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—¿Cómo vas a darle la noticia a Melvin? —le preguntó Bogart. Se habían marchado del almacén y volvían en coche al motel.

—No es un hecho probado, es una teoría. No tengo pruebas.

—Pero es una teoría bastante buena basada en hechos —dijo Bogart.

—Si asumimos que fue Roy Mars quien fingió su muerte, eso explicaría el tiro en la cara. Y que quemaran los cadáveres. Los historiales dentales serían lo primero para identificarlos. Los dientes estaban relativamente intactos.

—Pero tendría que haber entrado en la consulta del dentista y cambiado el historial por el del cadáver que encontraron.

—Lucinda trabajaba para una empresa de limpieza. Apuesto a que para Quality Commercial Cleaners. Eso les habría permitido a ella y a Roy acceder a la consulta del dentista de noche.

—Espera un momento, ¿crees que el otro cadáver era el de Lucinda?

—No lo sé. Puede que no. Si Roy sigue vivo y mató a las dos personas que encontraron, me cuesta creer que le disparara a su mujer en la cara y luego le prendiera fuego.

—Y que incriminara a su hijo. Porque eso tampoco es moco de pavo.

—Y puede que sea lo más inexplicable.

—Volvamos a esas dos personas. Es un pueblo pequeño. ¿Cómo es posible que dos personas desaparezcan sin que nadie lo note?

—Es posible que fueran vagabundos, que no fueran de aquí. Pero... —Calló y cerró los ojos. Pasó y repasó las imágenes mentales buscando lo que le habían dicho concretamente la policía y Melissa Dowd.

Le habían dicho dos cosas.

La primera era: «Robos, personas desaparecidas, peleas de borrachos.» La segunda: «Es que nunca habíamos recibido una petición semejante, al menos por un asesinato.»

Cogió el móvil y marcó un número. Al cabo de un momento volvía a tener en línea a Melissa Dowd. Parecía un poco incómoda por el hecho de haberse visto obligada a abandonar otra vez el trabajo, pero Decker ignoró su enojo. Había puesto el manos libres para que Bogart oyera la conversación.

—Cuando hemos hablado antes —dijo—, me ha dicho que nunca antes habían recibido una orden judicial para entregar historiales dentales para la investigación de un caso de asesinato.

—Así es.

—Sin embargo, lo ha dicho de un modo que implicaba que habían recibido otras órdenes judiciales.

—Bueno, solo una vez. Fue justo antes del asesinato de los Mars, de hecho, ahora que lo pienso. Qué raro.

—¿Fue por una persona desaparecida?

—Pues sí, ¿cómo lo sabe?

—Una simple suposición. ¿Qué puede contarnos de eso?

—Bueno, era uno de nuestros pacientes, y la policía creía haber encontrado su cadáver en el bosque, pero lo habían desfigurado los animales salvajes. Se habían enterado de que venía a nuestra consulta y nos pidieron la ficha. Pero no coincidía. No era él.

—Y eso fue justo antes del asesinato de los Mars. ¿Está segura?

—Sí. Muy poco antes.

—¿Se acuerda del nombre de ese hombre?

—De hecho sí. Se llamaba Dan Reardon. Que yo sepa, nunca lo encontraron.

—¿Tiene algo sobre él en el archivo?

—No. A estas alturas ya habremos prescindido de todo.

—¿Puede describírmelo? Raza, peso, altura, lo que sea.

—Bueno, era un hombretón. Medía un metro noventa y cinco más o menos y pesaba unos noventa kilos. De constitución robusta.

—¿Blanco o negro?

—Blanco.

—¿Tenía familia?

—No. Su mujer había muerto y no tenían hijos. Vivía en las afueras del pueblo, solo.

—¿Qué hacía para ganarse la vida?

—Poca cosa. Alguna chapuza, aquí y allá. Siempre empeñando cosas. Conseguiría algo de dinero y se iría. Solíamos tener que cancelar los cargos porque no tenía dinero.

—Bueno, gracias, Melissa, nos ha ayudado mucho.

Decker cortó la comunicación y miró a Bogart.

—Siempre empeñando cosas. Conseguiría algo de dinero y se iría. ¿Qué posibilidades hay de que fuera a la tienda de empeños donde trabajaba Roy y de que luego Roy se enterara de que iban al mismo dentista?

—Desde luego la descripción física coincide. Por eso lo eligió Roy. Con los cadáveres quemados y las caras destrozadas, mucho tenías que conocerlos para notar el engaño.

—Así que Roy secuestró a Dan para sustituir su cadáver en la casa. Luego lo mató y mató a otra mujer o a su esposa y quemó los cadáveres.

—E incriminó a su hijo. Tuvo que pagar al encargado del motel y a Ellen Tanner para que mintieran sobre la hora.

—Y tuvo que manipular el coche para que se parara justo delante del motel. Melvin nos dijo que su padre entendía de coches.

—Pero ¿por qué, Decker? ¿Por qué tomarse tantas molestias para implicar a su hijo y mandarlo a la cárcel?

—No lo sé —admitió Amos.

—¿Es posible que odiara a Melvin por algún motivo?

—Odiar a tu hijo es una cosa. Hacer todo eso para que lo encarcelen es completamente diferente.

—A menos que Roy Mars sea un psicópata.

—Vivió aquí veinte años sin perjudicar a nadie —comentó Decker—. Fue un plan elaborado que requería la suficiente motivación.

—Lo que nos trae a mi primera pregunta: ¿Cómo se lo vas a contar a Melvin?

Decker miró por la ventanilla. Se avecinaba otra tormenta.

—Ni idea.

La última milla
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