8

Decker echó un vistazo a la redonda y lo captó todo, como un radar captando el eco de objetos sólidos.

Había dos personas.

Lisa Davenport estaba a su derecha. De treinta y muchos, con el pelo muy rubio corto, una cara atractiva y alargada de labios carnosos y los ojos azules de mirada brillante, era alta, de constitución atlética, caderas estrechas y hombros anchos.

Sonrió a Decker mientras este la miraba.

Todd Milligan estaba sentado a la misma mesa, frente a ella. Medía aproximadamente un metro ochenta y tres y pesaba unos ochenta kilos. Como Bogart, estaba muy en forma y daba la sensación de que podía correr indefinidamente sin cansarse. Llevaba el pelo moreno cortado a cero y tenía el ceño marcado, los ojos castaños de mirada intensa y la espalda tan recta como la corbata de rayas. No era en absoluto amable ni acogedor. Estaba permanentemente serio.

Tenían delante sendas carpetas gruesas. Decker se fijó en la cantidad de Post-it con anotaciones que sobresalían de ambas. Era evidente que tanto Davenport como Milligan habían venido preparados.

Bogart hizo las presentaciones y les pidió que se sentaran.

En una pared había una gran pantalla de televisión que la ocupaba casi por completo. El agente especial encendió el portátil que tenía delante y pulsó algunas teclas. La pantalla de televisión cobró vida y todos le prestaron atención.

—De momento tenemos veinte casos para valorar. No podremos, siendo realistas, ocuparnos de más de uno a la vez. Me interesa la calidad, no la cantidad. Los veinte casos que se os han entregado han sido elegidos entre muchos más aplicando varios filtros internos.

—Me parece que el caso Morillo tiene mucho potencial —dijo Milligan con firmeza y claridad—. Tengo varios enfoques para ese caso que considero sólidos como una roca.

—Me alegro de oír eso —dijo Bogart—, pero antes quiero que repasemos brevemente todos los caos, así que empezaremos todos por la misma página.

A Milligan se le crispó levemente el gesto. Decker estaba seguro de que no le había gustado lo que consideraba un rechazo, a pesar de que Bogart estaba siendo muy razonable.

El agente especial Bogart fue revisando metódicamente caso por caso. Los puntos destacados de cada uno de ellos aparecían en la pantalla.

Amos se fijó en que todos los demás seguían lo que decía en sus carpetas. Vio a Milligan mirándolo, sorprendido de que todavía no hubiera abierto siquiera la suya. Quizá Bogart no les había hablado de su hipertimesia. Lo seguía todo de cabeza, volviendo mentalmente las páginas según lo que ponía Bogart en pantalla.

—¿Algún comentario? —preguntó este último cuando terminó.

—Sigo pensando que el caso de Morillo es el que deberíamos seguir, Ross. Es en el que más posibilidades tenemos de realizar una intervención exitosa. El caso contra él no es tan sólido y se ignoró una prueba fundamental. A mí me parece que hay mejores sospechosos sueltos y a tu programa le convendría empezar con buen pie.

Bogart miró a los demás.

—¿Vuestra opinión?

—Creo que deberíamos pasar del caso de Morillo —dijo Decker.

—¿Por qué? —le preguntó Milligan con brusquedad.

—Porque es más que probable que sea culpable.

Milligan se lo quedó mirando con el cuello hinchado como una cobra.

—¿En qué te basas? —le preguntó.

—Hay contradicciones.

—Como cuáles.

—Morillo era un contratista civil de la Marina. En la página dos de su declaración, dijo a la policía que había salido para ir al trabajo en la Base Naval Crane, en el condado de Martin, Indiana, a las nueve de la mañana. Y que había llegado a la base a las ocho cincuenta de la mañana.

—Eso fue porque... —empezó exultante Milligan.

Decker lo ignoró y prosiguió su discurso.

—Eso fue porque en esa época el condado de Martin y la base naval habían pasado de la zona temporal central a la zona temporal meridional con fecha de 2 de abril de 2016. Por tanto, eran las nueve de la mañana según la hora meridional cuando Morillo salió de su casa, pero las ocho de la hora central.

—Exacto —admitió Milligan a regañadientes—. Así que, ¿dónde está la contradicción?

—Morillo tenía un motivo para asesinar a las víctimas; sin embargo, hubo un testimonio a favor de Morillo, el de Bahiti Sadat. Dijo que había visto a Morillo en la acera de enfrente de su tienda a las seis y cuarto de la tarde. Los asesinatos, según determinaron las pruebas forenses y otra clase de pruebas, se perpetraron a las seis y diecinueve. Puesto que los crímenes se cometieron a unos dieciséis kilómetros de la tienda de Sadat, y que Morillo iba a pie, era una coartada sólida para él.

—La policía lo descartó más que nada porque Sadat era musulmán —se quejó Milligan—, y eso pasó en plena guerra de Oriente Medio, cuando había muchos prejuicios. El testimonio de Sadat era incuestionable. Daba una coartada a Morillo, pero el jurado no se lo tragó. —Hizo una pausa, escrutando a Decker—. Espero que tú no tengas esos prejuicios...

