14
Si hubiera podido, el capitán Ryan Fox habría dormido bastante más. No debía hacer mucho tiempo que Lorenn se había marchado y, de hecho, las sábanas aún olían a su perfume. Por eso le costó tanto levantarse y ponerse el uniforme antes de que Gueller apareciera. Tenía sueño y le gustaba el olor que desprendía la chica. Pero su superior le había llamado diez minutos antes, despertándole de un bonito sueño, para decirle que estaría allí enseguida y que había varias cosas que debía ver.
Y allí estaba, esperando en la puerta de su casa, observando cómo el sol se escondía tras las montañas. El jeep que transportaba al general apareció tras una de las casas de sus compañeros, deslizándose suavemente sobre el asfalto. Cuando llego junto a él, una de las puertas de atrás se abrió y Gueller le sonrió desde el interior.
—Suba, capitán —le pidió—. Vamos a dar un paseo.
—¿A dónde vamos? —pregunto Ryan una vez instalado junto al otro hombre. El vehículo comenzó a andar nada más cerrarse la puerta.
—Hay algo que tiene que ver —fue la escueta respuesta—. Espero que le sirva de algo.
Fox guardó silencio. Sabía perfectamente que su superior no le diría nada. Y menos delante del conductor del Jeep. Lo que fuera que iban a ver era un secreto. Un secreto que mató al capitán Hank Miller unos días antes. Esperaba de verdad no seguir su mismo camino.
El vehículo atravesó prácticamente toda la base, saltando de vez en cuando al encontrar algún bache más pronunciado de la cuenta.
Entraron en lo que Lorenn se empeñaba en llamar la Zona X pero que, en realidad, no era más que un perímetro de seguridad en torno a la colina en la que guardaban el armamento.
Para cuando llegaron a su destino ya era noche cerrada. El vehículo se detuvo junto a un túnel excavado en la colina que había justo en el centro de la base. Estaba cerrado con una gruesa puerta de metal y custodiado por dos soldados que se cuadraron en cuanto Gueller salió del coche.
Éste no les hizo mucho caso, más allá de un saludo con un movimiento de cabeza. Gueller nunca se había caracterizado por su fidelidad al protocolo, a menos que hubiera gente delante. En este caso, solo estaban Fox y los dos soldados, pues el Jeep se alejó en cuanto pusieron un pie en el exterior, con su conductor dentro. Así que se dirigió directamente a la columna de la derecha, en la que había un teclado y un escáner de retina.
Gueller pulsó un código en el teclado y dejó que el escáner le diera permiso para entrar. La puerta se deslizó a un lado, revelando un largo túnel que se internaba en lo más profundo de la colina.
—Nunca había estado en este sitio —comentó Fox. Su voz resonó entre las estrechas paredes.
—Solo algunos escogidos han estado aquí —explicó el general—. Científicos sobre todo, pero también algunos sargentos o cabos cuyo trabajo es más bien de mantenimiento.
—¿Me equivoco al pensar que esas personas firman un contrato de confidencialidad bajo pena de traición?
—No, Ryan, no te equivocas —Gueller esbozó una sonrisa complacida mientras caminaba hacia delante, con la mirada puesta en el fondo del túnel, que parecía no tener fin—. Solo los científicos civiles y militares que pueden entrar en estas instalaciones secretas saben lo que hacemos aquí. El resto solo viene, hace su trabajo y se va.
—Comprendo ¿y qué es lo que hacen aquí?
—Poco a poco, capitán. Poco a poco.
—Hank Miller también podía entrar aquí ¿verdad?
—Hank Miller llevó el mismo protocolo que estás llevando tú. Su introducción en esta operación fue lenta hasta llegar a entrar del todo. No podemos revelarlo todo de golpe.
—Con el debido respeto, general —Ryan había perdido la cuenta de las veces que había dicho esas mismas palabras—. Si quieren que me ocupe de algo, lo lógico sería darme toda la información de una vez. Así podré hacer mi trabajo mejor.
