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El teléfono enmudeció después de un largo minuto sonando. Marge apartó la mirada de él y cerró los ojos, esperando que volviera a sonar. Porque lo haría, estaba segura. Desde el momento en el que llegó a casa de la comisaría su tranquilidad se vio interrumpida por el eterno ring del teléfono. No quería cogerlo porque sabía que serían familiares, amigos y conocidos, y estaba segura de que solo escucharía palabras vacías. Y no quería escuchar palabras vacías. Al menos no ahora.
Cuando volvió a abrir los ojos sintió una punzada en el pecho. Por primera vez desde que estaba allí se percató del silencio de la casa. Lo normal sería escuchar el sonido de la televisión o los pasos de Logan bajando la escalera después de ducharse. O incluso los gritos cuando le preguntaba desde la cama que cuándo pensaba subir. Ahora que sabía que no estaba añoraba esos momentos.
Le sucedió lo mismo cuando Lucius desapareció. Una lágrima se derramó por su mejilla. No podía creer que le estuviera pasando lo mismo. Otra vez no. Se agarró al sillón con fuerza, intentando serenarse. Tenía que seguir adelante. Ya lo hizo antes, podía hacerlo otra vez. Tenía que verlo como un nuevo comienzo, un nuevo horizonte. Y cuanto antes empezara, mejor.
Se levantó con pies temblorosos y caminó hacia la chimenea. Allí estaban todas las fotos de Logan. En Paris, Londres, Nueva York... Cogería unas cuantas y las uniría al altar de Lucius, sobre la mesita que había en la esquina. Aunque, bien pensado, tendría que cambiarle el nombre. Podría llamarle El altar de los que ya no están o algo similar.
Una bolsa de plástico era lo único que necesitaba. Cuando la encontró en un cajón de la cocina, agarró los marcos con las fotografías y las dejó dentro, seleccionando solo cinco para el nuevo altar. Arrastrando los pies caminó hasta el garaje, sintiendo que su cuerpo pesaba más a cada instante que pasaba. Cualquier esquina, cualquier mueble, cualquier adorno de decoración de la casa le recordaba que Logan ya no estaba allí y que no estaría nunca más.
El garaje, como siempre, estaba oscuro. La maldita bombilla seguía fundida. Por un momento, solo por un momento, pensó en decirle a Logan que la arreglara de una puñetera vez. Luego recordó que no estaba y sus músculos le fallaron. La bolsa de plástico cayó al suelo cuando ella se derrumbó de rodillas, temblando de arriba a abajo, ocultando las lágrimas con sus manos.
—¿Por qué? —se preguntaba a sí misma—. ¿Por qué, Logan? ¿Por qué te has ido?
Estuvo lo que a ella le pareció una eternidad en esa posición, intentando relajarse, esperando que ese absurdo acceso de dolor pasara. Fue el teléfono lo que la hizo reaccionar. Se incorporó apretando los dientes y agarrando de nuevo las fotos de su novio. Debían ser las doce de la noche por lo menos. ¿La gente no creía que ya era hora de dejarla descansar? Ya contestaría cuando tuviera fuerzas.
Ignorando el ring del teléfono, Marge atravesó el garaje con lentitud. Sus ojos se habían acostumbrado a la oscuridad reinante y ya podía distinguir formas. No tardó mucho en llegar hasta la estantería en la que guardaba las fotos antiguas de Lucius. La bolsa con las imágenes de Logan se balanceaba en su mano derecha y la mujer las dejó en el suelo para poder bajar la caja.
Sin embargo, ésta cayó al suelo en cuanto ella la empujó un poco. Rodó unos instantes hasta tropezar contra la pared y se quedo allí, quieta, vacía. Extrañamente vacía.
—¿Pero qué...? —masculló la mujer.
¿Dónde estaban las fotos? La respiración de Marge se aceleró. Aquéllas imágenes eran una parte de su vida, un trozo de su existencia. ¿Dónde estaban? ¡¿Dónde coño estaban?!
