13
Decker recorrió el pasillo ganando ímpetu como una ola a punto de romper en la playa. Oyó a Jamison corriendo tras él. Más adelante estaban Bogart y Davenport.
Milligan estaba en una oficina de alquiler, veinte minutos al sur. Todos se alojaban en el motel local, el mejor establecimiento de la zona.
Jamison lo alcanzó.
—Ojalá dejaras de hacer esto —le dijo, claramente molesta.
Decker la miró.
—De hacer qué.
—De marcharte así de los sitios.
—Había terminado, así que me he ido. —Tras una pausa, añadió—: ¿Me compraste quinoa? ¿En serio? ¿Eso es comida?
Ella sonrió con suficiencia.
—Te estás quedando tan flaco que me cuesta verte de perfil.
—Ya, como un tráiler que va directo hacia ti.
Llegaron junto a los otros dos.
—¿Qué tenéis por ahora? —les preguntó Bogart.
Decker se encogió de hombros.
—Es pronto para decirlo. Hay problemas con su declaración. Tenemos que ver si hay alguna explicación alternativa.
—Bueno, al cabo de dos décadas el rastro se ha enfriado por completo.
—Después iré a hablar con él —dijo Davenport—. Luego os hablaré de su estado mental.
—No os pido una respuesta categórica , pero ¿creéis que miente? —preguntó Bogart a Decker y Jamison.
La pregunta incomodó a Jamison.
—Acabamos de conocerlo. Pero, si quieres una respuesta... No, no creo que mienta.
—¿Por algún motivo en concreto?
—Le ha dicho a Decker que, si no le creía, que cogiera sus cosas y se largara. No es lo que esperas que diga un tipo al que todavía pueden ejecutar. Un tipo culpable se aferra a lo que sea.
Bogart miró a Decker.
—¿Algo más que añadir?
—No.
Les dio la espalda y se alejó por el pasillo.
Jamison dejó escapar un suspiro.
Bogart parecía divertido.
Davenport sentía curiosidad.
—¿Adónde va?
—A indagar. Va a indagar —repuso Bogart—. Y si queremos seguirle el ritmo, tendremos que darnos prisa.
Ya llevaban un rato en la oficina de alquiler, concentrados en los documentos impresos y las pantallas de los portátiles.
Solo estaban allí los hombres. Jamison y Davenport se habían quedado en el hospital para volver a entrevistarse con Mars.
Decker llevaba ropa nueva. La semana anterior, en Quantico, había madrugado para ir al gimnasio y a la pista de atletismo. Incluso había hecho un poco de jogging y probado la elíptica. Además, solo había comido lo que le había comprado Jamison y, como ella le había sugerido que hiciera, raciones pequeñas. Cuatro o cinco al día.
Tenía tanto sobrepeso que con un poquito de ejercicio y comiendo mejor ya había bajado nueve kilos, sobre todo de líquido.
Del primer agujero del cinturón había pasado al tercero. Los pantalones le quedaban muy holgados.
Y eso que seguía estando muy obeso.
Milligan le echó un vistazo.
—Tienes mejor aspecto, Decker —reconoció, a regañadientes.
—Sí, pero no vuelvas a chocar conmigo en la pista. No quiero hacerte daño. Sigo siendo una masa amorfa.
Aquel comentario le arrancó una sonrisa al agente del FBI.
—Bueno, te estás esforzando. Enhorabuena.
—Vale, hablemos de las posibilidades preliminares de investigación —terció Bogart.
—Ellen Tanner ya no vive aquí —dijo Milligan—. No consta dónde se marchó ni hay nadie que la conociera. Buscamos en la Universidad de Texas. No fue alumna de esa universidad y, como han pasado veinte años, va a ser prácticamente imposible localizarla. Pudo casarse y cambiar de apellido.
—¿Y el encargado del motel? ¿Cómo se llamaba? —preguntó Bogart.
—Willis Simone. Lo hemos encontrado. Murió de un infarto en Florida, en 2001.
—¿Habéis encontrado algún punto de conexión entre Tanner y Simone? —inquirió Bogart.
—Ninguno —repuso Milligan—. No se movían en los mismos círculos ni tenían la misma edad ni ninguna relación que yo haya podido encontrar.
—Supongamos que les pagaron para que mintieran —dijo Decker—. ¿Hay algún modo de rastrear esos pagos?
Milligan se lo quedó mirando, burlón.
—¿Al cabo de veinte años? Seguramente los bancos que usaron ya ni siquiera existen. La industria se ha consolidado. Además, ¿por qué iban a mentir? ¿Y quién les habría pagado para que lo hicieran?
—De momento asumo que Mars dice la verdad. Por tanto, tenemos que explicar la discrepancia en la cronología de Mars por una parte y la de Tanner y Simone por otra.
Milligan cabeceó.