—Lo sé, pero eso no es cosa mía —respondió Gueller—. Yo solo cumplo órdenes. Así son las cosas.
—No es una buena manera de actuar —se quejó Fox.
—Estoy de acuerdo contigo, pero no podemos hacer otra cosa. Ya me estoy saltando el protocolo ahora con lo que voy a enseñarte.
Justo cuando terminó de hablar llegaron junto a una puerta similar a la anterior. Gueller pulsó de nuevo los botones y dejó que la máquina escaneara su ojos. Igual que antes, la puerta se deslizó a un lado, revelando un pasillo de paredes blancas. A ambos lados había puertas de madera con una decoración mínima. A Ryan le recordó a una casa de campo. No tenía nada de especial. Nadie hubiera dicho que aquél lugar era una instalación secreta del gobierno americano.
Bradbury les esperaba junto a una de las puertas, con los brazos cruzados. Al verlos aparecer se acercó a ellos con una sonrisa de superioridad en la cara. Ryan tuvo ganas de pegarle un puñetazo.
—Coronel Gueller —saludó, cuadrándose. Gueller le devolvió el saludo de igual manera—. Bienvenido al Hangar 3, capitán Fox.
—Comandante —el capitán le devolvió el saludo marcial—. Gracias, pero aun no sé de qué va todo esto.
—Lo sabrá dentro de poco —Bradbury se volvió a Gueller—. La chica ya está preparada. Podemos verla cuando quiera, general.
—Pues vamos allá —Gueller no esperó un instante y abrió la puerta en la que Bradbury les había estado esperando.
El interior estaba completamente a oscuras. Solo una enorme ventana derramaba algo de luz en la habitación. Tras ella, en una habitación aparte, estaba Julia Rayleight sentada frente a una mesa de madera y ajena a ellos. Ryan supuso el cristal era un cristal unilateral, de esos que se solían usar en las salas de interrogatorios de las comisarías.
Al otro lado de la mesa había un monitor en el que se reflejaba la imagen de un hombre vestido con una bata blanca, lo que indicaba que era uno de esos científicos de los que Gueller había hablado un momento antes. Tenía una baraja de cartas frente a él. La cogió, las mezcló y puso cuatro de ellas boca abajo sobre la mesa, como si estuviera jugando a póker. Luego señaló una con el dedo.
—Cuatro de picas.
La voz de Julia sonó a través de un altavoz instalado en la pared. Ryan se acercó al cristal y observó con atención. El científico levantó la carta revelando que, efectivamente, era el cuatro de picas.
—Lleva una hora así —dijo Bradbury—. Solo ha fallado dos veces.
A juzgar por lo que había visto durante su misión en Riverside Falls, Ryan sabía perfectamente que la chica tenía poderes. No en vano, había sobrevivido a tres disparos que habrían matado a una persona normal. No, más aún, se corrigió, había resucitado pues él mismo había visto su cadáver mientras le llevaban esposado al coche del sheriff. El hecho de que fuera capaz de saber qué cartas le señalaba el científico no le sorprendía.
Sí que le sorprendió, sin embargo, la expresión de la chica. Tenía los ojos entrecerrados y se balanceaba ligeramente de un lado a otro sobre la silla. Era como si estuviera dormida, como si...
—¿La han drogado? —preguntó sin apartar la mirada de ella.
—Por supuesto —respondió Bradbury—. Esa chica es peligrosa. Por eso ha fallado dos veces. Si no estuviera drogada las habría acertado todas. Por no hablar de que nos daría problemas.
—¿Qué tipo de problemas? —quiso saber Ryan.
—¿No le ha quedado claro con lo que ha visto en Riverside Falls, capitán? —Gueller le miró perplejo.
—Ahí fuera no estaba controlada —el militar observo la habitación a través del cristal—. Por lo que veo, la sala en la que está la chica está herméticamente cerrada. Tiene detectores de radiación, de calor... Además, el científico ese que juega a las cartas con ella está en otra habitación. No creo que haya necesidad de drogarla también.
—Capitán, no es decisión de usted determinar la manera en que debemos...
