18
Julia cayó al suelo de nuevo. Al apoyarse para levantarse vio sus nudillos en carne viva, chorreando sangre por sus dedos. A su alrededor, los restos de lo que una vez fue Riverside Falls aparecían ennegrecidos y, de vez en cuando, de algún montón de escombros surgía una voluta de humo.
El pequeño meteorito descansaba en el bolsillo de su pantalón. Desde luego, había esperado que fuera más grande. Pero algunas veces las cosas no son como las imaginamos.
Lorenn caminaba detrás de ella. No sabía cómo, pero por más que corría, la mujer rubia acortaba distancias sin parar.
—¡No huyas! —gritó Lorenn enloquecida—. ¡No puedes escapar, Nablis! ¡No puedes!
«¡Nablis!», gritó Julia en su interior. El alien había desaparecido por completo de su mente. «Nablis, ¿estás ahí?».
La respuesta fue el silencio total. Julia se sintió sola. Más sola incluso que cuando tenía que vagar por el país huyendo de las autoridades.
Tenía la piedra en su bolsillo, pero no tenía ni idea de cómo destruirla. ¿Rompiéndola? ¿Fundiéndola? Era Nablis la que tenía que hacer eso y ya no estaba.
El suelo explotó de repente a menos de un metro de ella. Julia salió despedida hacia atrás y cayó de espaldas, sumando otro dolor a los que ya tenía. Se giró a duras penas y vio que Lorenn, con su cabello rubio al viento, se acercaba a ella.
—¡Me tienes harta, Nablis! —gritó mientras levantaba una mano—. ¡Vas a morir! ¡Ahora mismo!
Julia cerró los ojos, consciente de que apenas podía moverse. Y mucho menos a la velocidad que necesitaba. Solo le quedaba esperar la muerte. El suelo tembló bajo su cuerpo.
Dos disparos resonaron en el aire y Lorenn cayó, muy cerca de Julia. La mujer rubia no estaba muerta, así que se levantó y se giró para mirar a Ryan Fox, que se acercaba a ellas con fusil en alto.
—¡Ryan! —exclamó Lorenn—. Te echaba de menos.
—¡Julia! —llamó el capitán—. ¿Te encuentras bien?
Ella se incorporó lentamente y emitió un gruñido por toda respuesta. Lorenn, completamente ajena al cañón que apuntaba a su pecho dio unos pasos hacia Ryan. Tenía el cuerpo ensangrentado y sucio. Dos manchas rojizas rodeaban los que una vez fueron unos preciosos ojos azules.
—Me alegro de verte, Ryan —dijo—. Tengo muchos planes para ti.
—¡Suéltala! —ordenó Fox—. Te llames como te llames, cabrón hijo de puta, ¡suelta a Lorenn!
—¿O qué? —le desafió ella dando un paso más hacia él—. ¿Me vas a matar? Sabes que no puedes. No con esa ridícula arma tuya.
El capitán titubeó. En realidad tenía razón. Lo único que podía hacer era disparar. Una y otra vez. Hasta que solo quedara de su amiga un amasijo de carne ensangrentada. Y aún así, ella se regeneraría de nuevo.
Y vuelta a empezar.
—Lorenn —Ryan suspiró hondo—. Lorenn, por favor. Sé que estás ahí. En algún lugar. Lucha. Te lo suplico.
—Ella no puede escucharte, cariño. Lorenn Gueller ya no existe.
Levantó una mano y Ryan sintió que el suelo temblaba. Pulsó el gatillo. La bala impactó en el hombro de Lorenn haciéndola trastabillar hacia atrás salpicando de sangre a Julia, que observaba la escena con los ojos muy abiertos.
—¡Vamos, Lorenn! —insistió el militar, con lágrimas en los ojos. Una cosa era dispararla por la espalda y otra muy distinta mirarla a la cara mientras lo hacía—. Hazlo por mí. Por tu padre.
Lorenn apartó la mirada un instante y cerró los ojos, como si estuviera sucediendo algo en su interior. Ryan sintió una chispa de esperanza.
—¡Muy bien! —exclamó—. ¡Lo estás haciendo! No puedes dejar que ese ser te controle. Tú vales más que eso. Eres fuerte, Lorenn. Lo sabes.
