15
Decker consultó la hora.
Habían ido en coche hasta la casa donde Ellen Tanner se había enrollado con Melvin Mars esa noche. Era pequeña, vieja y solitaria. No había ninguna otra vivienda en treinta y dos kilómetros a la redonda y, en la época de los asesinatos, seguramente había estado incluso más aislada.
—¿Por qué iba a vivir una joven sola por estos andurriales? —había preguntado Amos.
Ni Bogart ni Milligan habían sabido responderle.
Luego habían ido hasta el solar del antiguo motel, ocupado ahora por un centro comercial, y después hasta la casa de los Mars. Los tres puntos estaban junto a la misma carretera principal.
—Hay una hora entre la antigua casa de Ellen Tanner y el motel —dijo Decker—, y unos cuarenta minutos del motel a la casa de los Mars.
Milligan, que iba al volante, asintió en silencio.
—Se marchó de casa de Tanner a las diez de la noche. Dijo que llegó al motel una hora más tarde, aproximadamente, a eso de las once, lo que encaja. Sin embargo, el encargado del motel testificó haber registrado a Mars a la una y cuarto de la madrugada. De modo que pudo haber conducido otros cuarenta minutos hasta su casa, matado a sus padres e ido luego al motel, al que habría llegado fácilmente a eso de la una o un poco más tarde. Eso fue lo que alegó la acusación, con éxito.
—No tan fácilmente —contraargumentó Decker—. Tuvo que llegar a su casa, disparar a sus padres, conseguir la gasolina y quemar los cadáveres. Eso le habría llevado tiempo.
—Pero podría haberlo hecho, eso es innegable.
—Y según el informe de la policía, un coche como el de Mars fue visto alejándose de su casa más o menos a la hora en la que el forense determinó que se habían cometido los asesinatos —añadió Bogart.
—Es verdad —dijo Milligan—. Y el testigo era un camionero de larga distancia de la zona que conocía a los Mars.
Bogart asintió.
—Pero murió hace cinco años, así que no podemos hablar con él.
—Tenemos a Charles Montgomery. Con él sí que podemos hablar —dijo Decker.
—Los de Alabama me han contestado por correo electrónico. Está todo arreglado. Podremos hablar con él pasado mañana.
El teléfono de Decker sonó. Era Jamison.
—Hemos hablado con Mars —le dijo—. Davenport está redactando su informe.
—¿Qué opina ella?
—No estoy segura. Se lo guarda para sí.
—¿Y tú qué crees?
—Parece muy sincero, Amos, pero es posible que sea un manipulador. Todavía no lo sé.
—¿Te ha contado algo más?
—De hecho, no. Ha insistido en su inocencia. Ha repetido lo que hizo la noche del asesinato de sus padres. No es capaz de explicar la cronología. Ha dicho que se fue a dormir al motel y se despertó cuando la policía llamó a su puerta.
—Bueno, ha tenido dos décadas para perfeccionar esa historia. Aunque hay una cosa que me fastidia.
—¿Qué?
—Si lo planeó todo, ¿por qué no preparó una explicación plausible para la inconsistencia temporal? Tenía que saber que le plantearía un problema.
—Los criminales suelen meter la pata y suelen meterla en lo que a la cronología se refiere, Amos. No pueden estar en dos sitios a la vez. Lo sabes tan bien como el que más —dijo Bogart, que había estado escuchando la conversación telefónica.
—Sí que meten la pata, pero no tanto —argumentó Decker—. Falsean quince minutos, puede que media hora, no horas enteras. El desfase era brutal. Si fue meticuloso en otros aspectos, ¿por qué no lo fue con uno tan fundamental? Lo único que digo es que debemos tenerlo en cuenta.
—¿Cuándo llegaréis? —preguntó Jamison.
—Dentro de una hora, más o menos. —Cortó la comunicación y se quedó mirando fijamente la autopista.
La inmensidad de Texas se extendía ante ellos. Hasta donde alcanzaba la vista la topografía era exactamente igual. Cerró los ojos y se puso a rumiar acerca de algo que lo estaba corroyendo.
Bogart lo vio. Era algo que había visto a menudo en Burlington.
—¿Qué? —le preguntó.
Decker siguió con los ojos cerrados.
—Disparos y luego fuego —dijo, sin embargo.
—¿Otra vez?
—Los mataron con la escopeta y luego les prendieron fuego.
—Eso dice el informe policial, sí. ¿Por qué?
Decker repasó mentalmente las fotos de los cadáveres carbonizados. Lo bueno de la hipertimesia era que veía las cosas exactamente como eran; no perdía ningún detalle. No añadía nada ni quitaba nada. Claro como un espejo.
—Pugilista.
—¿Qué?
—Los cadáveres estaban en pose pugilista.
Milligan lo miró de reojo.
—Cierto. El fuego hace que los músculos, los tendones y los ligamentos se endurezcan y se contraigan, tanto si la víctima estaba muerta como si estaba viva al iniciarse el incendio. Con los puños apretados y los brazos doblados, la víctima parece un luchador en el ring, en una postura defensiva.
—De ahí el nombre —dijo Decker, todavía con los ojos cerrados—. El disparo de la escopeta los mató, sin duda.
