37

Se reunieron con Jamison y Davenport en una zona privada anexa al vestíbulo del hotel ese mismo día, más tarde. Decker los puso al corriente de la conversación con Jerry Bivens en el banco.

—Así que, aunque no estuvieran en Protección de Testigos, por lo visto los Mars tenían secretos —dijo Jamison.

—El pasado que nadie es capaz de descubrir, ni siquiera el FBI —añadió Davenport. Miró a Mars—. Seguramente sus verdaderos nombres no eran Roy y Lucinda.

—AC y RB —dijo Decker—. Encontramos esas iniciales escritas en el tabique de su armario. Puede que fueran sus verdaderas iniciales.

—Mierda —dijo Mars, sacudiendo la cabeza y evitando mirarlos. Parecía un hombre inmerso en un sueño en cuya creación no había participado en absoluto.

—Así que no estaban en Protección de Testigos pero huían de alguien.

—O de algún grupo —lo corrigió Jamison—. De la mafia, por ejemplo.

—¡La mafia! —se escandalizó Mars—. ¡Ya está bien! Mis padres no eran de la mafia, ¿vale?

—De hecho, Melvin —se apresuró a decirle Decker—, ahora mismo ninguno de nosotros sabe en qué estaban implicados, ni siquiera tú. Pero, fuera en lo que fuese, era lo bastante peliagudo para que se crearan una nueva identidad y se mudaran a un pueblecito de Texas con el fin de huir de ello.

—Y el contenido de la caja de seguridad podía ser algo incriminatorio para esa gente, fuera quien fuese —dijo Jamison.

—Pero no tenemos modo alguno de enterarnos de lo que había en esa caja —añadió Davenport—. Fue hace veinte años. Además, quienquiera que asesinara a sus padres, Melvin, pudo llevárselo.

—O no —dijo Decker.

Todos se volvieron hacia él.

—¿Te importa explicárnoslo? —le pidió Davenport.

—La única pregunta a la que nada de esto responde es por qué iba a pagar alguien a los Montgomery para sacar a Melvin de la cárcel. —Los miró uno a uno.

—Me rindo —dijo por fin Mars—. ¿Por qué?

—Porque no encontraron lo que había en la caja de seguridad entonces y todavía sigue por ahí, en alguna parte. Y puede que crean que tú sabes dónde.

—Es una posible teoría —dijo Davenport.

—Pero, en tal caso, ¿por qué esperar tanto tiempo? —le preguntó Jamison.

—Es posible que cuando fijaron la fecha de la ejecución de Melvin les entrara el pánico y pensaran que era su última oportunidad para recuperarlo.

Mars estaba anonadado.

—Pero Decker, nadie ha tratado de ponerse en contacto conmigo ni de secuestrarme y obligarme a decir lo que sé, que es nada.

—Tal vez su plan sea simplemente dejarnos hacer lo que estamos haciendo: buscándolo nosotros.

—Y aparecer cuando lo encontremos y, ¿qué?, ¿asesinarnos a todos? —preguntó Davenport con escepticismo.

—Puede que sí —dijo Decker—, o puede que no.

—Bueno, me alegro de que lo hayamos aclarado —dijo Davenport, frustrada.

—Las investigaciones no siempre son sencillas —terció Jamison—. El caso en el que trabajamos en Burlington dio un giro de noventa grados, pero nos hizo falta una tonelada de trabajo preliminar y de preguntas para llegar hasta allí. Y lo que parecía sin importancia al principio resultó ser vital.

—Vale. Pero Decker, tu teoría está llena de lagunas —dijo Davenport.

—Lo está —admitió este, lo que le valió una mirada de sorpresa de Lisa—. Por eso no es más que una teoría. Podemos muy bien refutarla más adelante, pero, en cualquier caso, debemos tener en cuenta la posibilidad.

Mars lo miró, nervioso.

—Entonces ¿crees que es posible que alguien me persiga todavía?

Decker se lo pensó un momento antes de contestarle.

—Si nos están siguiendo, lo que es muy posible, sabrán que también buscamos respuestas. Si nos han visto en el banco y han deducido lo que hacíamos allí, también sabrán que nos hemos marchado con las manos vacías.

—Así que tal vez simplemente nos dejen seguir adelante hasta que encontremos algo —dijo despacio Mars.

—Eso es.

—Tienen buena memoria —comentó Melvin—. Si esto dura desde antes de que yo naciera, estamos hablando de más de cuarenta años.

—Bien, yo también tengo buena memoria —dijo Decker.

—Amén a eso —dijo Mars. Alzó la vista y vio a Mary Oliver entrando en el vestíbulo.

—¡Aquí, Mary! —la llamó por señas cuando ella iba hacia el mostrador de recepción. Llevaba un traje sastre y sonreía.

—Parece contenta por algo —le dijo Davenport.

—El estado de Texas te ha concedido el máximo de veinticinco mil dólares de compensación, Melvin.

—Bueno, algo es algo —dijo Mars.

