6

—¿Cómo voy a recuperar veinte años de mi vida? ¿Quieres decírmelo? ¡Cómo!

Melvin Mars estaba sentado delante de su abogada, en la sala de visitas de la cárcel.

Mary Oliver, de unos treinta y cinco años, con el pelo corto castaño rojizo y gafas de montura cuadrada, tenía los ojos verdes de mirada viva y una bonita cara angulosa llena de pecas.

—No puedes, Melvin —le dijo—. Nadie puede. Sin embargo, todavía no han confirmado lo que cuenta Montgomery, así que no adelantemos acontecimientos.

—No conozco a ese tipo. Nunca lo he visto. Ni siquiera sabía que existía hasta que vinieron a decírmelo. Así que no pueden decir que le pagué para que matara a mis padres. Y si no pueden demostrar eso, me soltarán, ¿no?

Oliver movió los papeles que tenía ante sí.

—Mira, no es tan sencillo. Tenemos que dejar que el proceso siga su curso, ¿de acuerdo?

Mars se levantó y dio una palmada en la pared de detrás, lo que le valió una mirada de reprobación del corpulento guardia que permanecía en el centro de la habitación. Estaba lo bastante lejos para no oír su conversación si hablaban a un volumen normal, pero lo bastante cerca para intervenir llegado el caso.

—¿Proceso? Antes dejé que siguiera el proceso y ya ves lo que me pasó. Me robaron la maldita vida, Mary.

—Es natural que te sientas traicionado y pienses que se ha cometido un abuso contigo, Melvin. Todo lo que sientes es normal.

Mars parecía dispuesto a golpear algo, lo que fuera, tan fuerte como pudiera. Luego vio que el guardia ponía la mano en la empuñadura de la porra. También lo vio torcer la boca, preparado para patearle el culo.

«Dame un motivo, mamón, por favor.»

Así que se calmó y se sentó.

—¿Cuánto más va a durar ese proceso? —le preguntó con normalidad a la abogada.

—No hay un calendario para esto porque no es habitual —le explicó Oliver, aliviada de que fuera más razonable—, pero será una prioridad para mí en todo momento, Melvin. Te lo prometo. Les meteré prisas. Y si veo que empiezan a arrastrar los pies se lo diré. Lo juro. Presentaré las mociones.

Él asintió en silencio.

—Sé que lo harás.

—Esto tiene que ser muy duro para ti —dijo ella—. Cuando me enteré, me quedé desconcertada. Todavía no sé qué relación había entre tus padres y ese tal Charles Montgomery.

—Bueno, si hay alguna, no me lo dijeron. Quizá fuera algo extraño. Irrumpió en la casa y los asesinó.

—Pero no había indicios de allanamiento. Tampoco habían robado nada. Por eso precisamente la policía empezó a fijarse en ti.

—Pero tú me crees, ¿no?

—Sí, claro que te creo.

Melvin se la quedó mirando. Pensaba.

«Claro que me crees.»

—Donde vivíamos, nadie cerraba con llave la puerta. Y mis padres no tenían mucho que alguien pudiera querer robar, que digamos. Sabes cómo vivíamos. Mi padre trabajaba en una casa de empeños. Mi madre limpiaba la porquería de otra gente. —Cabeceó—. Yo iba a cambiar todo eso cuando entrara en la NFL. Iba a comprarles una casa y ahorrar dinero. Iban a poder dejar el trabajo. Tenía planes. —Dio una palmada en la mesa—. Tenía planes.

—Sé que los tenías, Melvin —dijo ella, con ternura.

—Siempre pensaba que esto era un grave error que al final alguien descubriría. Que en cuestión de meses saldría de la cárcel y jugaría al fútbol. Luego pasó un año y otro y otro más. Pasaron cinco. Pasó una década. Y luego... ¡Mierda!

Calló, negando con la cabeza gacha. Una lágrima cayó en el tablero de la mesa. Mars la secó con la mano.

—Si salgo de aquí, entonces ¿qué? No tengo familia. No tengo trabajo. No tengo nada de nada.

—El estado de Texas puede pagarte una compensación.

—¿De cuánto hablamos?

—El tope son veinticinco mil dólares.