Milligan se encogió de hombros.
—Los disparos de escopeta a la cabeza desde poca distancia son siempre mortales. La naturaleza de la bestia.
Decker abrió los ojos.
—Entonces ¿para qué quemarlos si ya estaban muertos? Porque yo no creo que fuera un acto simbólico.
—En los informes policiales se planteaba esa pregunta, pero nunca obtuvo respuesta. Si lo hicieron para dificultar la identificación de los cadáveres, no les funcionó. Los identificaron por el historial dental. Y aunque no hubiera sido así, se puede extraer ADN de un cadáver carbonizado —explicó Bogart.
—Puede que el asesino no lo supiera.
—¿Te refieres a que Melvin Mars no lo sabía? —preguntó Milligan.
Decker no le hizo el menor caso.
—¿Los identificaron como Roy y Lucinda Mars?
—Sí. Sin ningún género de duda. Los cadáveres estaban tremendamente quemados pero, a pesar de las heridas de escopeta en la cabeza, seguían intactos los suficientes dientes como para identificarlos por el historial dental. Eran la pareja desaparecida.
—Eso no responde a mi pregunta todavía. ¿Por qué quemarlos si ya estaban muertos?
Recorrieron varios kilómetros en silencio.
—A lo mejor el asesino se dejó llevar por el pánico —dijo por fin Bogart—. Suele pasar. Quiso librarse de las pruebas y creyó que el fuego reduciría los cadáveres a cenizas.
—Lo único que consiguió fue crear un montón de humo. Alguien lo vio y llamó al Departamento de Bomberos. Si se hubiera limitado a dejar allí los cadáveres, podrían no haberlos descubierto hasta al cabo de mucho.
Milligan intervino.
—Bueno, si su hijo no los mató, habría encontrado los cadáveres al volver a casa a la mañana siguiente. O, lo más probable, la casa habría ardido hasta los cimientos.
—¿No hubo un cálculo fiable de la hora de la muerte?
—En el caso de cadáveres quemados que están al aire libre se puede realizar un estudio entomológico; buscar insectos, moscas que ponen huevos, esa clase de cosas. Incluso en un espacio cerrado se puede realizar este tipo de estudio. Pero no hubo esa clase de pruebas. Las moscas no ponen huevos en un cadáver que arde, como es natural. El análisis más preciso para determinar la hora de la muerte en el caso de las víctimas muy carbonizadas es un examen de los huesos. Un análisis químico y microscópico. Pero estamos hablando de microrradiografías y de un microscopio electrónico.
Decker asintió.
—Dudo que en un condado rural de Texas, hace veinte años, fueran capaces de eso —dijo.
—Yo dudo que tengan el equipo necesario en la actualidad —comentó Bogart—. Por tanto, la hora de la muerte se determinó sobre todo por la llamada al Departamento de Bomberos diez minutos después de medianoche. Los bomberos llegaron once minutos más tarde. Cinco minutos después, descubrieron los cadáveres.
—¿A las doce y veintiséis?
—Exacto.
—Digamos que prendieron fuego a los cadáveres a medianoche.
—Mars habría tenido tiempo de hacerlo, entonces. Se dirige directamente de la casa de Tanner a su casa, los mata y va en coche hasta el motel —dijo Milligan.
—Cabe suponer que si los cadáveres hubieran ardido mucho tiempo la casa habría sufrido más daños a causa de la propagación de las llamas. Los mata, les prende fuego y a medianoche o poco después ya se ha ido. De este modo el fuego ha estado ardiendo puede que menos de media hora o un poco más cuando llegan los bomberos —dijo Bogart.
Decker cabeceó.
—Pero es que hay cuarenta minutos hasta el motel desde aquí. El encargado dijo que Mars se registró a las once y cuarto. Eso deja un lapso de unos treinta y cinco minutos.
—A lo mejor estuvo dando vueltas con el coche. Puede que se quedara sentado en el aparcamiento intentando tranquilizarse. Es que acababa de matar a sus padres, Amos —dijo Bogart.
—Tuvo los cuarenta minutos de trayecto para tranquilizarse. Esperando en el aparcamiento estaba estropeando su supuesta sólida coartada, que en realidad no era una coartada basada en la cronología que Tanner y el encargado del motel aportaron al testificar. Eso no tiene pies ni cabeza.
—Pero es lo mejor que tenemos.
—Pero tiene un gran inconveniente.
—¿A qué te refieres? —le preguntó Milligan.
—Hace veinte años pasaban las tarjetas de crédito manualmente, más todavía en un motel de la Texas rural. No quedaba registro electrónico de la hora de la transacción. Así que era la palabra del encargado del motel contra la de Melvin.
Milligan negó con la cabeza.
—No, lo he comprobado. El dueño del motel registró la tarjeta a la una y dieciséis, para comprobar la cuenta. Salió en el juicio.
—Sigue sin demostrar nada.
—No veo por qué —dijo Milligan, exasperado—. Y no olvides que encontraron sangre de su madre en su coche. ¿Cómo es posible, a no ser que la matara?
—Tengo que volver a hablar con Mars.
—¿De qué? —preguntó Bogart.
—Entre otras cosas de pagar con tarjeta de crédito versus pagar en efectivo.