17

—Agente Bogart —dijo Decker sin apartar los ojos de Mars—, ¿podría dejarnos a solas un momento, por favor?

Daba la impresión de que Bogart diría que no, pero Decker añadió:

—Un pequeño cara a cara de dos antiguos futbolistas, eso es todo.

Bogart se levantó despacio.

—Estaré en el pasillo.

Cuando se cerró la puerta, Decker acercó un poco más la silla y puso las manazas en la barandilla de la cama.

—Vale —dijo Mars—. Ya sé de qué va esto. Has venido para engañarme y asegurarte de que vuelva a la cárcel. Bueno, pues no seguiré hablando contigo a menos que mi abogada esté presente.

—Ya te lo he dicho antes, Melvin, he venido para desentrañar la verdad. Si no mataste a tus padres haré todo cuanto esté en mi mano para demostrarlo y sacarte de la cárcel libre de antecedentes.

—No maté a mis padres, pero he estado en una celda dos décadas preparándome para la inyección letal y luego he tenido que esperar un poco más y volver a prepararme para lo mismo. ¿Sabes lo que es eso?

—Ni mucho menos —dijo Decker.

Mars pareció sorprendido por el comentario. Echó un rápido vistazo a la puerta.

—¿Por qué le has pedido a tu compañero que saliera?

—Me ha parecido que estarías más cómodo hablando conmigo que con el FBI.

—Si tú estás con el FBI.

—Hasta hace dos semanas vivía en un cuchitril de Ohio con sesenta dólares en el bolsillo y poco más futuro que ser investigador privado en casos de porquería. —Tras una pausa, añadió—: Si todavía quieres que venga tu abogada me iré inmediatamente. —Se levantó.

—Espera. Me dijiste que mi caso se parece a uno relacionado con tu familia.

—En algunas cosas, sí.

—¿Qué le pasó a tu familia?

Decker volvió a sentarse.

—Alguien la asesinó. Mataron a mi esposa, a mi hija y a mi cuñado. Encontré los cadáveres una noche cuando volví de trabajar.

Toda la hostilidad desapareció de las facciones de Mars.

—Maldita sea, tío... Lo siento.

—Pasaron unos dieciséis meses sin que hubiera ningún arresto. Luego un tipo entró en una comisaría y confesó.

—Mierda, ¿en serio?

Decker se lo quedó mirando.

—Fue un poco más complicado, pero sí.

—Vale —repuso Mars. Parecía inseguro.

—Pero dimos con los responsables y pagaron por ello.

—¿Están en la cárcel?

—Están en una tumba.

Mars abrió unos ojos como platos.

—Pero eso es agua pasada. Se acabó. Hablemos del presente. De tu presente.

Mars se encogió de hombros.

—¿Qué quieres que te diga, Decker? Era un negro acusado de asesinar a sus padres, y uno era blanco. Esto es el Sur. Esto es Texas. Todos me querían cuando era una estrella del fútbol. Pero cuando me acusaron me quedé sin amigos. No fui más que un tipo negro luchando por su vida. ¡Dios! En Texas ejecutan a más gente que en ningún otro estado, y la mayoría son negros.

—¿El contrato con tus padres?

—Yo sabía que era inocente, pero le hice caso a mi abogado. Soy bueno conservando el balón y marcando touchdowns, tío, pero en esa época no sabía nada de leyes ni de juzgados.

—Así que tu abogado estaba al corriente de lo del contrato.

—Sí, se lo conté. Sin embargo, dijo que no debíamos decírselo a la acusación. Que era cosa suya enterarse.

—Me parece que, técnicamente, es cierto.

—Pero moralmente apesta, diría yo. Quería subir al estrado y contar mi historia. Quería que la gente escuchara mi punto de vista, pero me convenció de que no lo hiciera. Así que no lo hice. De todos modos, perdimos y me jodieron.

—¿Qué hiciste con el contrato?

—Lo tiré al retrete. Pero deja que te diga que no tenía ningún inconveniente en darles ese dinero a mis padres. Iba a ganar muchísimo más. Estaba arreglando contratos de publicidad que me habrían aportado más económicamente que el fútbol.

—Y entonces todo se fue al carajo.

Mars sacudió débilmente la cabeza.

—Más rápido de lo que podía correr las cuarenta yardas.

—Háblame de tus padres.

—¿Qué quieres saber?

—Cosas de su pasado. ¿De dónde eran? ¿En qué parte de Texas nacieron? ¿Eran oriundos de algún otro lugar?

Mars se había quedado perplejo.

—No sé muy bien qué puedo decirte. No hablaban de nada de eso conmigo.

—¿Y de los familiares? ¿Los visitaban ellos o ibais a visitarlos?

—Ni una cosa ni la otra, nunca.

—¿No tenían familia?

