Salto del ángel
Sophie goza del contacto de la mano de su padre cuando, sentados uno al lado del otro en la gradería, él oprime la suya. Morgana, junto a otras cinco chicas, está de pie en el borde de la piscina con la espalda muy recta. Lleva un bañador negro y una gorra de goma oculta su cabellera. Es la primera vez que Diego presencia una de las competiciones de Morgana. «Necesitas distraerte un poco, si no tu cabeza va a estallar», le dijo Sophie para convencerlo. De un tiempo a esta parte lo ve nervioso, siempre apurado, y en su ceño parecen haberse instalado pensamientos trágicos. Las llamadas no han cesado. En ocasiones, los provocadores rompen el silencio y una voz camuflada tras un pañuelo profiere amenazas. Sophie evita en lo posible quedarse sola. Por eso suele acompañar a Morgana a sus entrenamientos. Le gusta cuando practican los saltos ornamentales que llevan nombres como «patada a la luna» o «salto del ángel». Morgana tiene ahora una expresión concentrada que le otorga una belleza madura y rotunda. Las competidoras extienden los brazos y se largan. Los ojos de Sophie están fijos en su amiga. Rodeados de luz, sus brazos dibujan curvas en el aire y la línea de su espalda rompe la superficie del agua como un sable, limpia y silenciosamente. Sophie mira a su padre. Nota su ansiedad cuando Morgana comienza a perder terreno. Sus movimientos elegantes la traicionan, y al llegar a un extremo y darse la vuelta demora más que las otras.
Poco a poco, Sophie ha logrado que Diego aprecie a Morgana. Ahora, los tres están unidos por un lazo del cual ella se considera responsable y guardiana.
—Es fantástica, ¿verdad? —comenta Sophie.
—Lo es —afirma Diego, y la mira con una expresión que Sophie no logra descifrar. Piensa que tal vez quiere seguir hablándole, pero en lugar de eso él vuelve la vista al frente y se une a los aplausos que dan por ganadora a una chica alta que, a diferencia del resto, tiene las espaldas estrechas como las de Sophie.