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Llevaban un rato en silencio. Ni Jack ni Sue habían dicho una palabra, aunque tampoco hacía falta. La mirada de la mujer se dirigía de vez en cuando hacia la puerta por la que el doctor debería aparecer si hubiera alguna noticia relacionada con Jonathan. Por suerte o por desgracia no vino nadie.
Jack quería decir algo que la animara, que la distrajera aunque fuera por un momento de aquél calvario que debía estar pasando, pero no se le ocurría nada. En su lugar, su mente no paraba de divagar, buscando una posible explicación a lo que le ocurría al niño. Se negaba a aceptar que la reencarnación existiera por sí sola. Tenía que haber una explicación racional.
Y seguro que esa explicación tenía mucho que ver con lo que había visto en el video de Hank. El cielo se volvió rojo el mismo día que rescató a Lucius Hopper de la base. A partir de entonces, comenzaron los sucesos extraños en la ciudad...
Suspiró, apesadumbrado. Le estaba dando vueltas otra vez a lo mismo. Necesitaba más datos, más información, más...
Sus pensamientos se vieron interrumpidos cuando una explosión se escuchó fuera del hospital. Tanto Jack como Sue se incorporaron como impulsados por un resorte y corrieron hasta la amplia ventana que daba al exterior.
Allí, a lo lejos, sobre los tejados de los edificios del centro de Riverside Falls, se elevaba una ancha columna de humo. Escucharon gritos apagados por la distancia y varios estruendos más, que Jack identificó como coches chocando entre sí. Parecía el escenario de una guerra, como las que se ven en las películas.
—¡Dios mío! ¿Qué ha pasado? —Sue se encogió, asustada.
—No lo sé —admitió Jack, que comenzó a andar hacia la puerta de salida—. Voy a averiguarlo. Tú quédate aquí, por favor.
No esperó a que la mujer contestara. Sus pies se movieron a toda velocidad, saliendo al pasillo y atravesándolo como alma que lleva el diablo. Tantos sucesos extraños en la ciudad... seguro que ése era uno más. Y si todo giraba en torno a la base aérea, debía estar ahí. Tal vez averiguara algo que ayudara a Jonathan. Y a él, claro. También a él mismo.