Noviembre 2.015

 

 

Laura estaba en casa tirada en el sillón viendo la tele. La estaba prestando muy poca atención puesto que estaban pasando un episodio de una serie que ya habían repetido hasta la saciedad. Desde luego, tantos canales y no había nada que ver, pensó.

Después de estar una semana ingresada en el hospital, le dieron el alta, tuvo que estar  casi un mes con el brazo izquierdo completamente inmovilizado, y ahora por fin, se lo habían dejado parcialmente inmovilizado, podía hacer algunos movimientos y hasta coger cosas que pesaran muy poco.

Tal y como le había contado Jose, los asaltantes del restaurante eran una célula yihadista que planeaba secuestrar al magnate saudí para obtener una gran cantidad de dinero por él que les sirviera para armarse, seguramente luego planeaban matarle ante una cámara para sembrar el terror como en tantos otros casos, al resto probablemente los hubieran matado porque no les servían para nada. El grupo estaba compuesto por ocho adultos y un menor de edad, cuatro de los adultos eran españoles convertidos al Islam.  El juez de la Audiencia Nacional envió a prisión a los ocho adultos detenidos e ingresó en un centro cerrado de reforma al menor, durante al menos seis meses, por  considerarlo plenamente integrado en la célula.

En una de las casas de los terroristas, en la que se reunían todos según testigos protegidos, habían encontrado granadas del ejército español listas para ser usadas, escopetas, cartuchos de diferente calibre, porras de goma y eléctricas y otros accesorios. También encontraron varias hojas de papel con próximos objetivos, e incluso una de las hojas especificaba detalladamente cómo montar una bomba.

Cuando Laura se enteró de todo esto, se le heló la sangre, se había enfrentado a unos terroristas y había salido viva. Dejó que sus pensamientos pasaran a algo menos traumático. Estaba desesperada por trabajar. Tenía algunos pedidos pendientes y no había podido hacer nada. Además, las últimas adquisiciones también estaban a la espera de ser arregladas.

Llevaba prácticamente un mes en casa y lo único útil que había podido hacer era llamar a sus clientes, explicarles más o menos lo ocurrido, y decirles que sus muebles no iban a estar restaurados en fecha, que entendía perfectamente si decidían llevarlos a otro restaurador. Pero a ninguno pareció correrle prisa la restauración, y no les molestó en lo más mínimo el retraso. Quizás, tuvo algo que ver que Laura, por las molestias, les hiciera un descuento especial.

El médico le había dicho que por lo menos tendría que tener el brazo parcialmente inmovilizado otras tres semanas. Esperaba que después, la rehabilitación y la recuperación no fueran muy largas. Seguramente ya sería capaz de hacer alguna cosa en los muebles que tenía pendientes, aunque sólo fuera con la mano derecha, porque llevaba todo este tiempo sin que apenas entrara dinero. Su madre había estado con ella estas últimas semanas en la tienda ayudándole a vender el poco material que tenía disponible, ya tenía la tienda casi vacía, tenía que ponerse manos a la obra, poco a poco. No podía permitirse seguir descansando.

Como el brazo derecho estaba perfectamente y era diestra, el día anterior ya había probado a lijar y pintar únicamente con la mano derecha y no se le daba muy mal, iba más despacio, pero quizás pudiera arreglar alguno de los muebles que tenía en su casa. Las restauraciones de los muebles solicitados por los clientes, no quería hacerlas con una única mano, no quería arriesgarse a que quedaran mal. Este tipo de muebles solían tener algún tipo de valor sentimental y no quería estropearlos.

Se levantó del sillón, y se dirigió a la habitación de su casa que hacía las veces de taller. Era una habitación pequeña, pero era lo que tenían los pisos nuevos de Madrid, eran caros y poco espaciosos. El suelo lo había modificado con losetas de corcho para que no se estropeara la tarima. A parte de un par de mesillas en un rincón y un escritorio, a la espera todos ellos de ser arreglados, había una mesa de trabajo pegada a la pared, y encima de ella, un mural donde estaban ubicadas muchas de las herramientas que utilizaba, el resto estaban guardadas en el pequeño armario empotrado que había en la habitación.

