4

Bradbury se sentó en el cómodo sillón negro y se echó hacia atrás para colocar los pies sobre la mesa de madera. Cerró los ojos un instante, disfrutando del momento. ¡Cuántas veces había visto a Gueller hacer eso mismo en ese mismo sillón! ¡Cuántas veces había deseado hacerlo! Y allí estaba, por fin, ocupando aquél despacho que antes había pertenecido a su amigo.

Tal vez no lo hubiera logrado de la mejor manera. Al fin y al cabo, no quería que Gueller muriera, pero el resultado era el mismo. Ahora la base aérea era suya, al menos hasta que los de arriba mandaran a alguien para sustituir a su antecesor. Esbozó una sonrisa. Lo que no sabían era que ya no podían sacarle de su puesto. Ahora él estaba por encima. Podían venir con tanques y lo que quisieran. Ahora él tenía el mando. Aunque nadie lo supiera.

En el exterior, sus hombres debían estar rebuscando entre los escombros de la colina que se había venido abajo. No encontrarían nada ahí debajo. No tenía confirmación, pero seguro que la piedra ya no estaba allí.

Apuntó mentalmente que debía salir en un rato a darles ánimos a sus hombres y dar algún discurso en memoria de los fallecidos, si es que había habido alguno, que no estaba seguro. Pero ahora, lo mejor que podía hacer era disfrutar del momento.

Por desgracia, dos golpes en la puerta le indicaron que tendría que esperar a otra ocasión para vanagloriarse. Cuando se abrieron de par en par, la esbelta y bonita figura de Lorenn Gueller entró en la sala. La muchacha estaba sucia y tenía algunos rasguños manchados de sangre en su delicado rostro. Esas manchas eran arrastradas por las lágrimas que surgían de sus ojos azules.

—¿Qué diablos ha pasado? —preguntó fuera de sí, mientras avanzaba hacia la mesa. Bradbury esbozó una sonrisa al escucharla hablar—. ¿Sabes algo de Ryan?

—El capitán Fox ha desaparecido.

—¿Y el asesino de mi padre?

Bradbury se levantó y rodeó la mesa para acercarse a ella. Debía reconocer que Lorenn Gueller era una muchacha muy bonita. Aún con el rostro demacrado y desfigurado por la tensión, como en aquellos momentos. Era una pena que no fuera del todo humana. Y que estuviera fingiendo.

—Deja de jugar —dijo—. Sabes muy bien quién lo hizo.

La expresión de Lorenn cambió de repente. Sus ojos, un segundo antes rebosantes de dolor, se convirtieron en dos ascuas ardientes llenas de ira. Su barbilla se levantó cuando inclinó la cabeza hacia atrás, mirando a Bradbury con superioridad.

—¿Me está dando órdenes, comandante?

—Soy el jefe de esta unidad —replicó el hombre con voz firme, aunque en el fondo estaba asustado. Nadie podía estar en presencia de esa criatura sin sentir miedo.

—Lo eres —Lorenn se acercó a él y acarició su mejilla con un dedo. Un escalofrío recorrió la espina dorsal de Bradbury. La voz de la chica había vuelto a cambiar y ahora era suave y seductora—. Y lo eres gracias a mí. No debes olvidarlo.

—No... no lo olvido —titubeó el militar, encogido contra la mesa—. Pero tampoco quiero que tú olvides que tengo lo que necesitas.

La rubia dejó de acariciar a Bradbury y lanzó una risita. Luego retrocedió unos pasos y se cruzó de brazos para mirarle de arriba abajo.

—Me ponen los hombres que se hacen respetar —dijo—. No como ese Fox, tan bueno, tan estupendo, tan... humano.

—Dejémonos de tonterías, Lorenn.

La mujer hizo una mueca de asco al escuchar ese nombre.

—No me gusta ese nombre. Es...

—¿Humano? —completó Bradbury—. Por desgracia es el que tienes.

—Está bien. Tendré que aguantarme por el momento. Ya tienes lo que quieres, comandante. Eres el dueño y señor de estas instalaciones de mala muerte. Ahora dame lo que necesito.

—Aún no me has dado la piedra —le recordó el hombre.

—Ni te la voy a dar hasta que haya cumplido mi objetivo. No pensarías que te iba a dar tanto poder ¿no? La piedra está a buen recaudo. Te la daré cuando la mate. ¿Dónde está esa maldita chica?