—No se preocupe, Bradbury —Gueller le interrumpió con un ademán. Luego miró a Fox con atención—. Tiene razón, capitán Fox. A lo mejor nos excedemos en las medidas de seguridad, pero no estamos seguros de qué es capaz de hacer esa mujer. Por lo que sabemos, podría destruir la sala de contención.
—¿Le han hecho pruebas? ¿Saben algo de ella?
—Prácticamente lo mismo que sabe usted —se apresuró a responder Bradbury.
Fox captó en su voz un leve temblor. Mentía. Estaba seguro de ello. Pero tampoco insistió. Esos dos le contarían lo que quisieran contarle, nada más. No valía la pena malgastar saliva.
—¿Puedo hablar con ella? —preguntó de todas formas.
—¿Cómo? —Gueller le miró boquiabierto.
—Si no quieren contármelo todo, me parece bien, es su protocolo. Pero no puedo vigilar a esta chica sin saber quién es. Sin saber cómo es.
—Es peligrosa, es todo cuanto debe saber.
Ryan no estaba de acuerdo. Él mismo había sido víctima de sus poderes en el hospital y era cierto que estuvo a punto de morir. Pero también pudo ver la expresión de Julia Rayleight mientras le levantaba en el aire y le aprisionaba contra la pared. Había muchas emociones en sus ojos, pero desde luego la ira o la agresividad no estaban entre ellas.
—Eso lo decidiré yo —afirmó con dureza. Si querían que se encargara de ella, tendrían que aceptar sus condiciones—. Soy yo el que va a entrar ahí.
—Es una locura —protestó Bradbury mirando a Gueller. Éste a su vez, examinaba a Fox con atención, como si estuviera evaluándole. Lo cierto era que lo estaba haciendo.
—Ya te he dicho que te elegí por tu inteligencia, Ryan —le dijo llamándole por su nombre de pila—. Pero también por tu valentía. Muy bien, puedes entrar. Pero toma esto —. Le tendió una jeringuilla similar a la que le dio la noche anterior para reducir a Julia Rayleight. Fox la cogió y la metió en el bolsillo de su pantalón—. Si se pone peligrosa, ya sabes lo que tienes que hacer.
—Gracias, coronel.
El capitán ignoró las palabras de Bradbury, que murmuraba en voz baja sobre lo locos que estaban los dos, y salió al pasillo en compañía del coronel. La puerta de acceso a la sala de contención estaba justo al lado. Dos hombres fuertemente armados con fusiles la flanqueaban. Cuando Gueller les dio permiso, pulsaron el código que la abriría y la puerta se deslizó a un lado. Fox se despidió de Gueller con un movimiento de cabeza y flanqueó el umbral.
Olía extrañamente bien allí dentro, pensó. Julia no parecía haberse dado cuenta de que alguien había entrado, así que Ryan, mirando de reojo el espejo tras el cual Gueller y Bradbury debían estar observándole con el corazón en un puño, caminó lentamente hasta colocarse a un lado de la mesa.
La chica seguía con la mirada ausente. A veces dirigía sus bonitos ojos hacia la pantalla en la que unos minutos antes estaba el científico mostrándole las cartas, pero los apartaba cuando comprobaba que ya estaba apagada. La mayor parte del tiempo, simplemente, permanecía quieta, derrotada.
—Hola —la saludó Fox intentando permanecer tranquilo—. Te llamas Julia ¿verdad?
Ella no reaccionó. Lo único que hizo fue mover las dos manos temblorosas sobre la mesa y enredar sus dedos. Dios mío, pensó Ryan entristecido, la joven estaba aterrada.
—Yo me llamo Ryan —continuó, sentándose en la silla que había al otro lado de la mesa para tener contacto visual con la chica. Decidió deliberadamente omitir cualquier cargo militar. Tal vez así lograra que se tranquilizara—. Solo quiero hablar contigo. De hecho me conoces ya ¿no? Nos vimos ayer. Me atacaste.
