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Cómo te encuentras?».
Julia abrió los ojos poco a poco. Se sentía distinta. Algo había cambiado en su interior. Algo que había ido creciendo desde que se rindió a Nablis. No sabía cómo explicarlo, pero era como si fuera otra persona.
«Julia, ¿estás bien?». La voz de Nablis volvió a resonar en su mente.
«Sí», contestó mentalmente, mientras se incorporaba, tocándose la cabeza dolorida. «Es solo que...». No pudo terminar la frase, desorientada cómo estaba.
«Es normal», la tranquilizo el alien. «No te preocupes. Nuestras mentes se están uniendo. Estarás así un par de horas hasta que recuperes la normalidad».
«¿Qué hora es?», preguntó la joven haciendo un esfuerzo para levantarse de la cama.
«Ya debe haber amanecido».
Julia caminó lentamente. Por alguna razón le dolía todo el cuerpo. Aunque era un dolor lejano, como si fuera el dolor de otra persona. Supuso que era otro síntoma de la unión entre Nablis y ella.
Lo que si tenía era hambre, mucha hambre. Con la esperanza de encontrar algo que comer, Julia salió de la habitación y entró en el salón. Las persianas estaban bajadas, pero la luz del sol se filtraba por las rendijas revelando que, como Nablis había dicho, era de día.
En uno de los sillones, Ryan dormía en una postura que no debía ser del todo cómoda, con la pierna colgando por encima de uno de los reposabrazos. Jack, por su parte, descansaba en el otro sillón completamente recto, como si estuviera despierto.
Julia sabía que les esperaba a los tres una noche dura, así que caminó de puntillas para no hacer ruido y despertarlos. Ella también debería descansar pero tenía la sensación de que, con Nablis en su interior, podría aguantar más que una persona normal.
Cuando abrió el frigorífico hizo una mueca de fastidio. Estaba casi vacía a excepción de unas latas de cerveza y unos yogures caducados.
«Puedes comértelos, si tienes hambre», la animó Nablis.
«Están caducados».
«Tu cuerpo ya no es igual al de un ser humano normal, Julia. Puedes comer cosas que a cualquier otra persona le destrozarían el estómago. Además», añadió. Julia sintió que la extraterrestre sonreía, «¿No recuerdas lo que comías cuando vagabundeabas de una ciudad a otra?».
Julia reconoció que, comparados con los bocadillos a medio comer que encontraba en los contenedores de basura, un yogur caducado era un manjar. Así que lo cogió, lo abrió y, tras buscar una cuchara, se puso a comer.
Cuando tuvo el alimento en la boca se detuvo. Era increíble cómo notaba cada sabor, incluso el tenue regusto que dejaba la leche ligeramente agria. Era como si sus sentidos se hubieran acentuado. Fue entonces cuando se dio cuenta de que veía mucho mejor. Toda la casa era más clara, más nítida.
—Increíble —susurró.
«Otro efecto de nuestra unión». La voz de Nablis denotaba orgullo. «Ahora eres como uno de esos superhéroes que os gustan a los humanos».
«Vale», sonrió Julia. «¿Cuánto tardaré en ponerme una máscara y una capa?».
La extraterrestre no se rió, pero Julia percibió algo en el interior de su mente que podría catalogarse como una risa.
«Esperemos que nunca tengas que hacerlo», contestó.
El estridente sonido de una guitarra eléctrica las interrumpió. Julia giró la cabeza para ver a Ryan sacudiéndose en el sillón. Intentaba estirar el brazo para coger el teléfono móvil que vibraba sobre la mesa, acompañando con sus zumbidos el ruido de la música rock.
—¿Quién es? —contestó con voz somnolienta.
Jack, tumbado en su sillón, levanto la cabeza al notar que el militar se ponía en tensión.
En ese momento, Julia perdió el control de su cuerpo. Quiso moverse para acercarse a Jack y Ryan, pero era inútil. Sus músculos no respondieron ninguna orden.
«¿Qué haces?», le preguntó a Nablis. «¿Por qué...?».
«Si no controlo tu cuerpo, no podrás escuchar lo que dicen».
Si antes Julia pensaba que se estaba convirtiendo en un superhéroe ahora podía confirmarlo. Poco a poco, el sonido de una voz llegó hasta ella. No era una voz que estuviera en el ambiente, sino que llegaba directamente a su cerebro.
—¿Ryan? ¿Dónde estás?
—¿Comandante Bradbury?
—¿Dónde estás, Ryan? —insistió el otro.
—¿Por qué iba a decírselo?
—Porque soy tu superior.
—En Lake City —mintió Fox—. Volveré pronto, comandante.
—Escúchame, capitán. Lorenn se ha vuelto loca. Ella...
—No, comandante —Ryan se levantó del sillón y comenzó a caminar por el salón—, no siga, por favor. Sé que está compinchado de alguna manera con ella.
—Tienes razón —admitió el otro—. Y lo siento. De verdad que lo siento, pero debes escucharme. Me ha traicionado. Sé que la clave de todo es el meteorito. Y puedo cogerlo.
—¿Cómo sé que dice la verdad?
—Porque me ha traicionado. Pensé que me daría poder, pero no ha sido así.
—¿Dónde está? La roca —aclaró Fox.
—La tiene ella en su poder —la voz de Bradbury parecía sincera, pensó Julia. Sin embargo, su mente se vio invadida por un remolino de desconfianza—. Aun no sé exactamente dónde, pero puedo averiguarlo. Os llamaré cuando la encuentre. Ryan —añadió jadeando—, sé que hemos tenido nuestras diferencias pero tienes que confiar en mí.
Fox tragó saliva y dirigió su mirada hacia Julia y luego hacia Jack, como si buscara su consejo. Al ver que los presentes le miraban fijamente sin decir palabra, volvió a prestar atención al teléfono, que no se había separado de su oreja.
—¿Y mis compañeros? —preguntó—. Todos los soldados que trabajan en la base. ¿Dónde están?
Bradbury guardó silencio un instante antes de contestar.
—Puede controlarlos —respondió al fin—. Todos están de su lado.
Fox respiró hondo y volvió a mirar a Julia y Jack. El periodista no había oído nada, pero la boca de Julia se torció en una expresión de tristeza.
—Está bien, Bradbury. Cuéntame todo lo que sepas.