Bradbury suspiró mientras volvía a rodear la mesa y se sentaba en el sillón. La mera presencia de Lorenn Gueller o, más bien, lo que una vez fue Lorenn Gueller, le producía arcadas. Lo único que quería era acabar su asociación con ella lo antes posible.

La pantalla del ordenador, que hasta ese momento reflejaba la imagen del paisaje de una playa, cambio mostrando un mapa de la ciudad. En el centro parpadeaba un punto rojo.

—Sigue en Riverside Falls —contestó—. Está cerca.

—Muy bien —asintió Lorenn girándose para salir por la puerta—. Tendrás la piedra en cuanto mate a esa zorra.

Riverside Falls
titlepage.xhtml
CR!0G3GTVMBSS5731B6B6V7JR1KGZMD_split_000.html
CR!0G3GTVMBSS5731B6B6V7JR1KGZMD_split_001.html
CR!0G3GTVMBSS5731B6B6V7JR1KGZMD_split_002.html
CR!0G3GTVMBSS5731B6B6V7JR1KGZMD_split_003.html
CR!0G3GTVMBSS5731B6B6V7JR1KGZMD_split_004.html
CR!0G3GTVMBSS5731B6B6V7JR1KGZMD_split_005.html
CR!0G3GTVMBSS5731B6B6V7JR1KGZMD_split_006.html
CR!0G3GTVMBSS5731B6B6V7JR1KGZMD_split_007.html
CR!0G3GTVMBSS5731B6B6V7JR1KGZMD_split_008.html
CR!0G3GTVMBSS5731B6B6V7JR1KGZMD_split_009.html
CR!0G3GTVMBSS5731B6B6V7JR1KGZMD_split_010.html
CR!0G3GTVMBSS5731B6B6V7JR1KGZMD_split_011.html
CR!0G3GTVMBSS5731B6B6V7JR1KGZMD_split_012.html
CR!0G3GTVMBSS5731B6B6V7JR1KGZMD_split_013.html
CR!0G3GTVMBSS5731B6B6V7JR1KGZMD_split_014.html
CR!0G3GTVMBSS5731B6B6V7JR1KGZMD_split_015.html
CR!0G3GTVMBSS5731B6B6V7JR1KGZMD_split_016.html
CR!0G3GTVMBSS5731B6B6V7JR1KGZMD_split_017.html
CR!0G3GTVMBSS5731B6B6V7JR1KGZMD_split_018.html
CR!0G3GTVMBSS5731B6B6V7JR1KGZMD_split_019.html
CR!0G3GTVMBSS5731B6B6V7JR1KGZMD_split_020.html
CR!0G3GTVMBSS5731B6B6V7JR1KGZMD_split_021.html
CR!0G3GTVMBSS5731B6B6V7JR1KGZMD_split_022.html
CR!0G3GTVMBSS5731B6B6V7JR1KGZMD_split_023.html
CR!0G3GTVMBSS5731B6B6V7JR1KGZMD_split_024.html
CR!0G3GTVMBSS5731B6B6V7JR1KGZMD_split_025.html
CR!0G3GTVMBSS5731B6B6V7JR1KGZMD_split_026.html
CR!0G3GTVMBSS5731B6B6V7JR1KGZMD_split_027.html
CR!0G3GTVMBSS5731B6B6V7JR1KGZMD_split_028.html
CR!0G3GTVMBSS5731B6B6V7JR1KGZMD_split_029.html
CR!0G3GTVMBSS5731B6B6V7JR1KGZMD_split_030.html
CR!0G3GTVMBSS5731B6B6V7JR1KGZMD_split_031.html
CR!0G3GTVMBSS5731B6B6V7JR1KGZMD_split_032.html
CR!0G3GTVMBSS5731B6B6V7JR1KGZMD_split_033.html
CR!0G3GTVMBSS5731B6B6V7JR1KGZMD_split_034.html
CR!0G3GTVMBSS5731B6B6V7JR1KGZMD_split_035.html
CR!0G3GTVMBSS5731B6B6V7JR1KGZMD_split_036.html
CR!0G3GTVMBSS5731B6B6V7JR1KGZMD_split_037.html