Mars la miró, incrédulo.

—¡Veinticinco de los grandes! ¿Por veinte años de mi vida?

—Es tremendamente injusto, pero eso dice la ley.

—¿Sabes lo que podría haber ganado en la NFL?

—Muchísimo más, ya lo sé.

—Así que salgo de aquí con veinticinco de los grandes o quizá menos, puesto que eso es el tope, ¿y luego, qué?

—Te ayudaremos. Te ayudaremos a encontrar casa y un trabajo.

—¿De qué? ¿De barrendero? A lo mejor puedo hacer el antiguo trabajo de mi padre en la casa de empeños. En esta zona de Texas las casas de empeños son un buen negocio porque nadie tiene una mierda.

—Vayamos paso a paso —dijo Oliver, intentando que no le temblara la voz y parecer calmada.

—Aunque me dejen salir, no me indultarán. Eso quiere decir que seguiré teniendo antecedentes: dos condenas por asesinato. ¿Quién va a contratarme? Dímelo. ¡Dímelo!

Mars notaba que ella se estaba poniendo cada vez más nerviosa.

«Una mujer pequeñita y blanca. Un negro enfadado y corpulento. Eso es lo que ella ve. Es todo lo que ve. Y eso que está de mi parte.»

Dejó de mirarla.

—Maldita sea —dijo, en un tono distinto—. Ni siquiera sé por qué hablamos de esto. Nunca van a soltarme, Mary.

—Melvin, si eres inocente tienen que hacerlo.

—Llevo siendo inocente veinte condenados años —le espetó—. ¿Qué diferencia hay?

—Me refiero a que, si hay pruebas definitivas de tu inocencia, no pueden mantenerte en la cárcel.

—¿Ah, sí? Hay como una docena de tipos así por todo el país. Se demostró su inocencia, como has dicho. Hace años que se demostró. Adivina qué. Siguen todos entre rejas. A un tipo le dijeron que se le había agotado el tiempo para apelar, por lo que está jodido, a pesar de que saben que no lo hizo. Otro que cumplió condena por crímenes que ni siquiera cometió, ahora, debido a algunos tecnicismos legales, le dicen que tiene que cumplir cuatro años más antes de que, tal vez, lo dejen salir. Otro le dio un puñetazo a un guardia, así que añadieron más tiempo de condena, a pesar de que de entrada no tendrían que haberlo metido en la cárcel. Así que no me digas que tienen que hacerlo. Hacen lo que les da la gana. Así son las cosas.

—Nos aseguraremos de que en tu caso no pase. —Oliver empezó a recoger sus cosas—. Ahora tengo que irme, pero me pondré en contacto contigo en cuanto sepa algo.

Melvin la miró levantarse.

—No estoy cabreado contigo, Mary —le dijo—. Estoy cabreado con... todo, ahora mismo.

—Lo comprendo —repuso ella con sinceridad—. Créeme si te digo que me parece que yo no estaría tan tranquila como tú.

Se marchó.

Mars siguió sentado hasta que el guardia se acercó y le dijo que levantara el culo.

Volvió a encadenarlo.

Reedy apareció y le dio un golpe de porra en la espalda tan fuerte que hizo una mueca de dolor.

—¿Qué ha dicho tu «abogada», Jumbo? —le preguntó.

Mars, por costumbre arraigada, no le contestó.

—¡Ah! Es confidencial, cierto. Todo queda entre tú y ella. ¿Quieres tirártela, Jumbo? ¿Tener el culo de una blanca? ¿Darte un revolcón con ella? Antes era ilegal que un negro le hiciera eso a una blanca. Debería seguir siéndolo. Las chicas blancas no quieren que un animal les dé un revolcón. ¿Verdad? —Le dio otro golpe en los riñones.

Mars se volvió hacia él.

—Cuando salga de aquí, iremos a tomar una copa, ¿de acuerdo? Iré a buscarte. Vamos a pasar el rato, juntos.

Reedy resopló, pero dejó de hacerlo cuando el verdadero significado de las palabras de Mars lo golpeó como un tráiler.

No volvió a golpearlo durante el trayecto hasta la celda.

La última milla
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