Una ráfaga de aire frío
Es una mañana templada de febrero. En la avenida, los microbuses avanzan a paso lento, cargados de personas rumbo a su trabajo. Morgana ha salido con algunos minutos de retraso y cuando se encuentra con Diego en las puertas de su edificio se siente confundida. Es evidente que él lleva un rato esperándola. Desde el episodio de la escalera, que él la evita. Morgana se ha quedado hasta altas horas de la noche en casa de Sophie aguardando su llegada, ha intentado incluso toparse con él por la mañana, como lo hizo cuando recién comenzaban a conocerse, pero él se las ha ingeniado para no coincidir con ella. Sin embargo, ahora que lo tiene al frente, recortado contra un conjunto de edificios de poca altura, ya no está segura de si lo que siente es tristeza o rabia. Añora su cercanía, pero a la vez experimenta por él repulsión y desprecio. Ese hombre que la ha esquivado cobardemente no es el Diego de quien se enamoró, no es el hombre que cada mañana, venciendo todos los obstáculos, se arrimaba a ella y le hacía el amor.
—Hola —lo escucha decir. Bajo la chaqueta lleva una camisa gris que extiende su opacidad sobre su rostro. Tiene los ojos y las comisuras de los labios caídos y una expresión grave y lejana que llega a ella como una ráfaga de aire frío.
—Hay algo que quiero decirte —señala en un tono serio. Tras su distancia, Morgana percibe su agitación.
Ella, con un gesto nervioso, se recoge el pelo en un nudo bajo la nuca. El asfalto de la calle reluce en el aire de la mañana.
¿Dónde está esa energía casi corpórea que manaba del uno al otro, ese puente invisible que los unía? El recuerdo de su abrazo, de su avidez por poseerla de hace tan solo un par de semanas, la hiere. O ella ha estado ciega o Diego es un impostor.
—Te debo una explicación —dice él.
Le declara con calma, sin ahorrar palabras, que llegó a un punto en el cual no se reconoce a sí mismo. Ha ido demasiado lejos. No solo ha violado la confianza de Sophie en él, sino la de ella también. La situación se le ha escapado de las manos, ha actuado en una forma que jamás antes se hubiera permitido, que además transgrede la línea de la decencia y honorabilidad, como ese último encuentro en que la trató con rudeza, con violencia incluso. Le pide perdón. Le dice que su incapacidad para establecer límites ante ella lo pone en una posición insosteniblemente vulnerable, y que por todo esto es mejor que no se sigan viendo. Y mientras habla, mientras pronuncia cada una de sus palabras, Morgana ve que sus ojos la miran entornados, como se contempla el rastro de algo precioso que se ha perdido.