Algo se escuchó en la casa y ella dio un respingo. Se olvidó de las fotos de Logan y de Lucius. Solo una cosa ocupaba su mente: el asesino de Logan. ¿Y si había vuelto? No encontraba una razón para que lo hiciera pero... ¿Y si lo había hecho? No, se tranquilizó. Aquélla era una casa vieja con mucha madera. Y la madera crujía. Sobre todo en el silencio de la noche. Seguro que era eso.
Eso era lo que ella se decía, pero la realidad era que la casa nunca había crujido y, desde luego, no era tan vieja. Además, aquél sonido no había sonado como sonaba la madera. Era un paso, los pies de alguna persona. Alguien merodeaba por el interior de su casa. Cuando lo escuchó de nuevo, sus sospechas se vieron confirmadas.
Por puro instinto, Marge palpó su ropa en busca del teléfono móvil y masculló una maldición cuando comprobó que no estaba en ninguno de sus bolsillos. Quiso gritar, pero era consciente de que el asaltante la escucharía. En su lugar, buscó en silencio por todo el garaje. Por allí tenía que haber algo con lo que poder defenderse. Creía recordar que Logan guardaba sus herramientas por allí, en una caja de plástico. Seguro que había un destornillador o un punzón, o cualquiera de esas cosas.
Al fin la encontró, medio oculta bajo una mesa de madera. La abrió con cuidado y rebuscó en su interior, intentando no hacer ruido. Menos de un minuto después, tenía un grueso destornillador entre los dedos de su mano derecha. Si el tipo que había entrado llevaba un arma no le serviría de mucho, pero menos era nada.
Escuchó durante un instante con la mirada fija en la puerta que daba a la casa. Esperaba ver en cualquier momento una silueta recortarse contra la luz que se filtraba del salón, pero ni vio ni oyó nada. Se le ocurrió que podía abrir la puerta del garaje y salir por allí. El problema era que esa maldita puerta hacía un ruido de mil demonios y además era lenta. ¿Y si el asesino de Logan lo escuchaba? No le daría tiempo a escapar antes de que se abriera.
La única solución era coger el móvil y llamar a la policía. Sí, eso haría. Cooper y Olbert la ayudarían. Vendrían a casa con refuerzos y abatirían a ese hombre. Se levantó con cuidado de no emitir ningún sonido. Prestó especial atención a sus pies. No quería que el intruso escuchara sus pasos igual que ella había escuchado los de él.
Cuando llegó a la puerta, se asomó un poco. Allí se veía algo más, ya que la luz amarillenta del salón se filtraba por el pasillo. Contuvo la respiración, escuchando. Cuando estuvo segura de que ningún sonido rompía el silencio de la noche, Marge caminó de puntillas mientras miraba a todos lados. En cualquier momento, una mano podía posarse en su hombro o, quizás, el cuerpo grande y fuerte de un hombre podía abalanzarse sobre ella e inmovilizarla. Tenía que ir con cuidado, tenía...
Dejó de pensar el mismo momento en el que entró en el salón. El teléfono móvil estaba entre los cojines del sofá en el que había estado sentada un rato antes, pero no era allí dónde estaba mirando. Ella misma había quitado todas las fotos de Logan de la chimenea antes de ir al garaje, pero ahora estaba llena de marcos de nuevo. Contuvo la respiración mientras avanzaba, agarrándose a cada mueble con el que se encontraba. Las lágrimas volvieron a aflorar en sus ojos cuando vio que lo que había allí eran las fotos perdidas de Lucius. Todo volvía a estar como estaba antes de que su marido desapareciera. Era como si alguien quisiera borrar todo rastro de Logan.
Como si Lucius estuviera vivo.
—Hola, Marge —dijo una voz a su espalda.