—Me parece mucho más probable que Mars esté mintiendo. Eso o nos enfrentamos a una tremenda conspiración contra un jugador de fútbol universitario, y no veo por qué motivo.
—Pero estamos aquí y lo enfocaremos desde todos los ángulos —intervino Bogart—. Desde todos.
Milligan miró sus notas, evidentemente disgustado por el comentario.
—He hablado con el Departamento de Policía. La mayor parte de los agentes de esa época se han jubilado, pero hubo uno con el que hablé que sí que estaba por entonces.
—¿Qué dijo? —le preguntó Bogart.
—Que hasta entonces nunca había habido un asesinato por aquí. Robos, personas desaparecidas, peleas de borrachos, sustracciones temporales de vehículos, chiquilladas, e incluso alguno que se llevaba una vaca para gastar una broma, pero aquel crimen fue un verdadero golpe para la ciudad.
—Sin embargo, no tardaron nada en pillar a Melvin Mars.
Milligan se quedó mirando a Decker.
—Bueno, las pruebas eran abrumadoras.
—¿Qué sabemos por ahora de los padres? ¿De dónde era Lucinda? —preguntó Decker.
Milligan pasó algunas páginas.
—No he podido saberlo. No hay mucho sobre ella ni sobre su marido.
—¿Dónde aprendió a coser? Según el informe policial, se ganaba en parte la vida cosiendo. Y hoy Mars nos ha confirmado ese dato.
A Milligan le costó lo suyo poner cara de póquer.
—¿A coser? No sé qué decirte.
—Y, además, hablaba español —dijo Decker.
—En Texas mucha gente habla español —dijo Bogart.
—Pero no sabemos si era de Texas —señaló Decker—. Si hubiera sido hispana, entendería lo del idioma, pero era negra.
—Bueno, por lo que yo sé los negros pueden aprender español, Decker —replicó Milligan—. Y a coser también.
Decker recogió el guante.
—De momento estamos especulando. Así que para compensar debemos tener en cuenta las probabilidades. Lucinda pudo aprender a coser y a hablar español, desde luego, pero me gustaría saber dónde y cómo.
—Vale. Si lo consideras verdaderamente importante... —dijo Milligan—. No te cortes. Averígualo.
—Eso pienso hacer. ¿También trabajaba en una empresa de limpieza?
—Sí. Limpiaban edificios de toda la ciudad.
—Una mujer muy trabajadora. ¿Algún pariente?
—No que sepamos. Y lo mismo puede decirse de su marido.
—¿No lo encontráis raro? —les preguntó Decker—. Que uno no tuviera familia, vale, pero ¿los dos?
Milligan negó con la cabeza.
—Hace mucho de eso. A lo mejor iban de un lugar a otro. No todo el mundo tiene una familia numerosa. Se pierde gente con los cambios de domicilio. Por lo visto lo único remarcable de la pareja era el hijo. Escribieron muchos artículos acerca de él, incluso antes de los asesinatos. El tipo era un atleta magnífico. ¡Qué lástima!
—Sigue indagando acerca de los Mars —le dijo Bogart.
Milligan asintió, pero no parecía entusiasmado.
—Los mataron a tiros y los quemaron —dijo Decker—. ¿Por qué a los dos?
—Si estás pensando que fue para impedir su identificación, no fue por eso. Los identificaron por el historial dental.
—Entonces ¿por qué? —insistió Decker.
—¿Algo simbólico? —sugirió Bogart—. Si lo hizo Mars, puede que quisiera borrarlos de su vida. Quemarlos habría sido un modo de hacerlo, al menos desde su punto de vista.
—Pero ahora tenemos a Charles Montgomery que dice que lo hizo él —puntualizó Decker—. Tengo que hablar con él.
—Lo estamos arreglando —dijo Bogart.
—La casa de los Mars no está lejos de aquí —comentó Decker.
—Cierto. Está abandonada. Supongo que nadie ha querido vivir allí después de lo sucedido.
—¿Y el motel donde Mars se alojó? —preguntó Decker.
—Lo derribaron —contestó Milligan—. Ahora hay un centro comercial.
—¿Y la casa de Ellen Tanner?
—Sigue donde estaba, pero ella se fue hace mucho. Así que no sé lo que vas a encontrar.
—Bueno, por eso busca la gente —dijo Decker—. Voy para allá.
Cuando se hubo ido, Milligan agarró de la manga a Bogart.
—Puede que el caso de Morillo no fuera el mejor, pero tenemos una carpeta llena de otros casos mucho más prometedores que este.
—En realidad, acabamos de empezar con él —le contestó Bogart.
Milligan lo soltó.
—Tienes mucha fe en este tío.
—Sí, la tengo. Porque se la ha ganado.
Bogart salió detrás de Decker.
Milligan, muy a su pesar, lo siguió.