30

—No lo sé —dijo Mars.

Decker, Davenport y Jamison estaban frente a él, sentados a una mesa de su habitación. Como Decker, se había duchado y cambiado de ropa después de hacer ejercicio.

—Tienes que saber algo —le dijo Decker tercamente—. Eras finalista del Trofeo Heisman. Fuiste a Nueva York, a la ceremonia de entrega de premios. ¿Te acompañaron?

—No —se apresuró a responder Mars—. Se lo pedí pero me dijeron que no. Papá tenía trabajo y a mamá no le gustaba viajar sin él.

—¿Su padre no pudo sacarle tiempo a su tienda de empeños para ir a ver si su hijo ganaba el Heisman? —dijo Davenport, incrédula.

Mars la miró.

—Sé que ahora parece extraño, pero entonces no lo parecía. Yo iba a la ceremonia. Claro que quería que vinieran, pero me estuvieron acosando con cámaras y micrófonos todo el tiempo. De todos modos no habría podido estar mucho con ellos.

Decker se arrellanó.

—¿Trató alguien de entrevistarlos para que hablaran de ti antes de la entrega del premio? Sé que son típicos los reportajes acerca de la familia y el pasado de los finalistas.

Mars asintió.

—Sí. Nos lo pidieron, quiero decir. Aparecieron en la universidad. La ESPN y otras cuantas querían un reportaje sobre mis padres. Del periódico de Austin, incluso del New York Times llamaron.

—¿Y? —lo acicateó Decker.

—Mis padres rechazaron todas las ofertas. No querían hablar con nadie.

—¿Eso no te pareció raro?

—Bueno, a toro pasado, sí que me lo parece. Pero tienes que entender que por entonces todo iba a mil por hora. Llevaba una vida de vértigo. Apenas tenía tiempo para respirar. Todas las semanas alguien me homenajeaba. Demonios, si hasta el colegio donde estudié primaria celebró un día de Melvin Mars en el que fui a dar una charla. No tenía demasiado tiempo para mis padres. Sabía que se enorgullecían de mí. Todo era genial.

—Seguro que lo hacían, pero que no quisieran exponerse públicamente tiene que significar algo —dijo Jamison. Miró a Decker, que asintió—. Decker piensa que tal vez tus padres estuvieran en Protección de Testigos —añadió en voz baja.

Mars abrió unos ojos como platos y jadeó, mirando a Decker.

—Tiene lógica, de hecho —dijo Davenport—, y explica muchas cosas. —Se volvió hacia Amos—. ¿Podemos comprobarlo?

—Estoy en ello —le respondió Decker, sin dejar de observar a Mars.

—¿Por qué iban a estar mis padres en Protección de Testigos? —preguntó este—. ¿Eso no es para delincuentes que delatan a alguien?

—No siempre. Hay inocentes en Protección de Testigos que ayudan a que caigan elementos peligrosos, por lo cual su vida corre peligro.

Mars se quedó pensativo.

—Supongo que eso tendría sentido —dijo por fin—. Sin embargo, nunca me dijeron nada.

—Me lo imagino —dijo Davenport—. Contárselo podría haber tenido consecuencias negativas. Podría haber tenido un desliz y contado algo. Estoy segura de que el protocolo de los marshals es que lo sepa cuanta menos gente mejor.

Mars asintió en silencio, pero todavía parecía asombrado por esa posibilidad.

—¿Fueron tus padres a la celebración de la escuela de primaria? —dijo Decker.

Mars se rehízo.

—Sí. De hecho fue el único evento al que asistieron, si mal no recuerdo. Era una ceremonia sin importancia, en la sala de actos. Hablé para los chicos y los profesores. Luego unos cuantos pequeños trajeron una placa y me la entregaron. Me tomaron fotos con el director y algunos de mis antiguos maestros.

—¿Y tus padres?

—Bueno, ellos estaban entre el público.

—¿No subieron al escenario?

—No. Jamás habrían hecho eso. Detestaban este tipo de cosas. Querían pasar desapercibidos.

—¿Os marchasteis juntos?

Mars frunció el entrecejo, evidentemente recordando.

—Sí, sí que nos fuimos juntos. —Hizo una leve mueca y miró a Decker—. Cuando salimos del colegio había un equipo de televisión. No sabíamos que iba a estar ahí. Fue una sorpresa. Hablaron conmigo. Les concedí una breve entrevista. Hablé de mi época en el colegio y del premio que me habían dado. De cosas agradables.

—¿Y tus padres?

—Estaban detrás de mí.

—La cámara los filmó.

—Bueno, sí, supongo. El tipo hizo un barrido del gentío.

—¿Mencionaste a tus padres?

—Sí. Me volví y los señalé... —Calló.

—¿Emitieron la filmación por televisión?

Mars asintió en silencio.

—La ESPN emitió partes durante un par de días. Recuerdo que las vi —dijo luego.

Decker se arrellanó.

—Entonces, así empezó todo.

—¿A qué te refieres?

—A tus padres saliendo en una televisión nacional.

—Pero dijiste que seguramente mi padre se había hecho la cirugía plástica para cambiar de cara.

—A lo mejor lo hizo pero no se la cambió lo suficiente.

—Decker —dijo Davenport—. ¿Estás diciendo que alguien vio a los Mars en televisión y fue a Texas a matarlos?

—Es una teoría, sí.

—¿Y quienes lo hicieron eran el motivo por el cual habían metido a los Mars en Protección de Testigos? —dijo Jamison.

Decker asintió.

—Pero hacía mucho tiempo de eso —dijo Mars.

—Cierta gente nunca deja de buscar —le explicó Decker—. Lo digo con conocimiento de causa. El tiempo que hubiera pasado daba igual.

Jamison lo miró de reojo pero no dijo hada.

—Entonces ¿podemos comprobar si mis padres estuvieron...? Ya sabes, en Protección de Testigos.

—El agente Bogart se está ocupando de eso.

—¿Bogart? —exclamó Davenport.

—Pero tardará su tiempo —añadió Decker.

—¿Y mientras qué hacemos? —preguntó Jamison.

—Como te he dicho antes, volver a Texas.

—¿Qué hay del tipo que mató a Regina Montgomery? —inquirió Davenport.

—Creo que es posible que ya esté en Texas.

—¿Por qué?

—Porque no le encuentro la lógica a una pieza importante de este rompecabezas.

—¿A cuál? —quiso saber Jamison.

—A un hombre que asesina y al mismo tiempo salva a alguien.

La última milla
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