Ahora sí. Julia clavó la mirada en él y el temblor de sus manos se acentuó.
—Tranquila. No he venido a hacerte daño —se apresuró a decir Ryan—. Solo he venido a presentarme. Yo sé mucho de ti y tú nada de mí. No me parece justo.
—¿Qué sabéis vosotros de justicia?
El corazón de Fox se aceleró, pero no se permitió exteriorizarlo. Había conseguido unas palabras, eso estaba bien. Ahora solo tenía que conseguir que se abriera.
—Reconozco que no mucho. Te han drogado ¿verdad?
Ella volvió a esconderse en su caparazón. Ryan se reprendió a sí mismo por sacar a la luz el tema de la droga. Evidentemente, era algo que inspiraba desconfianza.
—Escúchame —decidió cambiar de táctica—, te vi en el hospital. Esas cosas que haces... tú no quieres hacerlas ¿estoy en lo cierto?
Asintió con la cabeza. Bien, el caparazón volvía a caer poco a poco.
—¿Se lo has contado a mis amigos?
¿Era eso una sonrisa? Sí, sí que lo era. Una sonrisa triste a decir verdad, pero al menos había variado la expresión de su rostro.
—No preguntaron nada —contestó con un hilillo de voz—. Solo me encerraron aquí.
—Lo siento mucho —masculló Ryan. ¡Maldita sea! Ni siquiera la habían interrogado. Solo la encerraron y la drogaron como si fuera un animal. Él no entró en el ejército para maltratar seres humanos. Aunque tuvieran poderes peligrosos—. Hablaré con ellos al respecto. Quiero ayudarte, Julia. Pero para eso necesito que tú me ayudes a mí.
—Quiero que me lo quitéis —dijo de repente la chica. Sus manos se cerraron con tal fuerza que los nudillos se volvieron blancos.
—¿Qué te quitemos qué?
—Esto —balbuceó—. Lo que me pasa. No quiero hacer daño.
—Lo sé, Julia. Haremos todo lo posible, de verdad. Pero quiero que sepas que nadie va a hacerte nada. Aquí estarás bien. Tienes que relajarte.
Julia no le hizo caso. Sus ojos se cerraron y Ryan comenzó a notar que el aire se espesaba a su alrededor. Estaba perdiendo el control de nuevo.
—Por favor —gimió la joven—. Haz que pare. Haz que pare.
—Tranquila, Julia —Ryan se incorporó a toda velocidad. Su piel ya empezaba a quemarle. Tenía que actuar rápidamente. De un rápido movimiento, saco la jeringuilla y la insertó en el cuello de la chica. Ella abrió los ojos violentamente, sufrió unos cuantos espasmos y se derrumbó sobre la mesa, inconsciente.
Fox suspiró aliviado cuando le tomó el pulso y comprobó que seguía con vida. Inmediatamente la puerta se abrió y Gueller y Bradbury entraron en la sala con el rostro desencajado.
—Se lo dije, capitán —dijo Bradbury—. Esta chica es peligrosa. Si no llega a tener...
—¿Eso es lo que ha sacado en claro, comandante? —Ryan se encaró con su superior—. ¿No ha escuchado lo que ha dicho? Ella no quiere hacer lo que hace. No puede controlarlo.
—Como acaba de comprobar, esa chica es un peligro. Ha estado a punto de matarle.
—Eso es porque no confía en nosotros. Y con razón. En vez de traerla aquí para ayudarla, lo que hacen es meterla en una jaula para estudiarla. Coronel Gueller —añadió dirigiéndose al otro hombre—. Déjeme estar con ella un tiempo más. Puedo ganarme su confianza. Tal vez así logremos controlar esos poderes.
Gueller pareció meditarlo un instante. Miraba a Julia y miraba a Ryan alternativamente, dudando.
—¿Estás seguro de que la chica dice la verdad? —preguntó.
—Completamente —contestó Fox.
—Está bien —accedió el coronel—. Le hago responsable de ella, capitán. Haga cuanto pueda para averiguarlo todo de Julia Rayleight.