CR!0G3GTVMBSS5731B6B6V7JR1KGZMD_split_038.html
CR!0G3GTVMBSS5731B6B6V7JR1KGZMD_split_039.html
CR!0G3GTVMBSS5731B6B6V7JR1KGZMD_split_040.html
CR!0G3GTVMBSS5731B6B6V7JR1KGZMD_split_041.html
CR!0G3GTVMBSS5731B6B6V7JR1KGZMD_split_042.html
CR!0G3GTVMBSS5731B6B6V7JR1KGZMD_split_043.html
CR!0G3GTVMBSS5731B6B6V7JR1KGZMD_split_044.html
CR!0G3GTVMBSS5731B6B6V7JR1KGZMD_split_045.html
CR!0G3GTVMBSS5731B6B6V7JR1KGZMD_split_046.html
CR!0G3GTVMBSS5731B6B6V7JR1KGZMD_split_047.html
CR!0G3GTVMBSS5731B6B6V7JR1KGZMD_split_048.html
CR!0G3GTVMBSS5731B6B6V7JR1KGZMD_split_049.html
CR!0G3GTVMBSS5731B6B6V7JR1KGZMD_split_050.html
CR!0G3GTVMBSS5731B6B6V7JR1KGZMD_split_051.html
CR!0G3GTVMBSS5731B6B6V7JR1KGZMD_split_052.html
CR!0G3GTVMBSS5731B6B6V7JR1KGZMD_split_053.html
CR!0G3GTVMBSS5731B6B6V7JR1KGZMD_split_054.html
CR!0G3GTVMBSS5731B6B6V7JR1KGZMD_split_055.html
CR!0G3GTVMBSS5731B6B6V7JR1KGZMD_split_056.html
CR!0G3GTVMBSS5731B6B6V7JR1KGZMD_split_057.html
CR!0G3GTVMBSS5731B6B6V7JR1KGZMD_split_058.html
CR!0G3GTVMBSS5731B6B6V7JR1KGZMD_split_059.html
CR!0G3GTVMBSS5731B6B6V7JR1KGZMD_split_060.html
CR!0G3GTVMBSS5731B6B6V7JR1KGZMD_split_061.html
CR!0G3GTVMBSS5731B6B6V7JR1KGZMD_split_062.html
CR!0G3GTVMBSS5731B6B6V7JR1KGZMD_split_063.html
CR!0G3GTVMBSS5731B6B6V7JR1KGZMD_split_064.html
CR!0G3GTVMBSS5731B6B6V7JR1KGZMD_split_065.html
CR!0G3GTVMBSS5731B6B6V7JR1KGZMD_split_066.html
CR!0G3GTVMBSS5731B6B6V7JR1KGZMD_split_067.html
CR!0G3GTVMBSS5731B6B6V7JR1KGZMD_split_068.html
CR!0G3GTVMBSS5731B6B6V7JR1KGZMD_split_069.html
CR!0G3GTVMBSS5731B6B6V7JR1KGZMD_split_070.html
CR!0G3GTVMBSS5731B6B6V7JR1KGZMD_split_071.html
CR!0G3GTVMBSS5731B6B6V7JR1KGZMD_split_072.html
CR!0G3GTVMBSS5731B6B6V7JR1KGZMD_split_073.html
CR!0G3GTVMBSS5731B6B6V7JR1KGZMD_split_074.html
CR!0G3GTVMBSS5731B6B6V7JR1KGZMD_split_075.html
CR!0G3GTVMBSS5731B6B6V7JR1KGZMD_split_076.html
CR!0G3GTVMBSS5731B6B6V7JR1KGZMD_split_077.html
CR!0G3GTVMBSS5731B6B6V7JR1KGZMD_split_078.html
CR!0G3GTVMBSS5731B6B6V7JR1KGZMD_split_079.html
CR!0G3GTVMBSS5731B6B6V7JR1KGZMD_split_080.html
CR!0G3GTVMBSS5731B6B6V7JR1KGZMD_split_081.html
CR!0G3GTVMBSS5731B6B6V7JR1KGZMD_split_082.html
CR!0G3GTVMBSS5731B6B6V7JR1KGZMD_split_083.html
CR!0G3GTVMBSS5731B6B6V7JR1KGZMD_split_084.html
CR!0G3GTVMBSS5731B6B6V7JR1KGZMD_split_085.html
CR!0G3GTVMBSS5731B6B6V7JR1KGZMD_split_086.html
CR!0G3GTVMBSS5731B6B6V7JR1KGZMD_split_087.html
CR!0G3GTVMBSS5731B6B6V7JR1KGZMD_split_088.html