—No. No fuimos nunca a ninguna parte ni nadie vino a vernos.

—Eso es poco habitual.

—Supongo, ahora que lo pienso. Pero, simplemente, así era. Y mis padres me mimaban, supongo que dirías tú. Así que era agradable. Me gustaba.

—Háblame de tu padre.

—Un grandullón. De él heredé la corpulencia y la altura. Era fuerte como un buey. Mi madre era alta para ser mujer. Medía un metro setenta y cinco aproximadamente. ¡Y cómo corría! Hacíamos carreras cuando era niño. Era buena esprintando y tenía resistencia. Me estuvo ganando hasta que empecé a ir al instituto.

—Así que la velocidad la heredaste de ella.

—Supongo que sí.

—A lo mejor fue atleta de joven. Puede que tu padre también.

—No lo sé. Nunca me lo dijeron.

—No había fotos de ellos en tu casa. ¿Las hubo alguna vez?

Mars se recostó sobre la almohada.

—No les gustaba mucho que les sacaran fotos. Recuerdo que había una en un estante del salón. Se la tomaron cuando yo iba al instituto. Ninguna más.

Decker lo miraba atentamente.

—¡Eh! —dijo Mars—. Sé que ahora suena raro, pero entonces simplemente era así y ya está, ¿vale? No me lo planteaba siquiera.

—He visto una antigua foto borrosa de tus padres, pero dime qué aspecto tenía tu madre en tu opinión.

La cara de Mars se iluminó con una sonrisa.

—Era muy guapa. Todo el mundo lo decía. Podría haber sido modelo o algo así. Mi padre comentaba que podría haberse casado con un hombre que ganara mucho más que él.

Decker le enseñó el móvil.

—Fotografié esto que había en el armario de tus padres. ¿Tienes idea de lo que significa?

Mars leyó lo que salía en pantalla.

—¿«AC y RB»? Ni idea de lo que significa. ¿Estaba en su armario?

—Sí.

—No sé. Nunca miré en su armario.

—Vale. Tu padre trabajaba en una casa de empeños y tu madre hablaba español y cosía.

—Sí.

—¿Para quién cosía?

—Varias empresas locales necesitaban que les confeccionaran algunas piezas. No pagaban muy bien, pero podía trabajar en casa.

—¿Y el español? ¿Lo enseñaba en una escuela?

—No, no daba clases a niños sino a adultos. Sobre todo a tipos blancos. Mucha gente cruza la frontera para trabajar. Los que los contratan tienen que aprender su idioma para poder decirles lo que deben hacer. Así que mi madre se lo enseñaba.

—¿Y dónde aprendió ella el español? ¿Era su lengua materna?

—No. Bueno, no creo. No era hispana, si te refieres a eso. Era negra. De piel mucho más oscura que la mía. Estoy bastante seguro de que era estadounidense.

—¿En qué te basas para decir eso?

—Hablaba como los estadounidenses y no tenía acento extranjero.

—¿Aprendiste a hablar el español gracias a ella?

—Un poco, pero solíamos hablar sobre todo en inglés. Mi padre insistía mucho en ello. Éramos estadounidenses, decía. No le gustaba que mamá hablara en español en casa.

—¿Tu madre trabajaba en algo más?

—Sí. La costura y las clases de español no eran demasiado lucrativas. Trabajaba para una empresa de limpieza. Limpiaban edificios de la zona. Además, planchaba. Manejaba la plancha como una profesional, te lo digo yo. ¡Dios! Hasta me planchaba los vaqueros que me ponía para ir al colegio.

—¿Nunca les preguntaste nada acerca de su pasado?

—Recuerdo que una vez me interesé por mis abuelos. Era el día de los abuelos en el cole. Yo iba a tercero. Todos los demás tenían abuelos que vinieron. Le pregunté por los míos a papá. Me dijo que habían muerto, solo eso.

—¿No dijo cómo habían muerto?

Mars golpeó la barandilla de la cama con la mano libre.

—¡Mierda! ¿Qué importa eso? ¿Crees que mi padre mató a sus padres? ¿Crees que yo maté a los míos?

—No, no creo que mataras a tus padres. No sé si tu padre mató al suyo. Pudo haberlo hecho.

Mars iba a decir algo pero se lo pensó mejor. Miró a Decker a los ojos.

—¿Qué demonios significa eso?

—No sabes nada de tus padres, Melvin. No sabes nada de ninguno de tus familiares. Había una sola foto de tus padres en la casa. Nunca te contaron nada acerca de ellos. ¿Por qué crees que no lo hicieron?

—¿Te refieres a que crees que ocultaban algo? —le preguntó lentamente Mars.

—Por lo menos vale la pena investigarlo. Porque si realmente ocultaban algo, alguien podía tener una buena razón para asesinarlos.

La última milla
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