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La fianza.

El dinero depositado para conseguir que pongan en libertad a alguien.

Al menos temporalmente.

La medida llevaba en vigor casi desde que había gente detrás de unos barrotes.

Era un modo de hacer dinero con la desgracia de otros. Había muchos negocios basados en el mismo principio, y todos eran prósperos, porque las desgracias abundan siempre.

Decker estaba sentado a la mesa de su habitación del motel.

Habían extinguido el incendio de la antigua casa de los Mars, pero había quedado seriamente dañada. Sí, habían atrancado las puertas del garaje. Y la que daba al interior de la casa la habían bloqueado metiendo una tubería metálica entre la puerta y la pared opuesta a ella. La policía había encontrado un acelerador en la cocina, lo que implicaba que habían provocado el fuego deliberadamente.

Habían buscado el coche que había huido del escenario, pero nadie lo había visto. Decker estaba convencido de que quien lo conducía era Roy Mars. No tenía ni idea de quién había iniciado el incendio ni de cómo había escapado.

Habían encontrado varios agujeros de bala en los muros exteriores de la casa, junto al garaje. Podían ser la prueba de un tiroteo entre Roy Mars y quienquiera que estuviera ahí aparte de él.

Más agentes del FBI se habían trasladado a Texas para participar en la investigación, ahora que casi habían matado a uno de los suyos.

Lo que Decker buscaba eran archivos incompletos. En el caso del primer arresto de Charles Montgomery, en 1960, parte del archivo de la fianza se había perdido, incluido el nombre de quién la había depositado.

En los documentos del segundo arresto, sin embargo, encontró quién había depositado la fianza.

—Nathan Ryan —susurró.

Ryan había depositado la fianza de Montgomery en Cain, Misisipí, la mañana del 22 de febrero de 1968. ¿Quién era Ryan y por qué había depositado una fianza de quinientos dólares (mucho dinero en aquella época) para Montgomery?

¿Se conocían? ¿Eran amigos? Evidentemente, ya no podía preguntárselo a Montgomery.

Cerró los ojos y empezó a buscar mentalmente un nuevo ángulo de enfoque.

Los abrió y también abrió el portátil.

11 de enero de 1968, Tuscaloosa, Alabama. Conducción bajo los efectos del alcohol y posesión de drogas.

21 de febrero de 1968, Cain, Misisipí. Conducción bajo los efectos del alcohol y posesión ilegal de un arma.

Los dos arrestos en estados del Sur y los dos bastante seguidos.

En los dos conducía bajo los efectos del alcohol.

¿Era una pauta de comportamiento o simplemente el modo en que un joven ex soldado de Vietnam desilusionado manifestaba su tremenda frustración?

Se había licenciado en marzo de 1967. Entonces ¿por qué en casi diez meses no lo habían arrestado por nada? ¿No habría sido más probable que cometiera sus delitos justo después de volver?

¿Qué le había pasado durante esos diez meses? Además, después de su arresto en Misisipí, por lo visto Montgomery no había vuelto a delinquir, al menos hasta que había empezado a cometer los crímenes graves por los que lo habían ejecutado.

Volvió a cerrar los ojos y dejó vagar la mente.

«¿Cuántos agentes de policía hicieron falta para acorralar a Montgomery en aquellas dos ocasiones?»

¿Habrían usado un coche patrulla, dos, cuatro, seis?

¿Solo para encontrar a un conductor borracho?

En aquella época a los conductores borrachos se los trataba con más benevolencia. Un guiño y un empujoncito y a dormir la mona, tomando mucho café. Era así incluso cuando alguien resultaba herido o muerto. Y Montgomery, aparentemente, no había herido a nadie.

Tuscaloosa y Cain.

Las dos veces en 1968.

Tenía que haber un común denominador.

Volvió a abrir el portátil y se conectó para hacer otra búsqueda.

Enero de 1968, Tuscaloosa, Alabama.

El 10 de enero, habían puesto una bomba en una oficina de la NAACP, la Asociación Nacional para el Progreso de las Personas de Color. Cuatro muertos. Tres activistas en pro de los derechos civiles y un abogado de Nueva York. Todos ellos negros.

No habían arrestado a nadie por el crimen.

Y allí estaba Charles Montgomery, arrestado por conducir borracho y posesión de marihuana, y depositó la fianza al día siguiente.

Hizo otra búsqueda.

Febrero de 1968, Cain, Misisipí.

Aquel mes habían pasado muchas cosas, pero una destacaba y había conseguido más titulares entonces y más tinta digital ahora.

El 21 de febrero, quince miembros de una iglesia afroamericana, incluido el pastor y cuatro jóvenes del coro, habían muerto en un atentado con bomba.

A la mañana siguiente Charles Montgomery había depositado la fianza por posesión ilegal de un arma, conducción bajo los efectos del alcohol y desorden público.

Decker no sabía qué probabilidades había de que aquel hombre hubiera estado en las dos ciudades coincidiendo con los atentados con bomba. Si era una simple coincidencia, era el colmo de la chiripa.

Tecleó «Nathan Ryan» y añadió: «Cain, Misisipí.» Luego entró la palabra «bomba» y pulsó «intro».

Leyó los primeros resultados.

Cuando llegó al quinto, encontró algo que llamó poderosamente su atención. La esquela de Nathan Bedford Ryan, de Cain, Misisipí, que había «perdido la vida» el 2 de marzo de 1999.

Había participado en la política local durante treinta años y llegado a ser secretario del alcalde. Había muerto en su despacho, de un infarto. Eso significaba que ya estaba en política cuando había depositado la fianza de Charles Montgomery, si era realmente el mismo Nathan Ryan, y Decker estaba seguro de que lo era.

Consultó de nuevo el documento de la fianza. El nombre que constaba en él era Nathan B. Ryan.

El nombre de la esquela era Nathan Bedford Ryan, seguramente por el general confederado Nathan Bedford Forrest.

Decker siguió leyendo la esquela y se detuvo en una frase: «El fallecido había sido uno de los primeros en llegar a la escena del atentado con bomba en la iglesia en el que murieron quince personas.»

Añadiendo «bomba» a la búsqueda, Decker había conseguido ese resultado.

«Gracias, Google.»

Los artículos que había leído sobre la bomba en la iglesia no mencionaban a los supervivientes. Así que Decker no estaba seguro de lo que había hecho Ryan, si es que había hecho algo, a su llegada a la escena del desastre. A lo mejor solo había podido ayudar a sacar cadáveres.

Había una fotografía de escasa definición de Ryan. Era blanco, sin duda alguna. Así que Decker se preguntó por qué habría estado tan cerca de una iglesia negra como para ser el primero en llegar. Suponía que en 1968 en Cain imperaba la segregación racial.

Y Ryan había depositado la fianza de Montgomery.

Ryan trabajaba en la oficina del alcalde.

Ryan había sido uno de los primeros en llegar a la escena del atentado.

Y quinientos dólares eran mucho dinero para un secretario de la alcaldía, en Cain, en 1968. Así que Decker se preguntó si el dinero no provenía en realidad de otra persona.

De aquel suceso hacía casi cincuenta años. Si Decker viajaba hasta esos lugares, ¿quedaría alguien que pudiera hablar con él del tema?

Se levantó y fue a buscar a Bogart.

—¿Qué propones que hagamos? —le preguntó el agente del FBI cuando le hubo resumido brevemente sus hallazgos.

—Propongo que vayamos a donde haga falta.

La última milla
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