La mujer se giró sobresaltada y dio un paso atrás, hasta chocar contra la chimenea. Varios de los marcos cayeron al suelo. Frente a ella había un hombre, un hombre que ella conocía perfectamente.
—Lucius —susurró—. Estás vivo.
Las ruedas del coche patrulla chirriaron en el asfalto cuando éste frenó. Cooper y Olbert apenas esperaron a que el coche estuviera completamente parado para salir de él y acercarse a la pequeña casa blanca de Marge Hopper con las armas en alto. Por la calle aparecieron tres vehículos más, de los cuales salieron más policías.
Jimmy caminó a paso rápido atravesando el cuidado jardín. La llamada de Jack había sido tan corta como enigmática. El periodista afirmaba que tenía razones para saber que quién había matado a Logan era Lucius, el marido desaparecido de Marge. En circunstancias normales, ni él ni el sheriff Cooper le habrían creído sin tener pruebas físicas, pero entre todo lo extraño que había pasado esos días en el pueblo y la voz de Jack, decidieron darle un voto de confianza.
En el tiempo que el periodista llevaba trabajando con ellos habían aprendido a saber cuándo hablaba en serio y cuando no. Y el tono que había usado esa noche a través del teléfono les indicaba que estaba convencido de lo que decía.
La casa estaba completamente a oscuras, excepto por la luz del salón. Marge debía estar dentro. Si Jack estaba en lo cierto, esperaba que no hubieran llegado tarde. Había intentado localizarla llamándola al teléfono durante todo el camino de la oficina hasta allí, pero no obtuvo respuesta.
Cooper se apoyó en la pared, junto a la puerta y le hizo una seña para que se acercara y llamara. El resto de hombres que les había acompañado se quedaron unos metros atrás, apuntando con los cañones de sus pistolas.
Olbert respiró hondo y golpeó la puerta dos veces.
Marge dio un respingo cuando dos golpes sonaron en la puerta. Esa fue la única reacción que tuvo. Sus ojos, su mente, todos sus sentidos estaban enfocados en ese momento en la figura de Lucius. Estaba delgado, muy delgado a decir verdad, y su cabello se encontraba veteado de hebras blancas. Por no hablar de su aspecto enfermo y demacrado. Pero era él, no había ninguna duda.
Su primer pensamiento fue lanzarse sobre él. Le había echado de menos durante tantos años, había pasado tantas noches en vela llorando por su desaparición, que verle ahora delante de ella, aunque fuera en ese estado, la hacía querer abrazarle, acurrucarse entre sus brazos, comérselo a besos... Pero entonces, algo hizo clic en su mente. Todo cobró sentido, las piezas del puzle encajaron de golpe y todos esos sentimientos se esfumaron.
Ahora lo entendía todo. Ahora comprendía por qué un par de noches antes las fotos de Logan aparecieron tiradas en el suelo; por qué los marcos que guardaba en el garaje estaban ahora adornando la chimenea. Lucius había estado en su casa, la había estado observando y no le había dicho nada. También supo que ningún drogata ni camello había matado a su novio.
—Creía que estabas muerto —dijo después de tragar saliva.
Lucius arrugó los labios y movió una de las manos hasta ponerla junto a su propio pecho. Marge quiso retroceder al ver el enorme cuchillo que el hombre agarraba entre los dedos, pero la chimenea le impidió moverse.
—Lo he estado —confirmó con voz quebrada—. He estado en el infierno y he regresado.
—¿De qué hablas?
Los ojos de Lucius se perdieron en el infinito. Parecía estar recordando cosas, cosas que no le gustaban ni un pelo. Comenzó a emitir una risita histérica que le puso los pelos de punta a Marge.
—Veo que has rehecho tu vida —dio un paso al frente—. Eso está bien.
—¿Por qué no dejas ese cuchillo, Lucius? —le preguntó la mujer—. Y hablamos. Déjalo sobre la mesa y hablamos.
