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Bradbury se asomó tras unos matorrales. La noche había caído sobre la base de Riverside y apenas se escuchaba nada, pero los soldados poseídos que le estaban buscando seguía patrullando de aquí para allá con sus armas en alto y atentos a cualquier movimiento.
Tenía que ir con cuidado. La piedra era demasiado importante para él y no estaba dispuesto a perderla bajo ninguna circunstancia. Después de mirar varias veces a los lados y asegurarse de que no había nadie a la vista, Bradbury cruzó la carretera que le llevaría directamente a la casa del general Gueller.
Había varias luces encendidas. Una de ellas era la del amplio despacho del anterior jefe de la base. Sabía que allí había una caja fuerte y estaba convencido de que la criatura que había poseído a Lorenn sabía cuál era la contraseña. Seguro que la roca estaba allí. Casi podía sentirla, llamándole.
Pegado a la pared de la casa, camino en cuclillas para que no le vieran por las ventanas, acercándose rápidamente a la del salón. Cuando llegó a ella y se asomó, comprobó que el salón estaba vacío. Mejor, pensó con una sonrisa. Solo tenía que forzar la caja fuerte y…
Algo se clavó en su nuca. El cañón de un fusil. Bradbury cerró los ojos de la sorpresa y suspiró. Inmediatamente, el sonido de los pasos de varios soldados le rodearon y supo que no tenía escapatoria.
Le habían encontrado. El primero de los golpes que recibió casi le dejó inconsciente.