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Lewis Fisher sénior había prosperado, sin duda alguna, porque las instalaciones en las que vivía eran de lo más exclusivas. El edificio estaba diseñado para parecer una plantación de antes de la Guerra Civil, con columnas altas y gruesas y un porche enorme lleno de mecedoras y de residentes meciéndose. El interior estaba decorado con papel pintado alegre, molduras para que las sillas no marcaran las paredes y también en los techos, estas de doce centímetros de ancho, y alfombras mullidas. Incluso había una sala de juegos con mesa de billar y un anticuado dispensador de gaseosa.
El tablón de anuncios del vestíbulo estaba lleno de anuncios de actividades. Ancianos ciudadanos iban caminando o en silla de ruedas a sus citas. El lugar estaba cargado de energía y entusiasmo. Decker y Jamison recorrieron el ancho pasillo acompañados por una empleada vestida con una bata azul almidonada. Según ponía en la tarjeta identificativa se llamaba Deb. Saludaba a los residentes que pasaban junto a ellos.
—Bonito lugar —dijo Jamison—. Todo el mundo parece muy feliz.
—Es mucho mejor que lo que ofrece el estado —dijo Deb—, pero hay que pagarlo, y no es barato. Es para gente pudiente. Tenemos residentes de trescientos kilómetros a la redonda porque es una institución muy exclusiva y esta zona de Texas es grande y está aislada. —Suspiró—. Cuando yo tenga su edad no podré permitirme vivir aquí.
Llegaron ante una puerta de dos hojas que ponía: Unidad de memoria. Deb tuvo que usar una llave para abrirla.
—¿Es para que nadie de la unidad deambule por ahí? —sugirió Jamison.
—Exacto —repuso la mujer mientras entraban—. No queremos que ninguno se pierda.
Los acompañó por un pasillo y se detuvo ante una puerta. Llamó con los nudillos.
—Doctor Fisher, tiene visita.
Oyeron un gruñido.
Deb se volvió hacia ellos.
—Tiene días buenos y días malos. No estoy segura de cómo está hoy. Se siente muy frustrado, como la mayoría de nuestros pacientes de esta unidad. —Se fijó en la credencial del FBI que llevaba Decker a la cintura—. ¿Tiene el doctor Fisher algún problema?
—En absoluto —dijo él.
—Bueno, es un alivio. ¿Saben?, cuando llegó tenía una memoria estupenda. Seguramente mejor que la suya.
—Lo dudo mucho —comentó Decker mientras la mujer abría la puerta, y entró.
Deb, desconcertada, miró a Jamison, que la miró a su vez, incómoda.
—Es una larga historia —le dijo—. Cuando acabemos la avisaremos. Gracias. —Entró detrás de Decker y cerró la puerta.
Fisher estaba sentado en una silla, al lado de la cama. Llevaba una bata de hospital y zapatillas. Por su aspecto encorvado y frágil estaba cerca de ser nonagenario. Cuando los miró, Decker vio que tenía un gran parecido con su nieto.
—¿Doctor Fisher? —lo saludó.
—¿Quién demonios es usted? —rezongó Fisher.
—Debe ser uno de sus días malos —susurró Jamison.
Decker se le acercó más.
—Soy amigo de su nieto. Ella también.
Fisher miró a Jamison.
—Ella no es mi nieto.
—No. Es amiga de su nieto.
Fisher se miró el regazo.
Jamison se agachó a su lado.
—Tiene una habitación muy bonita.
Fisher alzó los ojos hacia ella.
—¿La conozco?
—Soy Alex y él es Amos.
—Amos y Andy, ¿como el programa? —preguntó Fisher.
—No. Alex y Amos. Él es Amos. Yo soy Alex.
El anciano miró a Decker.
—Es usted muy alto.
—Sí, lo soy. —Acercó otra silla y se sentó—. Su nieto nos ha dicho que fue dentista muchos años. Que tenía muchos pacientes.
Fisher pareció desconcertado.
—¿Dentista? Mi nieto, mi nieto...
—Lewis —lo ayudó Jamison.
—Yo me llamo Lewis —rezongó él. Luego añadió, con desesperación—. ¿Verdad?
—Sí. Y él se llama así por usted.
Fisher se golpeó el cráneo con los nudillos.
—Es que...
—Lo sé —dijo Jamison para tranquilizarlo—. Estoy segura de que es frustrante.
—Era usted dentista, doctor Fisher —dijo Decker—. Tenía muchos pacientes. ¿Se acuerda de la familia Mars? ¿De Roy y Lucinda? ¿Y de Melvin?
—¿Mars? ¿Como el planeta? ¿Se refiere al planeta Marte? Es... el planeta rojo. —Sonrió, complacido.
—No, el planeta no. Una familia apellidada Mars. Los asesinaron. Y usaron los historiales de su consulta para identificarlos.
—¿Asesinado? ¿Asesinaron el planeta? ¿Está... loco?
Jamison le puso una mano en el brazo a Decker.
—Déjame a mí —le dijo, y se volvió hacia Fisher.
—Fueron pacientes suyos hace muchos años —le dijo en voz baja al anciano—. Veinte años. Los asesinaron. Quemaron sus cadáveres, así que tuvieron que usar sus historiales dentales para identificarlos. Los historiales de su consulta. —Lo miraba esperanzada, pero lo único que obtuvo fue una mirada de incomprensión.
Pasó un minuto sin que nadie rompiera el silencio.
Decker estaba a punto de decir algo pero Jamison alzó una mano para impedírselo.
—Doctor Fisher, tengo un problema con la dentadura. ¿Se acuerda de mí? —dijo a continuación—. Soy Lucinda Mars. Este es mi marido, Roy Mars. Él también tiene problemas dentales. ¿Puede ayudarnos? Somos pacientes suyos. Tiene nuestros historiales.
Esperaron un buen rato. Al principio parecía que Ficher no iba a responderle.
—El segundo premolar del maxilar superior —dijo por fin.
—¿Cómo dice, doctor Fisher? —le preguntó Jamison.
—El segundo premolar del maxilar superior —repitió él, cabeceando.
—¿Qué le pasa?
—No está bien.
—¿Qué no está bien?
—El segundo premolar. No está bien.
Jamison se arrodilló a su lado.
—¿El de quién? ¿El de Roy o el de Lucinda?
—No está bien. Debería haberlo dicho. No está bien. —Alzó los ojos hacia Decker—. ¿Quién demonios es usted?
—Un hombre muy agradecido. —Se levantó y le dijo a Jamison—: ¿Puedes quedarte aquí? A ver si consigues sacarle algo más. Volveré a recogerte.
—¿Adónde vas?
—A encontrar el segundo premolar.