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Dónde vamos?».
La voz en su cabeza no contestó inmediatamente. Julia miró a su alrededor. O, más bien, lo hizo lo que fuera que tenía dentro. Ella no tenía control sobre su cuerpo, solo era una espectadora de sus propios movimientos. Era una sensación aterradora.
«Lejos» fue la escueta respuesta.
Habían dejado al capitán Fox dormido en el sillón, roncando como un camión con el motor gripado, y ahora caminaban por la ciudad en busca de un autobús o un tren que les llevara lejos de Riverside Falls. Julia no sabía por qué quería alejarse, ni por qué tenía miedo de Fox, que había demostrado estar de su parte. No tenía ni idea de nada en general. Y la presencia en su cabeza se negaba a contestarle.
«Quiero saber quién eres», insistió, intentando imprimir a su pensamiento toda la firmeza de la que fue capaz.
«Y yo quiero irme», respondió la voz. «Te lo explicaré todo cuando estemos a salvo».
«¿Por qué? ¿Por qué cuando estemos a salvo?» replicó Julia. «Tienes control absoluto de mi cuerpo. No podré evitar que hagas lo que sea que quieres hacer».
«No quiero hacer nada, Julia. Solo quiero ponerte a salvo. A ti y a todos, incluyendo ese militar del que estás enamorada».
Aquellas palabras sorprendieron a Julia. ¿Enamorada? ¿De Ryan? ¡Si apenas le conocía!
«¿De qué hablas?», preguntó. «Yo no estoy enamorada de nadie».
«Eso es lo que tú te crees», respondió la voz con tono ausente. «Pero yo estoy dentro de tu cabeza. Sé lo que piensas».
«Pues deja de hurgar en mi mente».
«Lo siento. Intentaré hacerlo, pero es difícil».
La forma de hablar de la voz había cambiado. Ahora era confiada, como si no fuera la misma... cosa, la que estuviera en su interior. ¡Le había pedido disculpas! Eso le dio esperanzas a Julia. ¿Y si decía la verdad y lo único que quería era salvarla? ¿Y si no era tan mala como había pensado en un primer momento? A lo mejor era agarrarse a un clavo ardiendo, pero decidió tirarle de la lengua... o de lo que fuera.
Ahora caminaban por Main Street. A lo lejos, sobre las azoteas de los edificios, aún se veían las columnas de humo que habían provocado la noche anterior, cuando Lorenn atacó la instalación secreta de la base aérea de Riverside. Muchos de los transeúntes no podían evitar dirigir la mirada hacia ellas y observarlas con preocupación. Para ellos la enigmática base solo era algo que estaba cerca de la ciudad, pero con la cual no habían tenido apenas contacto. Algo a lo que no le prestaban mucha atención. Pero cuando esa base estallaba y levantaba dedos de humo hacia el cielo, la cosa cambiaba. La sentían más cerca que nunca.
«¿Qué sucedió ayer?», preguntó Julia. «En la base, ¿qué pasó?».
«Es una larga historia».
«Tengo tiempo».
«No, no lo tienes». El cuerpo de Julia se detuvo bruscamente. Su cabeza se movió a un lado y a otro. La joven sintió oleadas de temor. La voz en su cabeza estaba asustada.
«¿Qué pasa?», quiso saber. «Tienes miedo».
«Está aquí. No sé cómo nos ha encontrado, pero está aquí».
Julia no necesitó preguntar para saber que se refería a la mujer con la que había peleado en la base aérea la noche anterior. Su propio terror se unió al de la voz, creando una vorágine en el interior de su cuerpo.
—No, no, no —mascullaba la voz—. No es el momento. Ahora no. No estoy preparada.
La joven tardó un instante en darse cuenta de que estaba moviendo los labios. La presencia en su interior estaba hablando en voz alta. Un hombre, tocado con un sombrero de paja, la miró de reojo cuando pasaba junto a ella, pero por suerte la ignoró.
Su cuerpo se giró apresuradamente y comenzó a caminar, tropezando con todo el que encontraba por delante. Una sensación de urgencia inundó a Julia proveniente de su huésped.
«Escucha, Julia», le pidió la presencia. «Necesito que estés tranquila».
«¿De qué estás hablando?», preguntó asustada.
«Vamos a pelear», la voz sonó grave. «Y posiblemente pierda el control de tu cuerpo. Pase lo que pase, por favor, no dejes de correr».