—¡No! —gritó ella—. ¡Yo tengo el control! ¡Yo…!
Fue como un chispazo. Lorenn Gueller tenía los últimos días nublados. No sabría decir muy bien qué había pasado. Era como si el tiempo se hubiera detenido. Solo tenía imágenes, fragmentos que no le gustaban. Pero esos fragmentos eran suficientes para saber el dolor que había desatado a su alrededor. De algún modo recordaba haber matado a su padre y a cientos de personas en Riverside Falls. Recordó la satisfacción que sintió al acabar con esas vidas. Le repugnó.
Y ahora, de repente, volvía ser consciente de lo que había a su alrededor. Ryan estaba frente a ella con los ojos llorosos y un fusil apuntándola.
Era Ryan. Su Ryan.
También notaba otra presencia. Pero ésta más cerca, en su interior. Tenía algo dentro que la manejaba. No podía mover ni un solo músculo, aunque lo intentara. Ese ente tenía el control de su cuerpo.
—¡Lorenn! —gritaba Ryan frente a ella—. ¡Se fuerte! ¡Lucha! ¡Expúlsala de tu interior!
Lorenn fue consciente de que la maligna presencia de su interior tenía la firme convicción de hacerle daño. No matarlo, pero sí hacerle sufrir. No podía permitirlo.
Buscó a su huésped hasta encontrarlo en un resquicio de su mente. Y luchó. Luchó con ella por el control de su cuerpo. No decepcionaría a Ryan. No pensaba hacerlo.
El cuerpo de Lorenn se detuvo por completo. Se quedó inmóvil, casi como si fuera una figura de cera. Ryan no apartó la mirada de ella ni un instante.
No sabía qué estaba pasando en el interior de su amiga. Lo único que podía hacer era esperar.
Su plan se vio truncado en cuanto vio un movimiento detrás de Lorenn. Una sombra fugaz que apareció de la nada y agarró a Julia del cuello.
La joven gritó de dolor cuando Bradbury la redujo y la tiró, inmovilizándola sobre el suelo.
—¡Mierda, Bradbury! —maldijo Fox desviando el arma de Lorenn para apuntar a su superior—. ¡Suéltala, joder!
—Ni lo pienses, amigo —replicó el hombre, apretando el cuello de Julia—. Tiene algo que necesito. Algo que me pertenece.
—¡Nablis! —volvió a gritar Ryan—. ¡Ayúdala!
—¡Nablis no está! —contestó Julia, llorando de dolor—. ¡Se ha ido!
Fox gritó de rabia. No había nada que pudiera hacer. La mano de Bradbury rodeaba con fuerza el delicado cuello de Julia. Sin la influencia de Nablis, un solo apretón de esos potentes brazos podía matarla. Había logrado colocarse de manera que el cuerpo de la joven le protegía. Para disparar a Bradbury, Ryan tendría que matar a Julia.
—¡Dispárale! —pidió la joven—. ¡Mátale! ¡Que no coja la piedra!
—De eso nada —contestó Ryan, apretando los dientes—. No puedo hacerte eso. No me lo pidas.
Bradbury movió una mano por el cuerpo de Julia hasta encontrar el bulto de la piedra en sus pantalones. Cuando la sacó, sus ojos se abrieron de par en par.
Por fin la tenía. Por fin había encontrado los que buscaba.
Entonces, Lorenn se movió. Su cuerpo saltó sobre Bradbury agarrándole de la cabeza y tirando hacia atrás hasta separarle de Julia.
El militar cayó al suelo, perdiendo la piedra, que fue a caer sobre el asfalto, a unos dos metros de él. Con el rostro desencajado se arrastró por el suelo, intentando recuperarla, pero Lorenn saltó sobre él y, de un rápido movimiento hundió la mano en su espalda, provocando una explosión de sangre.
Tras hurgar en su interior unos instantes, Bradbury murió.
Ryan volvió a apuntar a Lorenn con su fusil. Julia se arrastró para alejarse de ella. La expresión de Lorenn era de auténtico odio. Se incorporó, dejando que la sangre del hombre al que acababa de matar goteara de su brazo hasta el suelo.
