—¿Hay otra menos común?
—El español se habla en muchos países. Y en esos países y en regiones de esos países a veces usan la misma palabra para referirse a cosas muy diferentes.
—Y has encontrado otro significado para «chocha».
—Eso es.
—¿En qué país?
—En Colombia, concretamente en la región de Cali. Esa ubicación es la base de la teoría que he desarrollado.
—Espera. ¿Estás diciéndome que mi madre era colombiana?
—No puedo decir con seguridad que fuera de Colombia, pero en algún momento de su vida acabó allí, creo. Es posible que en contra de su voluntad. Ahí es donde entra en juego la esclavitud.
—¿Quién demonios traficaba con esclavos en Colombia?
—Los cárteles de la droga de Cali. He investigado un poco. Cuando el tráfico de cocaína estaba centrado en Colombia, los señores de la droga amenazaban a las familias y usaban eso para tenerlas controladas. También secuestraban, sobre todo a mujeres, y las usaban como criadas en sus haciendas. Se llevaban gente de otros países, incluso de Estados Unidos. Creo que tu madre pudo ser una de esas mujeres, y creo que escapó. Y que se llevó esa tetera como parte del pago por lo que le habían hecho. No es más que una suposición, y puede que me equivoque, pero creo que pudo llevarse algo solo para vengarse de quien la estuviera reteniendo.
—¿Y estás seguro de que fue en Colombia? ¿Cómo puedes estarlo?
—Por la traducción. Por lo visto es una particularidad de la zona de Cali.
—No me has dicho cuál es.
—«Chocha», en vallecaucano, significa «comadreja».
Mars se lo quedó mirando sin entender nada.
—¿Y por qué una comadreja tiene más sentido que lo demás?
Decker inspiró profundamente antes de contestar.
—Sobre todo, Melvin, porque las comadrejas saben hacerse las muertas, que es exactamente lo que tu padre hizo.