6
Si en la zona de las casas había poca luz, en el parque había menos. Jack tuvo que detenerse junto al umbral del pequeño terreno de tierra blanda en la que estaban los toboganes y los columpios para que su vista se acostumbrara. Aunque tampoco le sirvió de mucho ya que allí, las pocas farolas que había estaban rotas y no emitían luz alguna.
Aun así, cuando esperó un par de minutos comenzó a distinguir formas. Rodeando todo el parque había dos o tres filas de árboles, que formaban un estrecho pero frondoso bosquecito. Era un buen lugar para esconderse, desde luego. Comenzó a caminar, poniendo atención a cualquier movimiento.
Se dio cuenta de que no había pensado en qué iba a hacer si encontraba a Julia. Era una muchacha que parecía tener poderes letales y que acababa de resucitar. Matara queriendo o no, era peligrosa. A lo mejor se estaba precipitando y debía esperar. Tal vez, lo mejor que podía hacer era llamar a Cooper y contárselo. Nunca llegó a saber qué opción hubiera elegido, porque un sonido le llegó del fondo de la arboleda y su cuerpo se puso en tensión.
Sus pies prácticamente se movieron solos y, poco a poco, avanzó hasta que el rumor de una respiración se dejó escuchar con claridad. Desde donde estaba solo podía ver una silueta, pero reconoció a Julia acurrucada contra el tronco de un árbol. La manta blanca estaba tirada sobre la tierra a pocos centímetros de ella. Se había cambiado de ropa y lucía unos pantalones y una camiseta que le estaban estrechos.
Jack quiso decir algo, pero no se atrevió. No quería asustarla y que le matara antes de que pudiera hablar. Dio un paso al frente y su zapato tropezó con una piedra, que rebotó en el suelo hasta chocar contra un árbol, emitiendo un sonido apagado. Mallory apretó los dientes y se mantuvo inmóvil, pero el daño estaba hecho.
La chica levantó la cabeza sobresaltada y le miró directamente.
—¡Vete! —exclamó arrastrándose por la espalda para alejarse de él—. Déjame sola.
—Tranquila —Jack avanzó lentamente, intentando aparentar lo más relajado posible—. No quiero hacerte daño.
—¡Yo tampoco! ¡No te acerques!
El periodista se detuvo de golpe y alzó las manos.
—Estoy aquí para ayudar —dijo en un susurro—. Sé lo que eres.
Ella le miró con desconfianza. Había dejado de arrastrarse y sus manos apretaban con fuerza la tierra del suelo.
—Nadie sabe lo que soy. Nadie puede ayudarme.
—Sé que tienes miedo, pero te aseguro que no voy a hacerte nada.
—Aléjate.
Jack se dio cuenta de que había dado un par de pasos y volvió a detenerse. Si actuaba demasiado rápido, podría morir en el intento. Respiró profundamente varias veces para aplacar los nervios.
—Escúchame —dijo después de tragar saliva—. Te he visto salir del hospital. Sé que hace apenas media hora estabas muerta y ahora estás aquí. También sé que no querías hacerle daño a nadie, que de alguna manera no puedes evitar lo que haces.
Ella guardó silencio. Su cuerpo pareció relajarse.
—Quiero intentar ayudarte —repitió Jack—. Por favor.
Extendió una mano, con la esperanza de la que chica se la agarrara. Quería mostrarle que no estaba allí para hacerle daño. ¿Y qué mejor manera que darle la mano para ayudarla a levantarse? Ella le miró con sus profundos ojos, medio ocultos por el flequillo de su cabello negro.
Lentamente, sin apartar la mirada de Jack, levantó el brazo para dejarse ayudar. Entonces, el susurro de unas ramas detrás de ella, los interrumpió.
—Aléjate de la chica —le ordenó una voz.
Jack se apartó instintivamente. Un hombre poco más de treinta años apareció tras un árbol con un arma en las manos. Miró de reojo a Julia y luego movió la pistola de un lado a otro para indicar a Jack que se moviera. Éste levantó las manos y se alejó.
—¿Quién eres? —preguntó.
—El que te acaba de salvar la vida —fue la escueta respuesta del desconocido.
Jack no era un hombre de acción, era un investigador. Aun así, se le paso por la cabeza la idea de abalanzarse sobre el hombre para salvar a la chica. Pero la realidad era que dudaba que pudiera reducirle y que, además, no sabía qué intenciones tenía. A lo mejor quería ayudarla también.
Julia, por su parte, no apartaba la mirada del recién llegado y de su arma. Tenía la expresión triste, cansada. Algo lógico, teniendo en cuenta que un rato antes estaba muerta y que las extrañas membranas de sus heridas no habrían tenido tiempo de curarla del todo. Porque Jack estaba seguro de que eso era lo que habían hecho.
—No quiero haceros daño —declaró en voz baja—. Por favor, iros.
Lo que más sorprendió a Jack es que no parecía estar asustada. No le importaba lo más mínimo que tuviera a un desconocido apuntándola con la pistola. El aire comenzó a enrarecerse a su alrededor. Era una sensación extraña, como si el ambiente se estuviera volviendo sólido. Una luz que parecía no provenir de ningún sitio iluminó los alrededores.
—¿Qué está pasando? —preguntó el periodista.
—No, esta vez no —el hombre de la pistola se movió a toda velocidad.
Mallory no pudo hacer nada. Un momento estaba de pie a dos metros de la chica y al instante siguiente, clavaba algo en su cuello. Jack avanzó lo más rápido que pudo y se abalanzó sobre el desconocido, pero éste le agarró del hombro y lo empujó, derribándole sobre el suelo.
—Lo siento, amigo, es por tu bien. Por el de los dos, más bien —añadió después de pensarlo un instante.
El aire recuperó la normalidad y la luz desapareció cuando Julia se derrumbó y quedo inconsciente. El desconocido palpó su cuello para comprobar que siguiera con vida y luego apuntó a Jack.
—Colega, en serio. Estabas haciendo una locura.
—¿Quién eres? —preguntó éste, levantándose—. ¿Por qué le has hecho eso?
—Porque si no se lo llego a hacer ahora estaríamos los dos muertos. Respecto a quién soy, no puedo decírtelo. Y no hagas más preguntas. Lo lógico sería que te matara, pero no voy a hacerlo. No he venido aquí a eso. Si yo fuera tú, me daría la vuelta, me largaría y no pensaría más en esta chica. No te conviene hacerlo.
—¡De eso nada! —explotó Mallory—. Esta chica es inocente. Alguien tiene que ayudarla.
—Para eso estoy yo aquí.
—Eres de la base aérea ¿verdad? —indagó Jack, con la esperanza de sacar algo en claro.
—Vete, amigo —repitió el otro—. Vete y no mires atrás. ¡Ahora! —para poner más énfasis a sus palabras afianzo el arma sobre la mano y se acercó unos pasos hasta que el cañón casi tocó la frente de Jack—. No me lo compliques más.
El periodista tragó saliva y retrocedió un paso. Era capaz de saber cuándo había perdido, y ésa era una de esas ocasiones. Podía detectar la indecisión del hombre, pero también estaba seguro de que dispararía si él se empeñaba en seguir allí. Así que asintió con la cabeza y se giró sin añadir nada más.
Caminó unos pasos para alejarse y, cuando consideró que estaba prudentemente lejos, se volvió. El misterioso hombre y Julia Rayleight habían desaparecido.