Decidió ponerse con el escritorio que había encontrado en un desembalaje el pasado agosto en Cantabria. Era un escritorio alfonsino al que había aplicado producto para matar la carcoma y ya había pasado de sobra el tiempo correspondiente para que hiciera efecto, todavía estaba envuelto en el plástico que había puesto tras aplicar el producto. Por lo demás, estaba en muy buenas condiciones. Su idea era rellenar los agujeros producidos por la carcoma, lijarlo, darle una capa de imprimación y pintarlo con alguna pintura acrílica, y para terminar, decaparlo, es decir, desgastarlo en algunos puntos para obtener ese toque vintage tan de moda. Mientras miraba el mueble decidió pintarlo en dos tonos para darle más profundidad, aunque esa idea seguro que iría cambiando según evolucionara su trabajo. Siempre se le iban ocurriendo cosas sobre la marcha, para ella los muebles iban tomando vida según avanzaba su trabajo, como ella solía decir, era como si le fueran diciendo lo que tenía que hacer con ellos, mucha gente debía de pensar que estaba loca, pero era lo que sentía.

Empezó a romper el plástico ayudada con unas tijeras, aún le dolía de vez en cuando el hombro izquierdo, le daban pinchazos, y no sabía si aguantaría mucho tiempo trabajando, pero lo iba a intentar.

Cogió una barra de cera y un mechero para calentarla, de forma que se pudiera extender fácilmente en los agujeros. Después de retirar el exceso con un trapo, se puso a trabajar con la lijadora, la enganchó a la aspiradora para que la mayor parte de serrín se quedara ahí dentro. Como la máquina lo hacía prácticamente todo y había seleccionado una lijadora que no pesaba mucho, pudo trabajar únicamente con la mano derecha sin problemas, aunque más despacio de lo habitual. Aún no había terminado, cuando hizo un descanso para ir a por un vaso de agua. En ese momento oyó que estaban llamando al timbre de forma insistente. Seguro que ya llevaban un rato, porque con el ruido de la máquina no había oído nada.

Cogió el telefonillo y preguntó quién era. La voz de Jose se oyó al otro lado, así que le abrió el acceso a la urbanización.

Mientras esperaba a que volviera a sonar el telefonillo para abrirle la puerta del portal, se acercó al lavabo del baño para lavarse las manos, que las tenía secas y con virutas de serrín. Aprovechó para mirarse al espejo. Llevaba el pelo recogido en una especie de moño/coleta medio deshecho y sujeto por una pinza, de forma que no le molestara al trabajar, además estaba un poco pálida. Mientras se contemplaba, sonó de nuevo el telefonillo, esta vez pulsó el botón sin preguntar.

Abrió la puerta de su casa y se quedó esperando a que Jose saliera del ascensor. Estos días habían mantenido el contacto, Jose había ido a visitarla al Hospital y cuando le dieron el alta la llamó en varias ocasiones. Pero hasta ahora, no habían tenido oportunidad de verse a solas. En el Hospital siempre habían estado presentes sus padres y alguna que otra visita. Y cuando había llamado siempre estaba su madre cerca, por lo que aún no habían tenido oportunidad de hablar. Quizás ahora era el momento. Pero, realmente, ¿había algo de qué hablar? Lo que pasó entre ellos fue hace muchos años, ya creía tenerlo olvidado y no estaba por la labor de recordarlo. Ocurrieron cosas bonitas en aquella época, pero sobre todo la recordaba como una época muy dolorosa.

Jose salió del ascensor muy sonriente, como siempre estaba muy guapo, con su pelo revuelto y esos ojos verdes. Llevaba en la mano una pequeña maceta en la que había una preciosa orquídea blanca con los bordes morados. - Espero siga siendo tu preferida. - Laura movió la cabeza afirmativamente, le había sorprendido que aún lo recordara.

- La verdad es que es una pena, es una flor tan bonita. - Jose la miró sin entender. - Es que todas las plantas se me mueren.- Dijo Laura sonriendo.

- La próxima vez te traigo un manual de jardinería especializado en orquídeas. - Jose le guiñó un ojo.

Lo invitó a pasar y le ofreció algo para beber, pero como era media mañana y estaba de servicio sólo aceptó un vaso de agua. Se sentaron en el sillón de tres plazas que Laura tenía en el salón, situado justo en frente de la tele, que seguía encendida, seguían emitiendo la misma serie pero otro episodio. Se le había olvidado apagarla cuando se fue a su taller a trabajar, así que la apagó en ese momento.

- Te veo muy bien, ya parece que mueves algo el brazo. - Jose fue el que rompió el silencio.