—Y les he puesto una demanda por lo que te pasó en la cárcel de alrededor de cincuenta millones de dólares.

Mars se la quedó mirando, mudo de asombro.

—¿Me tomas el pelo? —le preguntó finalmente.

—Melvin, estuviste a punto de perder la vida. Fue una conspiración en la que estuvieron implicados los guardias, que son los representantes del sistema penitenciario estatal. Y he descubierto que esos mismos guardias han sido demandados otras veces y que no se ha tomado jamás ninguna medida disciplinaria contra ellos. Eso constituye, como mínimo, negligencia deliberada por parte del estado.

—¿Es esa la estrategia que mencionó antes? —le preguntó Decker.

Ella asintió.

—Lo es, sí.

Decker miró a Mars.

—Bueno, al menos cincuenta millones te compensarán económicamente por no haber podido jugar en la NFL.

—Mira —añadió Oliver—, no quiero crearte falsas esperanzas. Será un proceso largo y no hay garantía de éxito, pero me esforzaré al máximo.

Mars se había quedado sin habla. Luego la abrazó.

—Gracias, Mary. Gracias.

Se sentaron y los demás dejaron que Mars recuperara la compostura.

Nadie se fijó en los tres patrulleros ni en el detective de paisano que se les acercaban hasta que no los tuvieron encima.

—¿Puedo ayudarles, agentes? —les preguntó entonces Decker.

Lo ignoraron y rodearon a Mars.

—Señor Mars, por favor, levántese —dijo el de paisano después de enseñar la placa y decirles que era detective de homicidios.

—¿Qué? ¿Por qué? —preguntó Melvin.

—Por favor, levántese —insistió el otro con más firmeza.

—¿Qué pasa? —preguntó Oliver, que se había puesto de pie—. Soy su abogada.

—Y tendrá ocasión de hablar con su cliente. Pero no ahora. Por favor, levántese, señor Mars. Es la última vez que se lo pido.

Mars miró a Decker, que asintió. Se levantó y automáticamente puso las manos a la espalda. El de paisano le hizo un gesto a un agente, que se adelantó y le puso las esposas.

—Queda arrestado por el asesinato de Roy y Lucinda Mars —le dijo el de paisano y, a continuación, le leyó sus derechos.

—¡Lo indultaron! —exclamó Oliver, incrédula.

—El indulto ha sido revocado. Por eso estamos aquí.

—¡No pueden hacer eso! —dijo Oliver.

El de paisano le entregó un fajo de documentos.

—Eso es precisamente lo que hace la orden judicial. Vamos, señor Mars.

—Nos veremos en la comisaría, Melvin —le dijo Oliver mientras se lo llevaban. Luego leyó la primera página del documento.

—¿Qué pone? —le preguntó Jamison, levantándose.

Oliver se puso pálida cuando terminó de leerlo por encima. Miró a Decker.

Amos suspiró.

—Creía que no lo harían —dijo en voz baja.

—Que no harían, ¿qué? —le espetó Jamison.

—¿Lo sabía? —le preguntó Oliver.

—Lo sospechaba.

—¿Alguien puede decirnos qué está pasando, por favor? —gritó Davenport, que se había levantado y estaba al lado de Jamison.

—Nuestra investigación ha demostrado que es más que probable que pagaran a los Montgomery para mentir y decir que Charles había asesinado a Roy y a Lucinda. Esa confesión fue el único motivo por el que Melvin fue excarcelado e indultado. —Miró a Oliver—. ¿Tengo razón?

Ella asintió, pero no dijo nada.

—¡Oh, Dios mío! —dijo Jamison.

—Eso significa... —empezó Davenport.

Decker la cortó.

—Eso significa que, en lo que respecta al estado de Texas, Melvin asesinó a sus padres. Por eso han revocado su indulto.

—¿Cómo se han enterado de lo que hemos descubierto? —preguntó Jamison.

—Texas mandó su propia gente a Alabama a investigar a Montgomery —le contestó Decker—. Y nosotros hablamos de nuestras sospechas y de nuestros hallazgos con las autoridades de Alabama. Se los habrán transmitido a los de Texas.

—Pero él no tuvo nada que ver con que los Montgomery mintieran —apuntó Jamison.

—Eso, en el caso de Melvin, no importa legalmente —dijo Oliver—. Ahora es como si nada hubiera cambiado. Sin confesión, la sentencia se restablece. La declaración que hizo Montgomery no es válida si mintió.

Jamison se volvió hacia Decker, horrorizada.

—Entonces ¿nuestro trabajo lo ha devuelto a la cárcel y puede que a su ejecución?

Decker no le respondió. Había sacado el móvil e iba hacia la salida del motel por la que un minuto antes Mars se había marchado de vuelta a la cárcel. Mientras observaba cómo se lo llevaban en un coche patrulla, marcó un número.

Tras dos tonos de llamada alguien respondió.

—Agente Bogart, soy Decker. Lo entenderé si me dices que me vaya a hacer puñetas, pero tengo que pedirte un gran favor.

La última milla
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