Decker ignoró el comentario.

—Sadat dijo que acababa de terminar el rezo de la noche —prosiguió—. Fue entonces cuando vio a Morillo. Lo recordaba claramente porque acababa de levantarse de la alfombra de oraciones y lo vio por la ventana del escaparate. Lo identificó con seguridad.

—Exactamente —dijo un cada vez más impaciente Milligan—. Estás defendiendo el caso por mí.

—Sadat dijo que lo que acababa de terminar era la Maghrib, la cuarta salat u oración del día.

—Eso es. Los fieles musulmanes rezan cinco veces al día. Todo el mundo lo sabe —comentó Milligan.

—Bueno, en realidad hay un montón de gente que no lo sabe, y por entonces seguramente eran muchos más los que lo ignoraban —puntualizó Decker—. Sin embargo, la cuestión es que la Maghrib no empieza antes de la puesta de sol. La religión es estricta en ese punto. Y, ese día, en Indiana, el sol se puso a las siete y doce de la tarde, casi una hora después de la hora en que Sadat testificó que había visto a Morillo pasar por delante de la tienda cuando levantó la cabeza. Bien. Sadat es humano y, si se había ausentado unos minutos, no creo que nadie pueda echárselo en cara. Pero a esa hora el sol no podía haberse puesto. Ningún musulmán habría iniciado el rezo de la Maghrib, la oración «de la puesta de sol», cuando el sol todavía no se había puesto. Y, desde luego, ningún musulmán hubiera terminado ese rezo a casi una hora antes de que el sol se pusiera.

Milligan se quedó con la boca abierta.

Bogart y Jamison intercambiaron una mirada.

Davenport no apartaba los ojos de Decker.

—Por añadidura —dijo este último—, según el dibujo de la policía que hay en el expediente, el escaparate de la tienda de Sadat mira hacia el oeste de la calle por la que paseaba Morillo presuntamente.

—Y los musulmanes se orientan hacia el este para rezar, hacia la Meca —añadió Jamison.

—Sadat le daba la espalda a Morillo. Cuando alzó la cabeza de la alfombra de rezo no pudo verlo. Me sorprende que a nadie se le ocurriera poner eso en duda.

—Muchos americanos no saben nada de las costumbres de los musulmanes y, por esa época, sabían aún menos. Casi nadie era capaz de distinguir un suní de un chií. Me parece que vas a enterarte de que Morillo y Sadat se conocían y prepararon la coartada, aunque no les funcionara. Tal vez eso pruebe de manera concluyente que Morillo era culpable. Aunque, como ya está en la cárcel, donde debe estar, puede que no quieras perder el tiempo.

Milligan volvió a sentarse, picado.

Decker miró a Bogart.

—¿Ahora podemos hablar del caso de Melvin Mars?

—Espera un momento —protestó Milligan—. Me han dicho que acabas de llegar hoy. ¿Te enviaron la carpeta informativa antes?

—No. —Fue Bogart quien le respondió—. Se la hemos dado esta mañana. Yo mismo se la he entregado.

Milligan se dirigió a Decker de nuevo.

—Y de todos estos casos has desentrañado detalles como el del de Morillo en cuánto tiempo, ¿unas horas?

—No he tenido que desentrañar nada. He leído las declaraciones y los informes. Todo estaba ahí.

—¿Y conoces las oraciones musulmanas? —le preguntó Milligan.

Decker se encogió de hombros.

—Leo mucho.

—¿Y lo de la hora a la que se puso el sol ese día? —insistió el otro.

—Soy de esa zona del país. Me lo sé de memoria.

—¿De un día concreto de 2006? —se extrañó Milligan.

—Sí —respondió Decker, imperturbable.

—¿Sabías de antemano que me interesaba el caso de Morillo? —le preguntó Milligan en tono acusador.

—Antes de entrar en esta sala, desconocía incluso tu existencia —le contestó Decker como si tal cosa. Se volvió de nuevo hacia Bogart—. ¿Podemos ahora hablar del caso de Mars? Porque de verdad que no creo que ningún otro caso de la carpeta sea ni de cerca tan emocionante. Y, puesto que Sadat mentía y Morillo mató a esas personas y que no estamos aquí para liberar a los culpables, me parece que tendríamos que ponernos en marcha.

Davenport tuvo que taparse la boca para ocultar la sonrisa mientras Milligan le lanzaba una mirada envenenada a Decker.

—Yo voto a favor de que nos ocupemos del caso de Mars —terció Davenport antes de que Bogart pudiera intervenir.

Decker la miró con curiosidad.

—Si todavía no lo he expuesto —arguyó.

—Después de lo que acaba de hacer, señor Decker, me arriesgaré. —Miró a Bogart—. Ross, ¿podemos votar ya?

El agente especial miró a Jamison y a Decker.

—De acuerdo —convino—. Todos los que estén a favor de ocuparse del caso de Melvin Mars que levanten la mano.

Cuatro manos se alzaron. Milligan fue el único en disentir.

Decker se inclinó hacia delante.

—Bien. ¿Vamos a ello?

La última milla
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