Laura pasó a recitarle el parte médico que tantas veces había contado últimamente a todo el que preguntaba por su brazo. Cuando terminó, se volvió a hacer el silencio. - Jose, ¿qué haces realmente aquí?

Jose se quedó mirándola, no había cambiado, siempre directa al grano. Y la verdad es que él no supo qué decir, no tenía muy claro qué hacía ahí. Por un lado quería explicarse, pero no sabía ni por dónde empezar, también quería saber cómo se encontraba, pero lo que tenía claro era que después de haberse reencontrado, no tenía ninguna intención de volver a perderla.

- Quería contarte por qué me fui. - Laura puso los ojos en blanco.

- Jose, sé perfectamente por qué te fuiste. Quizás en aquel momento no lo entendí, pero con el tiempo lo vi todo más claramente. De todas formas, supongo que ya no tiene importancia, ¿no crees? - Jose no estaba seguro que no tuviera importancia, a Laura aún se le veía una pizca de resentimiento en la mirada, y aún recordaba lo fría que había sido Marta con él el día que se encontraron en el restaurante, pero no la contradijo.

- Me gustaría formar parte de tu vida, ahora que nos hemos vuelto a encontrar. - Laura no se esperaba que fuera tan claro. Lo que sentía hacia él en ese momento la hacía dudar, eran muchos sentimientos contradictorios a la vez, unos buenos, otros malos. Últimamente había pensado mucho en Jose, en su relación hacía más de quince años y en su reencuentro. A veces pensaba que sería bonito volver a conocerse, volver a ser amigos, y otras veces lo que quería era no haberse encontrado en el restaurante aquel día, que nunca hubieran coincidido. Pero como no era el caso, y como decía su madre, las cosas suceden por algo, lo más lógico era afrontarlas como había hecho toda su vida. Siempre había pensado que para no tener miedo a algo lo mejor era enfrentarse a ese algo, y siempre había obrado en consecuencia, siguiendo ese principio, así que ahora no iba a ser menos. Le daría a Jose una oportunidad y le escucharía. Al fin y al cabo, ella ya no era la universitaria joven e inexperta de antaño.

- Está bien. Cuéntame, ¿qué ha sido de tu vida estos quince años? - Laura habló como si estuviera cansada de oír excusas, pero se dio cuenta que no era justo, él nunca le había dado ninguna excusa por nada. Laura lo único que sabía es que se había ido, y por lo que a ella le había dicho, no sabía cuándo iba a volver. Pero aquí estaba de nuevo.

Jose pensó que eso era mejor que nada, parecía que podrían por lo menos mantener una conversación como dos adultos, era un paso hacia delante.

Le contó que pidió una excedencia y estuvo por Europa trabajando la mayor parte del tiempo como guardaespaldas de gente con mucho dinero, estaba muy bien pagado y lo habitual es que no fuera muy arriesgado. Esto le vino bien para mejorar su inglés y su francés.

Después de dos años volvió a España, pero había perdido su plaza en Madrid, y estuvo destinado a diferentes pueblos y ciudades por la península.

- ¿Por qué volviste? - Laura lo interrumpió. - Perdona, me refiero a que si el trabajo estaba bien pagado y no era muy peligroso, por qué volver.

Jose sonrió nostálgicamente. - Volví porque me gustaba lo que hacía aquí, ser policía me encanta. Ya sabes, encerrar a los malos y salvar a los buenos. - Jose le guiñó un ojo y Laura le respondió con una sonrisa. “Y por ti”, eso no lo dijo en alto, después de casi trece años desde que había vuelto hubiera sonado ridículo. - Ahora soy inspector jefe.

- Felicidades. - Laura se lo dijo de corazón, se alegraba por él, era algo a lo que siempre había querido llegar.

Después de varios destinos, siguió contándole, por fin había vuelto a Madrid. Hacía ya cinco años de ello, y debido a las vueltas que da la vida, Carlos y él volvían a trabajar juntos.

- ¿Llevas cinco años en Madrid? - Sonó dolida cuando dijo estas palabras, y eso que había intentado sonar lo más apática posible.