—¿Sabes lo que es estar en el infierno, Marge? —el hombre ignoró por completo las palabras de su esposa y dio un nuevo paso—. ¿Sabes lo que es estar ahí y cuando consigues huir encontrarte con que tu vida ya no vale nada?
—Podemos hablarlo, cariño —tartamudeó Marge. Dos nuevos golpes sonaron en la puerta.
—¿Hablar? —masculló Lucius—. ¿Es hablar lo que hacías el otro día con ese hombre? ¿Es hablar lo que has estado haciendo estos años?
—¿Tú mataste a Logan? —aquélla fue una de las preguntas más difíciles que tuvo que hacer en su vida. Estaba aterrada, su cuerpo temblaba, pero necesitaba saberlo, necesitaba conocer la verdad.
Lucius levantó el cuchillo y observó el filo con los ojos muy abiertos. Tenía la mirada preñada de locura, una expresión demente que Marge no había visto nunca en nadie.
—Tenías que haber sentido el placer que me recorrió el cuerpo cuando este mismo cuchillo penetró en su carne. Fue como un orgasmo ¿sabes? Algo bonito.
—No tenías que haberlo hecho —gimió Marge—. Podías haberme dicho que estabas aquí. Podíamos haberlo hablado y haber llegado a una solución.
—¡No quiero hablar! —el grito resonó entre las paredes y la mujer se encogió todo lo que pudo contra la chimenea—. ¡No quiero escuchar ni una palabra sobre eso!
Un nuevo golpe, este mucho más fuerte. Alguien debía estar intentando echar la puerta abajo, pero Lucius no parecía darse cuenta, enajenado como estaba.
—Quería hacerlo, Marge —Lucius avanzó todo el espacio que le quedaba hasta llegar a ella y apoyó una mano en la pared, junto a su cabeza. Acercó su cara a la suya y Marge intentó apartarse al percibir el penetrante olor que emanaba de su aliento—. Quería volver contigo, continuar con nuestra vida. Pero tú ya me habías sustituido. Tenía que recuperar mi lugar, cariño. Tenía que volver a ser el único hombre en tu vida. ¿Es que no lo comprendes?
—Apártate, Lucius, por favor.
El cuchillo apareció entonces ante los ojos de Marge, que no pudo apartar la mirada del brillo de la luz que se reflejaba en su filo. Distinguió incluso una pequeña mancha carmesí. La sangre de Logan. Comenzó a llorar.
—Ahora estaremos juntos para siempre —continuaba el hombre—. Nada nos separará nunca. Te lo prometo.
La mujer entendió perfectamente a qué se refería y aquellas palabras, de alguna manera, le dieron fuerzas para defenderse. Olvidó el olor que impregnaba la piel de su marido, olvidó el terror que sentía y el temblor de sus piernas. Y decidió vivir, decidió continuar con su vida, como había hecho antes y como volvería a hacer.
—¡Fuera! —bramó, mientras empujaba con todas sus fuerzas a Lucius.
Éste, cogido por sorpresa, trastabilló hacia atrás, cayendo sobre el sillón. Logró recuperarse y levantó el cuchillo. Sonaron dos estruendos, Marge cerró los ojos y se lanzó al suelo. Un segundo después el cuerpo de Lucius caía a su lado.
Como en un sueño escuchó que alguien entraba en su casa. Mucha gente, a juzgar por el ruido que hacían los pies en el suelo. Alguien la llamó a voz en grito. Reconocía esa voz, pero no era capaz de saber a quién correspondía. Tal vez Cooper. Sí, era posible que fuera el sheriff. Lo cierto era que no le importaba lo más mínimo. Estaba agotada y aterrorizada. Solo quería descansar.
Aturdida, giró la cabeza para mirar al que una vez fue su marido. No respiraba y su mirada no parecía ir a ningún sitio. Por fin se había cerrado el círculo. Con todo el dolor de su corazón se dio cuenta de que por fin tenía la confirmación de que Lucius estaba muerto.