—Nadie… debe… tener esta piedra —musitó. Luego miró a Ryan—. Vete. Llévatela —ordenó señalando a Julia.
La mujer se agachó para coger la piedra, pero su cuerpo falló y acabó de rodillas en el suelo. Ryan se apresuró a ayudarla, pero ella se deshizo de él de un movimiento.
—¡Vete! —insistió—. ¡Huid! Por favor —añadió, esta vez con tono suplicante—. Sálvala, Ryan. Hazlo por mí.
—Lorenn, no. Tiene que haber otra manera —Fox se arrodilló junto a ella y acarició su rostro casi desfigurado—. Podemos buscar una solución.
—El ser que tengo en mi interior no tardará en recuperar el control —explicó agarrando la piedra—. Y va a mataros. A vosotros dos y al resto del mundo. Lo sé. Sé lo que planea. Solo yo puedo acabar con esto.
Fox tembló. Sintió una lágrimas caer por sus mejillas.
—Por favor, Ryan —rogó de nuevo Lorenn—. Iros.
El capitán no contestó. En lugar de eso acercó sus labios a los de Lorenn y le dio un último beso.
—Te quiero —le dijo cuando sus labios se separaron.
Y se fue. Sin mirar atrás, con el corazón encogido y sintiendo que nada valía la pena. Ryan Fox agarró a Julia de un brazo para ayudarla a caminar. Juntos se alejaron mientras Lorenn Gueller se mordía los labios, nerviosa y miraba la piedra que debía destruir.
Días después, Ryan no sabría decir cuánto tiempo ni cuanta distancia corrieron. Lo único que alcanzaría a recordar fue el cielo oscuro cambiando de color. Él y Julia se protegieron tras un vehículo derribado y ennegrecido por el fuego.
Lorenn observó la piedra en la palma de su mano. Era increíble que algo tan pequeño e insignificante pudiera provocar tal caos. Porque era algo insignificante. Ahora lo sabía.
El ente que la había poseído hizo creer a Bradbury que tenía un gran poder, para así poder conseguir de él lo que quisiera. Pero lo cierto era que la piedra era un simple vehículo conectado a la criatura que tenía ella en su interior.
Podía sentirla dentro de su mente, luchando por recuperar el control. Estaba llena de ira y odio.
«¡Devuélvemelo!», gritaba. «¡Devuélveme el poder!».
Lorenn no contestó. Temía que cualquier pensamiento en falso pudiera hacerle perder la pequeña ventaja de la que disfrutaba.
Giró la cabeza para comprobar que Ryan y Julia se habían alejado lo suficiente. Los vio esconderse tras un vehículo chamuscado. Esperaba que estuvieran lo suficientemente lejos para lo que iba a hacer.
Lo había visto en los recuerdos de su huésped. Sabía cómo debía destruir la piedra, y con ella, a esa maldita criatura que tanto daño había hecho.
«¡No lo hagas!», rugía. «Si lo haces morirás».
Aquello provocó una sonrisa triste en Lorenn. ¿Acaso su destino no estaba ya sellado? ¿Es que no iba a morir sí o sí?
Ignorando las amenazas que profirió el extraterrestre, la mujer cubrió con sus dos manos la roca y cerró los ojos. Con su huésped dentro tenía los poderes necesarios para acabar con aquello. Y podía hacerlo. Por su padre. Por Ryan.
La roca brilló, arrancando destellos amarillos entre sus dedos.
—Adiós, papá —susurró mientras una lágrima caía por su mejilla—. Adiós, Ryan.
Y el meteorito estalló.
Fox no sabía muy bien qué debía esperar cuando la piedra fuera destruida. No sabía si habría una explosión o no sucedería nada. Sus dudas se despejaron cuando vio que todo el cielo se tornaba rojo. Igual que una semana antes, cuando todo empezó.
A su lado, Julia respiraba con dificultad. Su rostro, amoratado e hinchado, era una masa de carne, pero en sus ojos, Ryan vio alivio.
El capitán le pasó un brazo por los hombros para atraerla hacia sí. Lorenn se había sacrificado para que la salvara. Levantó la mirada al cielo rojo y esbozó una triste sonrisa.
—Gracias, Lorenn —susurró.