- Llevo todos estos años intentando venir a verte o llamarte. En cuanto llegué a Madrid te busqué y no tardé mucho en encontrarte. - Laura se sorprendió. - He estado justo delante de la puerta de esta urbanización en varias ocasiones. Cuando llegué intenté llamar a tu puerta muchas veces, incluso esperaba que salieras y me encontraras, hubiera sido más natural, más sencillo. Pero nunca me atreví a dar el paso. Lo reconozco. Me daba mucho miedo, prefería tenerte en mi mente como un bonito recuerdo. Y al final todo lo ha solucionado un encuentro en un restaurante, una casualidad o quizás el destino. Llámalo como quieras.

Laura se quedó boquiabierta con la confesión que le acababa de hacer Jose, no se lo esperaba. No sabía ni qué decir ni qué hacer.

- Supongo que tenías razón. - Laura se imaginó si hubiera aparecido llamando al timbre de su puerta qué hubiera hecho, y desde luego se veía dándole un portazo en las narices. - Mi primera reacción hubiera sido rechazo hacia ti o quizás no, míranos ahora, estamos hablando civilizadamente. Aunque, obviamente, que me hayas salvado la vida a mí y a mis amigos siempre ayuda. - Jose soltó una carcajada.

Laura estuvo pensando si hacerle o no la pregunta que llevaba un rato dándole vueltas a la cabeza, decidió que era el mejor momento, puesto que se estaba sincerando con ella, y eso no solía hacerlo.

- Jose, cuándo volviste a España dos años después, ¿por qué no… ? - Laura no supo cómo terminar la pregunta. Le daba miedo la respuesta. Pero desde que Jose le había dicho que a los dos años volvió de su aventura europea, no entendía por qué no había venido a verla.

- Lo hice. - Jose entendió perfectamente la pregunta y Laura se sorprendió con la respuesta. - Te busqué. Me enteré de donde trabajabas y fui a buscarte. Aún recuerdo aquel día. Estaba lloviendo, bueno, realmente diluviaba. Te esperaba en la calle, en frente de tu oficina, debajo de un soportal, estaba empapado. Entonces saliste, ibas con una gabardina negra y tu pelo suelto. Estabas muy guapa. Miraste al cielo sorprendida de la que estaba cayendo, supongo que como siempre irías sin paraguas. - Sonrió con sus recuerdos. - En ese momento empecé a cruzar la calle. Pero apareció alguien, un hombre, creo que era David, aunque claro, en ese momento no sabía quién era. Lo cogiste del brazo y te metiste debajo de su paraguas. Me acerqué a vosotros, incluso grité tu nombre, pero tú no oíste nada. Cuando di la vuelta a la esquina siguiéndoos, vi que estabais entrando en un coche. Me acerqué y cuando me dispuse a dar unos golpes en la ventanilla, comprobé que en el interior os estabais besando apasionadamente. - Jose entonces miró a la cara sorprendida de Laura. - Me di cuenta entonces que yo ya no era parte de tu vida. Me había ido y tú habías continuado. Y así tenía que ser. Quería que lo supieras, para que no pensaras que no significaste nada para mí. Laura, fuiste una persona muy importante en mi vida. - En ese momento, ella se dio cuenta que tenía una lágrima que le rodaba por la mejilla.

Si se hubieran encontrado seguro que sus vidas hubieran sido diferentes, o quizás no, quién sabe. Pero de eso ya hacía mucho tiempo, demasiado.

- Bueno, tengo que irme. Ya sabes, estoy de servicio. - Ambos se levantaron del sillón y se dirigieron a la puerta. Cuando Jose estaba a punto de subirse al ascensor se dio la vuelta. - ¿Tienes que hacer algo esta noche? Te invito a cenar. Para que me pongas al día, porque me parece que aquí el único que ha hablado he sido yo. - Sonrió dulcemente, y Laura supo que tenía toda la razón, ella apenas le había contado nada.

- Me encantaría, pero esta noche no puedo. He quedado con David. - Jose asintió decepcionado.

- Quizás otro día. - Se cerraron las puertas del ascensor y Jose desapareció. Laura aún se quedó unos segundos mirando la puerta cerrada.

 

 

En su pequeño taller continúo con la tarea que había abandonado a mitad, el lijado del mueble. Mientras trabajaba no podía dejar de darle vueltas a todo lo que le había dicho Jose esa mañana. Cuando hubo terminado de lijar, limpió el escritorio con un paño y alcohol de quemar. Ya estaba listo para darle la imprimación. Cuando acabó ya eran casi las seis de la tarde y apenas había comido nada, tan absorta que había estado en sus pensamientos.

