9

Julia torció la esquina tan rápido que a punto estuvo de darse de bruces contra la pared. No tenía ni idea de dónde estaba, pero había logrado alejarse de la zona de destrucción que la mujer rubia había creado a su alrededor. El escaparate de un local cercano a ella estalló en pedazos, expulsando hacia la calle minúsculos trozos de cristal y un maniquí hecho pedazos. La joven vio con horror que la explosión había alcanzado a una mujer que ahora estaba tirada en el suelo, con el rostro ensangrentado.

Maldición, pensó. La destrucción la seguía por dónde quiera que fuera. Quiso ir a ayudar a la mujer, pero entonces la joven rubia que estaba provocando todo ese caos apareció entre la nube de humo y tierra. Caminaba como si estuviera paseando por el campo: tranquila, sosegada, como si aquello no fuera con ella.

Julia echó de menos a la voz. Lo hacía a regañadientes pero, poco a poco, le iba contando algunas cosas. Además, claro está, de por los poderes que tenía cuando estaban conectadas. Le habrían venido muy bien. Ahora, sin embargo se encontraba completamente desarmada frente a una criatura capaz de hacer estallar el suelo bajo sus pies.

Tuvo que dejar a la víctima en el suelo. Se consoló convenciéndose de que, cuanto más se alejara de ella, más a salvo estaría. Julia corrió. Corrió como no había corrido nunca en su vida. A su alrededor escuchaba gritos y lamentos, los coches derrapaban en el asfalto cuando el suelo se levantaba unos metros por delante de ellos. La mujer rubia estaba destruyendo el centro de Riverside Falls.

Se aventuró a echar una mirada atrás y comprobó con el corazón encogido que su perseguidora estaba cada vez más cerca. Prácticamente parecía deslizarse por el suelo. Los pulmones le ardían por el esfuerzo que estaba realizando.

«Por favor», suplicó, llamando a la presencia. «Vuelve. Ayúdame».

Por desgracia no obtuvo respuesta y su cuerpo se derrumbó sobre el suelo, salpicado de trozos de ladrillos y escombros. Se arrastró, intentando alejarse de su enemiga, escuchando los pies de ella pisar la tierra a pocos metros. Estaba cerca.

Y lloró. Lloró de impotencia. No sabía qué estaba pasando. No entendía por qué alguien o algo se metía en su cerebro y adquiría el control de su cuerpo. No sabía por qué esa mujer rubia estaba tan empeñada en eliminarla y no comprendía por qué tanta gente en el centro de Riverside Falls había muerto por su culpa.

Cuando rodó en el suelo para encararse con la mujer comprendió que moriría sin saber las respuestas a sus preguntas.

La joven rubia curvó sus labios en una sonrisa que mostró sus blancos dientes. Los ojos, azules como un mar en calma, la miraron con alegría. Estaba contenta de verla. De verla arrastrarse por el suelo, de ver los churretes negros que sus lágrimas dejaban en sus mejilla. Julia vio en ella la autentica personificación del mal.

—Por fin te tengo —dijo la rubia—. Después de tantos años, por fin te tengo.

—No sé quién eres. No sé qué quieres de mí.

—Tuviste suerte de escapar antes que yo. No tienes idea de lo que he pasado tanto tiempo sola, aguardando el momento de salir, encerrada en esa maldita piedra.

—¿Escapar? —preguntó Julia, incrédula—. ¿Escapar de dónde?

Aquélla pregunta provocó algo en la mujer rubia. Dobló la cabeza a un lado, mirándola con curiosidad, y frunció el entrecejo. Luego abrió los ojos con sorpresa, como si acabara de encontrar la solución a un enigma.

—No eres tú ¿verdad? —inquirió—. Aún no has podido hacerte con el control total de su cuerpo —la sonrisa sádica volvió a aparecer en su rostro—. Mejor. Así no opondrás resistencia.

El suelo tembló bajo el cuerpo de Julia. Aterrada, se encogió y cerró los ojos, esperando el momento en el que el asfalto explotara y la desintegrara.

—Muérete de una vez —le deseó la rubia.

De pronto, algo retumbó en el ambiente. Dos estruendos que resonaron en los oídos de Julia y que se elevaron en el aire hasta apagarse poco a poco. El suelo dejó de temblar y, cuando Julia abrió los ojos, la joven que quería matarla la miraba, inmóvil, con la ropa manchada de carmesí. Tras ella, Ryan Fox aún mantenía el arma humeante entre sus manos.

Ryan bajó la pistola con lágrimas en los ojos. Acababa de dispararle otra vez a Lorenn, su Lorenn, la hija de su amigo fallecido apenas un día atrás. ¿Qué estaba pasando? ¿Cómo había llegado a eso? La joven rubia estaba en el suelo, manchándolo de rojo, mientras su pecho subía y bajaba a toda velocidad. Julia, por su parte, agazapada entre los escombros del centro de Riverside Falls, le miraba con los ojos abiertos de la sorpresa. Fox dudó un instante. No sabía a cuál de las dos mujeres ayudar primero. Apretó los dientes, desconcertado.

Finalmente, la amistad pudo más y el militar corrió hacia Lorenn. La chica tenía los ojos abiertos pero su respiración acelerada le indicaba que faltaba poco para que muriera.

—¿Por qué? —preguntó con la voz entrecortada.

Fox meneó la cabeza, sin poder contener las lágrimas.

—No lo sé —fue lo único que pudo contestar—. Yo...

Sus palabras murieron en su boca. No era capaz de darle una explicación. El disparo había sido algo impulsivo. Estaba a punto de matar a Julia y lo hizo sin pensar.

—Lo siento, Lorenn. Perdóname —le suplicó—. No quería...

—No lo sientes —Lorenn le interrumpió sonriendo.

Ryan se echó hacia atrás al ver su mirada. Allí no había dolor, no había nada, solo maldad y una oscuridad tan grande que casi podía tocarla con los dedos. Aquélla no era Lorenn.

—Claro que no lo sientes, capitán Fox —continuó la mujer—. Nunca te ha importado este cuerpo. Nunca ha sido más que un juego para ti, ¿verdad?

—Eso no es cierto —masculló él.

—¡Ryan! —la voz de Julia le llego como en un sueño—. ¡Es peligrosa!

—¿Recuerdas las noches que pasaste con ella? —Lorenn iba levantándose poco a poco. Fox comprobó estupefacto que la herida de bala que él le había provocado ya no expulsaba sangre—. Ahí solo había sexo, nada más. Créeme, yo estaba allí. Podía sentirte dentro de ella. Sentía tus besos, tus caricias... Ella te quería, capitán. Y no quisiste verlo. Ella...

—¡Cállate! —gritó Fox, descargando el cargador en el pecho de Lorenn.

El cuerpo de la joven se sacudió con cada uno de los impactos, cayendo al suelo de nuevo, derramando sangre entre los trozos de ladrillo y asfalto. Ryan lo observó un momento entre lágrimas. No le había disparado a Lorenn, se decía a sí mismo. Sino a aquello que la había poseído. Convencido de que dentro de un instante, la mujer volvería a levantarse, Fox se incorporó y se giró para ayudar a Julia.

La chica le miró con los labios apretados.

—Lo siento, Ryan —dijo—. Ella...

—No te preocupes —la interrumpió él—. Ya hablaremos más tarde. Ahora vámonos.

Riverside Falls
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