Se fue a la cocina y se preparó un sándwich de jamón y queso, se sentó delante del televisor mientras comía. No prestó ninguna atención a la tele, estaba en otro sitio, haciendo memoria de algunos de sus recuerdos. No pudo evitar sonreír con nostalgia recordándolos. Se acordó de las vacaciones en Túnez, de sus entrenamientos, cuando Jose le enseñó a disparar y se pegaba a su espalda para que apuntara de forma correcta, aquellos momentos en los que habían estado tan unidos y que se disolvieron en un abrir y cerrar de ojos. También se acordó de José Manuel, al que echaba tantísimo de menos. Entonces sobrevinieron otros recuerdos no tan bonitos, así que para quitárselos de la cabeza decidió ir a dar una vuelta, que la diera un poco el aire. Aún tenía tiempo antes de que viniera David a buscarla.

Estuvo paseando por un parque cercano a su casa, con el frío que hacía y siendo ya de noche, no se veía ni un alma. Algún que otro corredor poniéndose en forma o comprobando sus pulsaciones o estirando. Ella iba andando rápido con el viento dándole en la cara, esa sensación le hacía sentirse libre, sentirse bien y la despejaba. Cuando ya llevaba hora y media paseando decidió irse a casa a vestirse para cenar con David, tenía muchas ganas, hacía días que no lo veía.

 

 

David la llevó a cenar a un restaurante al que iban de vez en cuando, cerca de su casa. Él había pensado que como aún estaba convaleciente no era lo mejor llevarla muy lejos. Laura pensó que siempre estaba en todo.

Como iban a menudo a este restaurante, ya les conocían. De hecho pensaban que eran marido y mujer, ya que en varias ocasiones habían hecho algún comentario al respecto y como a ellos realmente les daba igual lo que pensaran, nunca les habían corregido.

- Si algún día venimos con otra persona, van a pensar fatal de nosotros. - Dijo Laura mientras se sentaban en la mesa que les habían dado.

- ¿Estás pensando venir con alguien? - Dijo David socarronamente. Ella lo miró a los ojos, y no pudo más que sonreírle de forma enigmática. - Bueno, me vas a contar tu historia con Jose. - Dijo haciéndose el desinteresado a la par que abría la carta y le echaba un vistazo. Laura se lo quedó mirando y pensó, ¿por qué no? Ha pasado mucho tiempo y ya es hora que me desahogue con alguien, seguro que me sienta bien.

- Está bien, ¿por qué no? Pero antes vamos a pedir la cena.

En cuanto el camarero les hubo traído los platos que habían pedido, Laura se puso a contarle toda la historia, desde el principio hasta el final, sin saltarse nada, contando lo bueno y lo malo, todo, hasta el detalle más ínfimo que recordaba.

Cuando Laura terminó de hablar, habían pasado más de tres horas y ninguno había comido apenas. Laura por estar hablando y concentrada en rememorar sus recuerdos y David porque la historia le había absorbido, no pudo dejar de escucharla ni un momento, nunca se hubiera podido imaginar algo parecido.

Estaban tan concentrados que ni se habían dado cuenta que todavía estaban en el restaurante, ni de la hora que era. A su alrededor vieron que ya no quedaba ni un alma, sólo estaban ellos. Seguramente los camareros estaban esperando a que se fueran para poder recoger e irse a sus casas.

David hizo un pequeño gesto a Manuel, el camarero, para que trajera la cuenta. Manuel llegó con la cuenta y se fijó en que ninguno de los dos había probado bocado de la cena.

- No habéis comido nada, ¿no os ha gustado? ¿Queréis otra cosa? - Laura levantó la mirada y se sintió mal, porque la comida siempre estaba muy buena, y le habían hecho un feo a Manuel.

- Manuel, lo siento, estaba muy bueno, pero no teníamos hambre. Lo siento de verás. - El camarero asintió agradecido. - Estoy agotada. - Dijo mirando a David.

- Laura, me has dejado de piedra, menuda historia. - Aún estaba intentando asimilar todo lo que le había contado su amiga. - Creo que me acabo de poner un poco celoso de Jose. - Como siempre cortando la tensión tonteando. - Siento cómo terminó todo. - Laura no sabía si se refería al final de la historia entre Jose y ella, o a la historia en general.

- Sí, una historia increíble. - Lo dijo muy bajo, para sí misma.

 

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